Apocalipsis no

Por Peterpank @castguer
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Puesto porJCP on Sep 9, 2013 in Autores

Hace ya tiempo que en el cine, en las novelas, en las series de televisión, en los cómics y en los videojuegos – en suma, en los medios que constituyen actualmente la expresión de la cultura popular – se puede encontrar relatos de un futuro más o menos apocalíptico. En el mundo de los videojuegos hay un término específico para los títulos de esta temática: survival horror, o horror del superviviente. Lo más habitual es que la desgracia mundial sobrevenga en forma de apocalipsis zombi (una infección convierte a la mayoría de la población en monstruos antropófagos y los supervivientes luchan contra ellos) o bien una catástrofe de alcance mundial (meteoritos, volcanes, explosiones radiactivas o todo tipo de fenómenos, a veces incluso una -típicamente repentina, lo que la hace poco realista- escasez mundial de petróleo). En todo los casos la catástrofe supone el fin de nuestra civilización y el inicio de una nueva época de escasez, necesidad y grandes peligros.

Este tipo de fantasía rupturistas tiene una larga tradición en el mundo occidental. No accidentalmente una catástrofe capaz de poner de rodillas a la civilización se la suele denominar Apocalipsis, en referencia al último libro del Nuevo Testamento. Las revelaciones que el apóstol San Juan y sus acólitos dejaron plasmadas en aquel libro se referían a la deseada caída de Roma (la bestia de siete cabezas surgida del mar; caída la cual, por cierto, se demoró unos cuantos siglos) pero han servido durante siglos como base a tantas profecías milenaristas. Si uno mira la historia de Europa se puede ver que con cierta frecuencia los países han atravesado severas crisis de identidad, de cuestionamiento profundo de su modelo de civilización; y justo en esos momentos la idea de vivir en una civilización decadente que será purificada mediante las llamas del Apocalipsis ha vuelto recurrentemente.

El atractivo principal de la narrativa apocalíptica es que ofrece una salida a una civilización que ha llegado a un punto muerto, a una imposibilidad de continuar por el mismo camino que venía. Todos somos capaces de ver cosas que no funcionan en nuestro entorno, en lo que percibimos como “sociedad”, en nuestro país, en nuestro estado. Sólo cuando demasiadas cosas negativas se acumulan empieza a parecer deseable destruirlo todo y empezar de cero, intentando no volver a cometer los mismos errores del pasado, borrando todo aquello que se hizo mal. Lo cual, con cierto cinismo, implica también borrar millones de personas que ya están, en nuestra percepción, “mal educadas”; por algún curioso motivo quienes creen hasta desear que el Apocalipsis llegue piensan que ellos serán de los que lo sobrevivirán, a pesar de lo extremo y extenso que se presume que será la matanza.

Sin embargo, la narrativa apocalíptica se adapta poco a la realidad de las transiciones, incluso a la de los colapsos civilizatorios. Generalmente el colapso de una civilización lleva muchas décadas, incluso varios siglos, y la reducción es bastante paulatina para la percepción humana aunque históricamente represente unas pocas generaciones. Justamente porque cada generación es una vida completa y los recién llegados asumen lo que los mayores llaman “el nuevo orden de cosas” como lo normal; ya comentamos que la psique humana tiene tendencia a modelar su memoria en forma de estados (visión estática) y no de procesos (visión dinámica), así que normalmente vemos el estado A y luego el B sin comprender que hubo toda una sucesión continua que nos llevó, y era previsible que nos llevara, de A hasta B. Así pues, salvo casos de descenso abrupto de algunos recursos fundamentales (cosa que podría pasar durante el ya comenzado ocaso del petróleo en algunos países, pero que no es previsible que pase en la generalidad de ellos) no es el Apocalipsis lo que puede estar esperándonos en el futuro, sino un escenario de degradación continuo del tipo La Gran Exclusión. El que llama al Apocalipsis está diciendo que prefiere un escenario de sangre y fuego donde podría luchar por una vida más austera pero libre, quizá porque intuye que lo más probable es que sin grandes alharacas simplemente se convierta en un esclavo.

