Oscar Niemeyer está hospitalizado a sus ciento cuatro años y no es el mejor momento para meterse con él. Además, ya lo hice y no me gusta ensañarme. Pero es que leo una cita suya: "de un trazo nace la arquitectura", y no puedo callarme. Es otra vez lo mismo que ya dije: No, señor. La arquitectura no nace de un trazo. Un trazo no es nada. Por eso hace usted unos edificios tan esquemáticos y tan pobres. La obra no sale de una inspiración graciosa sin más. La obra es trabajo, es ajustar muchas cosas, solucionar muchos problemas, sudar mucho. Y cuando el resultado queda contenido, ligero, etéreo, grácil y airoso, no se debe a un gesto rápido (que siempre estará mal resuelto), sino al talento de mantener el arado firme hasta dominar a los bueyes que no querían colaborar.
Por lo mismo, los ciento cuarenta caracteres del twitter son lo justo para decir una parida graciosa o una frase genial, o para hacer más soportable a ese plasta que en cuanto te descuidas te endilga una parrafada de veinte minutos. Pero hay pocos conceptos que lo resistan; hay pocas ideas que quepan en twitter. Twitter no es nada: Es la radiografía de un suspiro, es el ectoplasma de un anémico pajarillo azul.
Sí: La concreción es una virtud; la síntesis es un acierto. Vale. Es verdad. Pero recuerdo haber visto en la tele a un periodista entrevistando a un sabio y diciéndole eso tan tremendo de: "Explíquenos, por favor, la estructura del adeene, pero con palabras sencillas, que las entienda todo el mundo". Y me vino a la memoria aquella definición tan maravillosa de la célula que le dio Castelar a Ramón y Cajal: "Querido amigo Ramón: Sepa usted que la célula es un animalito muy pequeño imprescindible para la vida". A lo que el científico no tuvo más remedio que asentir con la mirada baja y las orejas rojas de puritita vergüenza ajena.
Pues eso: Definiciones cortitas, conceptos sencillos, brevedad y compendio. ¿Que no son ciertos? No importa. ¿Que son meras ocurrencias vanas? No me líes con tus pesadeces. No me des la barrila, que me canso.
También recuerdo a una famosa presentadora televisiva (de las que después escriben libros y todo) pidiéndole un soneto a un escritor de moda, y puntualizándole: "pero uno cortito". Me levanté enfurecido del sillón, y con el puño enhiesto, amenazador, vociferé el verso de Lope: "¡Catorce versos dicen que es soneto!"
Yo necesito los catorce versos, y, si quisiera conocer la estructura de la doble hélice (que no quiero; vamos, ni por lo más remoto), me dispondría a dedicar no menos de una semana para que alguien me la explicara con harta paciencia y así alcanzar un palidísimo atisbo.
Me acuerdo de una frase de Woody Allen, tan buena como todas las suyas: "Tomé clases de lectura rápida y conseguí leer Guerra y Paz en veinte minutos. Creo que iba de algo sobre Rusia".
Sí. Sí. Yo me leí Guerra y Paz lo menos durante dos meses. Enterita. ¿Quién puede ser tan cansino? ¿Quién se puede permitir ese lujo? Mientras lees Guerra y Paz te pierdes haber picoteado miles y miles de obras literarias (una por cada veinte minutos).
No sé qué haré en twitter. Yo, con los ciento cuarenta caracteres no tengo ni para saludar: "Queridos amigos: voy a contaros una idea que me parece muy interesante: Se trata del funcionalismo en arquitectura: ¿No habéis pensado nunca". Ya está. Ciento cuarenta. Campana y se acabó. Pues vaya cara de tonto que se me va a quedar.