Andy Warhol y los Big Bang del arte

Por Deperez5
Luego de escribir el anuncio de la muestra de Andy Warhol, el tema siguió dando vueltas en mi cabeza. Desde mi punto de vista, resulta muy claro que el principal motivo de su fama obedeció a una astuta utilización de los mercados del espectáculo y la publicidad, a los que alimentó durante años con su personaje de peluca platinada, gafas oscuras y un amor desmedido a la fama y el dinero como pilar exclusivo de su personalidad pública. Para decirlo en términos más precisos, el fenómeno Warhol fue 80 por ciento de espectáculo, 18 por ciento de publicidad y dos por ciento de arte. La combinación tuvo un éxito tan arrasador que lo convirtió en un ícono popular, mimado por los medios de prensa y los personajes poderosos y plenamente reconocido por el mercado del arte, luego de la resistencia inicial que suscitara el dudoso mérito artístico de sus fotografías coloreadas y sus soporíferos filmes. Sin embargo, resulta claro que las cosas no podían suceder de otra manera. ¿Qué argumentos podría haber esgrimido el mundo del arte para repudiar la iconografía publicitaria de Warhol, cuando acababa de encumbrar al mingitorio como el inicio de una nueva y revolucionaria concepción del arte? Vista desde la perspectiva actual, la decisión de colocar a Duchamp en el podio supremo del nuevo arte, y el simultáneo reconocimiento incondicional a la maniobra de introducir un artefacto sanitario en la órbita artística, detonaron como un devastador Big Bang que aniquiló todos los relatos, límites y valores que sostenían el edificio del arte. Bajo esas condiciones, las extravagancias y las serigrafías de Andy fueron la bandera de largada de la formidable avalancha de estridencias, algaradas y desperdicios que desde entonces ingresan a saco en las bienales y museos, legitimadas por la patente de corso que el arte conceptual otorga a sus fieles. La ironía de la historia reside en el contrabando de efectos negativos que se puede ocultar detrás de un éxito rotundo. El inesperado arrasamiento de los valores artísticos que produjo la consagración del mingitorio es, en cierto modo, la reedición de una historia que ya conocíamos. La época y los actores eran otros, pero el resultado fue bastante similar. Hacia 1870, los impresionistas eran unánimemente condenados por la sociedad francesa, que los trataba como si fueran los portadores de una peste desconocida, pero al llegar el nuevo siglo el gusto artístico dio una vuelta de campana y el impresionismo pasó a ser sinónimo de la innovación victoriosa. El contrabando nefasto de ese éxito final estuvo representado en ese caso por la desaparición del paradigma neoclásico, con su exaltación de la tradición y el oficio pictórico, y la consiguiente consagración del paradigma de la novedad como supremo valor artístico, proceso que provocó el estallido del primer Big Bang en el campo del arte. A partir de ese momento, el imperativo de la originalidad desató el síndrome del agotamiento precoz de formas y estilos, y la vertiginosa sucesión de nuevas formas, responsable, a su vez, del suicidio seriado de las vanguardias. Aclamadas por unos y deploradas por otros, esas revoluciones estéticas, giros copernicanos o grandes estallidos, los Big Bang del arte, encierran una irónica paradoja: el dramático retroceso que suelen provocar los grandes avances.