Apogeo en pleno declive (Mesas separadas)

Publicado el 08 enero 2013 por Sesiondiscontinua
Ya va siendo año de ajustar cuentas con un concepto fundamental en la historia del cine, y Mesas separadas (1958) es un ejemplo perfecto para ilustrar el altísimo nivel que alcanzó la narración cinematográfica en Hollywood. Un estilo que por eficacia y alcance universal ha acabado denominándose, por cuestiones prácticas e históricas, como estilo clásico. Mesas separadas sirve para ilustrar el concepto no sólo por el filme en sí, sino por su contexto de producción: los estudios de Hollywood especializaron tanto y con un altísimo estándar de calidad las diferentes etapas de elaboración de una película que acabaron fabricándolas en serie en un proceso único en el mundo que --irónicamente-- contenía el germen de su propio declive.
Ya lo he mencionado en otros textos, pero esta vez voy a detenerme en algunos de sus entresijos: el estilo clásico es un concepto teórico de la historia del cine que hace referencia al dispositivo narrativo a que dio lugar el sistema de producción propio de los estudios de Hollywood entre 1917 y 1960. La forma en que cuentan una historia los filmes de esta época representan la cristalización de una instancia narrativa tan sutil que la hacía pasar por preternatural a pesar de estar férreamente modelada mediante un vasto dispositivo técnico y artístico. Además, el isomorfismo temático y formal que presenta el cine de Hollywood es el producto de una férrea división del trabajo durante la producción --de un estilo casi fordiano-- que propagó sus efectos más allá de la propia actividad empresarial (ningún país del mundo produjo tanto y con tanto éxito en esos años):
1) Generó una especialización temático-estilística que dio origen a lo que todavía hoy denominamos géneros cinematográficos, una clasificación en declive pero todavía tremendamente útil para comparar y valorar filmes a primera vista.

2) El poderío económico y artístico que acumuló Hollywood entre 1917 y 1960 le permitió importar talento de cualquier parte del mundo (actores, actrices, guionistas, directores, técnicos), reuniendo en un mismo lugar a lo mejor del cine durante más de cinco décadas.

3) Su sistema de trabajo provocó que los creadores tuvieran que adaptarse a todo tipo de historias, ambientes, imposiciones técnicas y/o narrativas, ya que cada película era un encargo, no una actividad relacionada con la creatividad personal y la estética (como sucede ahora). Como consecuencia de esto, fue cristalizando entre el público una serie de arquetipos artísticos, así como la asociación de un determinado enfoque estilístico y temático con un cineasta concreto, retroalimentando de este modo los mismos géneros que contribuían a engrosar.


