Lucio Malpica, anestesista joven, pero de experiencia, alzó los ojos hacia la cerradura de su casillero, para abrirlo y colocarse la indumentaria quirúrgica. Interrumpió su cotidiano ritual al escuchar unos firmes pasos, acercándose hacia él.
Hugo Giraldo, gran amigo y colega de Lucio, golpeó la fila de casilleros y gritó con voz poderosa.
- ¡Lucio, estás ahí?
- ¡Aja! -contestó. Ven para acá.
Hugo fue al grano. Ya no se trataba de simples rumores, ridículos entredichos. El fiscal acusaría a Lucio Malpica de intento de asesinato en contra de Zarela Muñoz. Intentaba saber qué pasó en realidad esa noche de sábado de verano. Rogaba a todos los santos que Lucio contara la verdad. Era su amigo. Quería ayudarlo. Pues lo emplazó a sincerarse, ya!
Lucio detuvo su accionar ante su casillero lleno de ropa y fotos de mujeres desnudas de los diarios populares. Buscó en su mente las páginas de esa tragedia que, ahora, se apoderaba de su sistema nervioso y bloqueaba todas sus ideas.
Uhmm, bah. Qué manera tan tonta de acontecer todo ésto. Escúchame, amigo. Ésta es mi verdad.