Al margen de la gente que espera y desea el Apocalipsis como su propio momento de redención, en general la sociedad y particularmente las personas con mejor posición social en ella rechazan de plano tal narrativa e incluso el uso del adjetivo “apocalíptico” es despectivo, usado para desdeñar a quien no está en sus cabales por pretender o simplemente creer que tal cosa puede pasar. La cosa llega a veces hasta el extremo del fanatismo cuando alguien señala una dificultad o problema y se le tacha de agorero y de “apocalíptico”. Ésta es, de hecho, la situación en la que tantas personas que intentan promover la concienciación sobre la crisis energética se han encontrado en multitud de ocasiones. Yo mismo me he visto en algún caso confrontado con gente que, tras proponer ellos su solución tecnológica para “el problema” y ver mis objeciones a ella, en vez de entender que la clave está en replantear el problema de intentar tener crecimiento indefinido en un planeta finito me desdeñan diciendo: “Vd. tiene una visión apocalíptica”. Sin llegar a eso, en una discusión no tan radicalizada mucha gente se ríe – y quizá Vd., querido lector, lo hará – cuando les digo que yo no soy pesimista.

Que yo no soy pesimista debería de resultar evidente simplemente viendo que empeño una cantidad significativa de mi tiempo libre a hacer divulgación sobre el problema de la crisis energética. Si yo pensara que no hay nada que hacer, ¿qué sentido tendría que dedicase tanto tiempo a una causa perdida? Justamente porque creo que se puede y se debe hacer algo es por lo que explico estas cosas. Por supuesto yo no tengo todas las soluciones para todos los problemas; sólo pretendo crear concienciación puesto que está claro que no pondremos el conocimiento y la capacidad de esta sociedad en la dirección correcta de construirnos un futuro si primero no somos conscientes del problema que tenemos. Y a pesar de los años que hemos perdido ya intentando cambiar un rumbo invariable de colisión seguiremos intentándolo siempre porque nosotros, los que nos dedicamos a esto, creemos que las cosas aún se pueden cambiar a mejor.

¿Quién es en realidad el verdadero pesimista? El que cree que no se puede cambiar nada. Su comportamiento se parece al del chófer de nuestro autobús que sigue su ruta y de repente ve que el puente por el que tenía que pasar se ha hundido pero a pesar de ello persiste en seguir por el mismo camino. Nosotros le decimos que puede dar la vuelta, que puede girar a izquierda o derecha para seguir por otro camino, o si no que como mínimo frene; pero él nos dice que ha hecho esa misma ruta miles de veces, que los ingenieros de la carretera son gente muy capaz y que si surge algún problema ya lo resolverán con tiempo suficiente, que al fin y al cabo nosotros sólo somos unos ignorantes y unos catastrofistas… y continúa invariable por la misma ruta, la que le llevará a despeñarse y a nosotros con él. Justamente esta gente que dice que “nada va a cambiar”, que “el crecimiento económico no es negociable” (frase que en una reunión hace meses literalmente me dijo un economista que había tenido importantes responsabilidades en el Estado español ), es la gente que más probablemente nos tilda a los que avisamos del problema de “catastrofistas” y “apocalípticos”. Quizá inconscientemente, su acusación busca esconder su propia culpa, que en realidad son ellos los catastrofistas. Y son éstos mismos, el día que comprendan que su bienamado programa de progreso y que su visión del crecimiento infinito hace aguas, quienes probablemente esperarán y desearán con fervor de devoto el Apocalipsis que les redima.

No nos espera el Apocalipsis más adelante; más bien un amargo declinar y una miseria creciente si no sabemos gestionar esta situación. Pero podemos gestionar correctamente esta difícil situación. Sí, podemos. Podemos convertir esta crisis histórica en una oportunidad histórica, la de repensar el sistema económico y convertirlo en algo más humano y más justo. Se puede pasar de la idea a la acción. Hagámoslo.

Y si me dicen que no se puede hacer nada, entonces quizá debería mirar en su interior y darse cuenta de quién es en realidad el pesimista, el catastrofista, el apocalíptico.

AMT