Animales nocturnos es un ejercicio que nos bifurca los sentimientos por carreteras secundarias, pero que, al final, se encuentran en un explosivo y revelador cruce de caminos, a partir del cual nada volverá a ser lo mismo. Aquí, el director y guionista nos salpica de esa duda siempre existente acerca de la conveniencia y acierto en las elecciones que se nos presentan en la vida. El azar, pero también uno mismo, somos lo verdaderos protagonistas y culpables de ese devenir que nos transforma en animales nocturnos, bien porque no somos capaces de conciliar el sueño al ser víctimas de nuestras propias obsesiones, bien porque por el simple hecho de decidir hacer un viaje por la noche nos vaya a suponer un punto de inflexión en nuestras vidas. No hay redención de la expiación de la culpa en los personajes de Ford, sino más bien un punto y aparte, un punto y aparte maldito o sangriento, como si ellos mismos fueran los verdaderos culpables de ese último destino, y a los que en este caso, el narrador no les da una nueva oportunidad, por más que ellos busquen una salida en la oscuridad en la que viven. En este sentido, el acierto de Tom Forda la hora de presentarnos su nueva película está en la valentía a la hora de ofrecernos un montaje inteligente, dinámico y muy estético, sin que por ello se pierda fuerza en la narración, y sin renunciar al particular sello de cine de autor (sea éste acertado o no), y además, en arriesgar a la hora de explorar en los sentimientos de la perfección, la debilidad y la culpa, y hacerlo a través de la leve vacuidad de la belleza, lo que sin duda, muchos espectadores no entenderán, quizá, porque ya no queremos que nos dejen varados en las aguas de la incertidumbre.
Ángel Silvelo Gabriel.