4) Quizá el más importante de todos: fue un cine que alineó al público de todo el planeta, permitiendo que diera por buena una determinada forma de narrar historias en imágenes. No la única posible, pero sí desde luego la más eficaz. Más adelante, cuando el sistema colapsó, esa misma uniformidad (que más de uno ha visto como un problema porque bloqueaba otras narratividades alternativas menos autocomplacientes, impugnadoras del statu quo y no tan obsesionadas con la redundancia como instrumento para garantizar la comprensión del espectador) permitió avanzar desde un punto de vista formal mediante pequeñas mejoras parciales del estilo clásico (una labor a la que se aplicaron sobre todo cineastas europeos y estadounidenses independientes), o a través de alternativas completamente rupturistas (como hicieron algunas vanguardias cinematográficas de los sesenta, entremezclando arte y política: Italia, Francia, Brasil, Cuba, Alemania...).
Mesas separadas es un filme dirigido en 1958 por Delbert Mann en pleno apogeo del sistema de estudios de Hollywood, un esplendor sin embargo en pugna, desde hacía por lo menos diez años, con otros cines menos convervadores y opulentos --especialmente el neorrealismo italiano-- que amenazaban su hegemonía narrativa y su éxito de público. En ese sentido la película despliega y exhibe todo el patrimonio técnico y artístico acumulado por el cine estadounidense durante medio siglo. El filme adapta la obra teatral del mismo título escrita por Terence Rattigan en 1954, con un guión escrito por el propio Ratigan, John Gay y la colaboración no acreditada de John Michael Hayes (guionista de los mejores títulos del maestro Hitchcock).
El relato se sitúa en una pequeña localidad de la costa de Inglaterra en la que los chismorreos, la pacatería y la mogigatería se han convertido en un sofocante instrumento de control social. En ese ambiente enrarecido y poco natural, una pensión provinciana se convierte en un microcosmos de los más diversos tipos humanos, con sus contrastes, enfrentamientos, ansias y miedos. De entrada, el estilo clásico imponía la definición clara de los ejes temporal y espacial (cuándo y donde sucede cada cosa): en el caso de Mesas separadas, debido a su origen teatral, el eje espacial es único (toda la acción transcurre en diferentes estancias de la pensión), y queda establecido sin ambigüedades desde los créditos iniciales. Una toma panorámica muestra los decorados en los que transcurrirá el drama, recreados con notable verosimilitud para la época en que se rodó (hoy nos parecen falsos, pero entonces no se le daba tanta importancia al verismo de la ambientación, y mucho menos al rodaje en exteriores). En segundo lugar, un elenco de primeros actores --Burt Lancaster (John), Rita Hayworth (Ann), Deborah Kerr (Sybil), David Niven (Mayor Angus), que ganó el único Oscar de su carrera en esta película-- interpretando los principales papeles. Y en tercer lugar, una cuidada y elaborada sucesión de escenas al servicio de la funcionalidad dramática y la presentación clara y sintética de cada personaje (el estilo clasico exigía que, de entrada, se facilitaran al espectador su carácter y objetivos dentro del relato): el Mayor Angus, que lleva una doble vida; la beata Sybil, completamente sometida a su madre y que se siente atraída por el Mayor Angus; Pat (Wendy Hiller), la dueña de la pensión, educada, metódica y contenida; y finalmente John, un hombre joven, directo, sincero, franco, con un pasado para olvidar/ocultar que mantiene una relación secreta con Pat. Y por último, para ambientar los conflictos dramáticos princiaples, un elenco de secundarios compuesto por gentes que tratan de pasar desapercibidas y cuya secreta aspiración es no verse obligados a tomar partido: el viejo profesor universitario, la solterona excéntrica, los jóvenes enamorados (un jovencito Robert Taylor). Tras la breve presentación de todos ellos el relato se pone en marcha con la desestabilizadora llegada de Ann, la ex-mujer de John... Apenas han transcurrido diez minutos y el espectador ya dispone de información necesaria para tratar de anticiparse a los hechos y profundizar en los significados de los hitos parciales del relato. No lo llaman estilo clásico por nada.
El cine de Hollywood, a pesar de su renuencia a tocar determinados temas polémicos (sexo, raza, adulterio, adicciones, delitos sexuales, política) nunca renunció a utilizarlos para poner en marcha dramas, comedias y sátiras, haciendo gala de una increíble capacidad para hablar de lo que no se podía decir. En el caso de John y Ann se trata de intimidades de alcoba que el cine de hoy ventilaría llamando a las cosas por su nombre: sexo disfuncional, alcoholismo, problemas sicológicos... En el cine estadounidense de 1958 estas cosas debían mencionarse con mucho tacto, siendo el recurso para diluir la polémica y sortear la censura la exageración del dramatismo (un lastre que, por otro lado, potenciaba las capacidades interpretativas de los actores, aunque en el caso de Hayworth la versión original deje al descubierto sus carencias como actriz dramática).
En el reducido espacio de la pensión, el único momento del día en el que todos los personajes están obligados a coincidir es en las comidas: en el comedor --de ahí el título de la película-- cada cual representa desde la mesa su papel en el miserable drama de la convivencia doméstica. Desayunan, comen y cenan en silencio, observándose unos a otros con desconfianza, formando una especie de archipiélago de soledades adosadas que no se atreven a entrar en contacto. El temor a la vulnerabilidad es superior al absurdo de hacer pasar por una vida decente lo que no es más que una moral ridícula y trasnochada. La metáfora de las mesas es de una simplicidad abrumadora, y en la escena final, cuando el Mayor Angus debe enfrentarse al oprobio ante sus compañeros de pensión (que se han enterado de su secreto), ejemplifica lo mejor del cine de Hollywood: capacidad de síntesis, sutileza, sensibilidad... Y los dos aspectos más importantes, la auténtica marca de la casa: poner todos los recursos técnicos al servicio del relato y orientarlos a la consecución de una reacción en el espectador... Sin duda fue la delicada interpretación de Niven en esta escena la que le valió el premio de la Academia. Todas las virtudes --y lo que luego fueron defectos-- de un sistema de producción largamente gestado se encuentran condensadas en Mesas separadas.
El estilo clásico entró en crisis a pesar de disfrutar desde hacía tiempo de un esplendor industrial incomparable, cuando otras cinematografías demostraron que Hollywood rodaba de espaldas a la realidad política y social del momento, desde el momento en que se hizo evidente que el público no necesitaba una narrativa tan redundante, que la comprensión y el interés podían alcanzarse con menos dosis de obviedad, incluso haciendo que la técnica dificultara el avance del relato, formando parte de la intriga. El cine estadounidense, desde 1960, quedó atascado, anticuado, rodado en la torre de marfil de los estudios, mientras que en Europa, Asia y Latinoamérica los cineastas se lanzaban a la calle para experimentar, reinterpretar y provocar con la cámara. Fue entonces cuando el estilo clásico reveló su incalculable valor como legado --artístico y formal-- para creadores y audiencias, una especie de indoeuropeo cinematográfico sin el cual no habrían existido otros estilos cinematográficos posteriores. El estilo clasico, en definitiva, supuso una fase necesaria en la consolidación de la narrativa audiovisual, permitiendo que el cine evolucionara hasta situarse en niveles similares de complejidad e innovación de otras lenguajes artísticos contemporáneos.