Cuelgo el inicio del relato, como hago siempre. ¡Hasta la próxima!
SÓLO SOY UNA MUJER Acabo de plasmar tu firma en el último documento que te había preparado. Estoy tan acostumbrada a suplantarte, que me sale mejor que a ti. Sé, que cuando te sientes mañana en tu flamante sillón de Juez de Instrucción, no le darás importancia a este olvido involuntario, que por otra parte, cada vez es más habitual. Pensarás lo mucho que me debes, aunque no estés dispuesto a pagarme ni un solo céntimo del tiempo que todavía me adeudas. ¿Te acordarás de nuestro juramento? Sí, ese que tú incumples reiteradamente. ¡Desde entonces han pasado tantas cosas!
Tú siempre andas perdido en tu particular dolce vita leguleya plagada de mañanas de resaca, y ya no respondes a mis llamadas de socorro, como si mi voz fuese un número de teléfono que no formara parte de tu agenda. Miro el despacho vacío y pienso: ¿qué habría sido de ti sin mí?, pero el juego de las adivinanzas es un mal trago que no aconsejo a nadie, sobre todo, si el que sueña con él es aquel que ha perdido la partida del tiempo.
La primera vez que me di cuenta que faltarías al principio íntimo que habíamos sellado bajo una secreta alianza, fue cuando lejos de renunciar a hacer la carrera de Derecho, me embaucaste para que siguiera los pasos de tu temprana locuacidad de pleitista profesional. Sí, ya no te acuerdas, pero me obligaste a cursar los estudios de Derecho bajo la amenaza que esa era la única posibilidad que encontrabas a mi ruego de querer pasar más tiempo a tu lado. Ahora estoy segura que sin mi ayuda nunca la habrías terminado, porque entonces ya empezabas a… desprogramarte como me decías con esa sonrisa burlona que en aquella época tanto me gustaba. Tú y tus juegos malabares hasta ahora siempre habéis salido victoriosos.
Extracto del relato Sólo soy una mujer de Ángel Silvelo Gabriel.