Anécdotas de un alumno en prácticas recopiladas para esbozar una leve sonrisa (II)

Por Saludyotrascosasdecomer
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Un día me dirigía a la cafetería del hospital, cuando me percaté de la presencia de una enfermera, a juzgar por su vestimenta, que hacía girar las cabezas de todos los hombres presentes a su paso; todos miraban y callaban, salvo un abuelo de unos 90 años que se levantó de su silla de ruedas:

-“¡eso es caminar y, lo demás, es patear la calle como la Guardia Civil!”-

¡Milagroso!

8

Otro día tuve que llevar unos frascos para esterilizar. Era la primera vez y, para no perderme, me acompañó uno de mis profesores. Después de un rato en el laboratorio, quiso hacer menos tensa la espera y, asomándose por la ventana:

”… ¡oye, qué bien estáis aquí con estos ventanales! ¡Qué luz!”.

A lo que una enfermera respondió:

- “¡es que ahí abajo vosotros estáis entoñaos…!”.

Sutil, teniendo en cuenta que la Farmacia del hospital está en el sótano, al lado del tanatorio. (Nota: “entoñaos”=”enterraos”).

9

Una mañana se acabaron los vasitos estériles de orina. No sabía si había que pedirlos o cómo hacerlo, así, que acudí a una de las enfermeras en busca de ayuda.

- “ah! No te preocupes que enseguida te los voy a buscar al almacén”.

-“no te molestes”- respondí –“que yo me acerco y los traigo, sólo dime qué tengo que hacer”-

- “no, no, faltaría más, voy yo”- respondió. Al final me puse tan pesado que accedió.

- “bueno, vale”- y agregó-“muchas gracias, eh?”-

Fui rápidamente al almacén a por los vasitos, tan rápido, que no me vieron regresar y, una vez en el laboratorio, escuché que me llamaba una auxiliar y que la enfermera anterior respondía de forma tajante y autoritaria:

-“¡¡déjalo, que lo he mandao yo a por un pedido al almacén!!”-

Hay que joderse.

10

Cierto día, empecé a sentirme realmente mal: era como si ardiera desde dentro de mí mismo. Llegué a pensar que se trataba de un caso de esos de combustión espontánea en los que la gente se pone a arder inmediatamente y tan sólo queda de ti un sofá ennegrecido y, por si fuera poco, comencé a vomitar como si estuviera poseído. Por una vez, y sin que sirviera de precedente, pedí que me llevaran al hospital. Permanecí ingresado toda la noche, con una “vía cogida” y con tratamiento farmacológico. Cuando me bajó la fiebre y dejé de vomitar me dieron el alta y, nada más llegar a casa, llamé a mi Profesor Asociado para indicarle la situación:

-“ya,… mira, trae un informe, eh?”.-

Pi, pi, pi….

Ahora me encuentro mucho mejor.

11

Hacia el final de las prácticas, una de las farmacéuticas, concretamente la encargada de Nutrición Artificial, me dio una charla personal sobre el tema que tuvo lugar en su despacho a puerta cerrada y que duró más de dos horas. Durante dicha clase magistral tuve que tomar alguna nota en mi cuaderno, para lo cual, cogí prestado un bolígrafo de esos de propaganda de un vaso que había sobre la mesa. Terminada la charla, abandoné el lugar sin percatarme de que el bolígrafo permanecía en mi mano.

A los cuatro días me asaltó por el pasillo con cara de pocos amigos:

-“no habrás cogido tú un bolígrafo de mi mesa.”-

Me quedé en blanco. Y, de repente, recordé. Corrí hasta la silla en la que, amablemente, me dejan colocar mis pertenencias y, por suerte, apareció el bolígrafo en el mismo lugar donde lo dejé cuatro días antes. Se lo devolví y regresó a su despacho sin mediar palabra con un giro brusco de cintura.

Que Dios me perdone.