Antoni van Leeuwenhoek; El hombre que vio lo invisible

Publicado el 24 octubre 2016 por Miguel Angel Verde Valadez @arcangel_hjc
El visionario científico holandés creó sus propias lentes para descubrir el fascinante mundo de las bacterias y los microbios. Esta es su historia
Antoni van Leeuwenhoek era un vendedor de telas. Y no tenía estudios. Pero consiguió convertirse en uno de los científicos más trascendentales de la historia, hasta el punto de ser considerado el padre de la microbiología.
A diferencia de otros eruditos como Galileo Galilei, que se centraron en estudiar los cielos para descifrar el universo, Van Leeuwenhoek apostó por observar el interior del planeta y querer ver lo invisible. El holandés descubrió que estamos rodeados de minúsculas representaciones de vida. Tan pero tan diminutas, que no era posible apreciarlas con los microscopios que existían en su época. Así que este holandés, repetidamente despreciado por sus orígenes humildes y su falta de estudios, se puso manos a la obra para crear sus propios microscopios con lentes extremadamente simples.
En ese momento, Antoni Van Leeuwenhoek aún no era consciente de que su fascinación por las pequeñas cosas le llevaría a descubrir el maravilloso mundo de las bacterias y a convertirse en un formidable cazador de microbios.
Antoni Van Leeuwenhoek elaboró con sus propias manos más de 500 lentes, algunas de las cuales podían aumentar hasta 500 veces el tamaño original de los microorganismos. La mayoría estaban realizados con plata y cobre. Sus microscopios lo convirtieron en uno de los primeros hombres capaces de observar las células, al igual que lo hizo en su momento Robert Hooke. A Van Leeuwenhoek se le adjudican los descubrimientos de los protozoos, las bacterias, la vacuola de la célula y, según algunos expertos, los espermatozoides, a los que llamó «animálculos».
Las cosas nunca no fueron fáciles para Antoni van Leeuwenhoek. Hijo de comerciantes, no tenía el respaldo económico para adentrarse en el entonces elitista mundo de la ciencia. Nació el 24 de octubre de 1632 en la pequeña ciudad de Delft, en la República Holandesa. Su padre, un humilde artesano que se dedicaba a la elaboración de cestas, murió cuando él tenía solo cinco años. Su madre, proveniente de una familia de cerveceros, contrajo matrimonio nuevamente por lo que, el pequeño Antoni, se vio obligado a mudarse a la casa de su tío. Cuando cumplió los 16 años se estableció en Amsterdam, donde consiguió un empleo en una tienda de telas y adquirió la destreza suficiente para montar su propia establecimiento. Antoni Van Leeuwenhoek era un hombre curioso. Su constante interés por la observación lo llevó a utilizar diversas lupas para poder apreciar la calidad de los hilos con las que elaboraba las telas que ofrecía a sus clientes.

Un cazador de microbios
Antoni van Leeuwenhoek no descubrió el microscopio, pero su familiaridad con el procesamiento del vidrio le permitió perfeccionar los cristales hasta conseguir crear su propio equipo de observación. Montó una pequeña lente biconvexa sobre una placa de latón con la que consiguió aumentar el tamaño de las cosas con mayor eficacia que una lupa. Ese peculiar invento fue suficiente para que Antoni van Leeuwenhoek, a través de la observación de una simple gota de agua, pudiera sumergirse en el universo de las bacterias y los protozoos. Su curiosidad era tal que observaba detenidamente cualquier cosa que pudiera colocar debajo de una de sus muchas lentes. Acompañaba sus escritos con las meticulosas imágenes de un ilustrador que contrató para respaldar sus descubrimientos.
Tras desarrollar su peculiar método de observación, Van Leeuwenhoekrecibió el respaldo de Regnier de Graaf, un destacado médico holandés, ante la prestigiosa Royal Society. En una carta sumamente detallada, de Graaf explicaba que la calidad de los microscopios del holandés resultaban muy superiores a todos los que había. La academia inglesa optó por publicar una carta en la que Antoni van Leeuwenhoek explicaba sus observaciones de piezas dentales, picaduras de abejas y diversos piojos. Pese al poco interés de los académicos por valorar el trabajo de un casi analfabeto comerciante de telas, este primer acercamiento con la comunidad científica le permitió dejar evidencia de sus primeros hallazgos. Sin embargo, en 1676 la Royal Society cuestionó la credibilidad de sus observaciones de los organismos unicelulares.

La academia británica no reconoció públicamente el trabajo de Antoni van Leeuwenhoek hasta 1677. Tres años después el científico holandés se sorprendió gratamente con su nominación para formar parte de la prestigiosa institución.
La causa de su muerte, bajo una de sus lentes
Antoni van Leeuwenhoek consiguió monopolizar los estudios microscópicos pero, su hermetismo era tal, que se negó a compartir sus métodos de elaboración de lentes. Grandes personajes de la época como Gottfried Wilhelm Leibniz y el zar ruso, Pedro el Grande, visitaron al observador para interesarse por sus microscopios, pero él no estaba dispuesto a revelar sus secretos, aunque obsequió uno a la reina María II de Inglaterra.
El científico se rehusó también a poner a la venta sus sencillas lentes por lo que tuvieron que pasar cerca de 200 años antes de que alguien fuese capaz de desarrollar una técnica de observación tan precisa y contundente como la de Van Leeuwenhoek.

Durante sus últimos años de vida, Antoni van Leeuwenhoek había reunido más de 500 escritos en los que explicaba sus minuciosas observaciones. Curiosamente, una de sus últimas cartas incluía una descripción detallada de su propia enfermedad, un raro malestar que le provocaba contracciones involuntarias del diafragma y que fue bautizado como enfermedad de Leeuwenhoek. El humilde comerciante que se sumergió en la ciencia gracias a su curiosidad, murió a los 90 años el 26 de agosto de 1723.
Sus microscopios y el barro
Los microscopios que construía Antoni Van Leeuwenhoek se han convertido en objetos históricos. Cuando murió, había unos 500. Hoy solo quedan unos pocos. En el 2009 la galería Christie's subastó uno por 321.000 libras. Pero puede haber más aparatos escondidos en los lodos de los canales de la ciudad de Deft, el lugar de nacimiento del padre de la microbiología.