Aquella maldita falla

Por Archivo De Autos
El viaje de ida, de Córdoba a Salta, podría resumirlo así: un solo de violín brindado por nuestro 128. Ni una tos, ni un carraspeo. Era un 1.100 '72 color ladrillo, con interior cremita, llantas de aleación, faros auxiliares en la parrilla, sonoro escape.

Un aspecto corsa que mataba, pero yo le daba trato más suave y delicado que a una novia. Muy nuevo, muy cuidado, con sólo 40 mil kilómetros. Ni se mosqueó con el calor abrasador de esos días, los primeros de febrero del '76.
Paseamos en Salta, visitamos familiares, nos atracamos de empanadas y humitas bien regadas con vinitos de Cafayate hasta que llegó el inevitable momento de regresar. ¡Los abrazos, besos y promesas de repetir visita y chau!
Pusimos proa hacia Tucumán, pero allí, para ver otros paisajes decidimos desviarnos por Catamarca y La Rioja y entrar por el noroeste de Córdoba. Así pues, salimos de Tucumán rumbo a Concepción y Alberdi.
A poco de andar nos agarró torrencial lluvia por muchos kilómetros, pero andando despacio y con cuidado todo sale bien. Rato después la lluvia quedó atrás y el camino en reparaciones, lleno de tierra, polvo y calor nos hizo andar con precaución de nuevo.
Cuesta del Totoral hermosa, con algunos bancos de niebla y llegamos a Catamarca donde decidimos dormir. Hasta ahí todo bien. Bueno, eso creía yo... porque el gringo color ladrillo, sin mostrar ningún síntoma, ya estaba herido de gravedad.
A la mañana temprano rumbeamos para La Rioja donde descendió pariente colado que traíamos de Salta, y que nos aprovechó para regresar a su pago riojano. Calor de locos. Refresco y otra vez en marcha rumbo a Chamical.
Esperábamos, con suerte estar en Córdoba tipo ocho o nueve de la noche. Serían las dos de la tarde. El asfalto se ondulaba con el calor, los vidrios abiertos para que corriera aire (caliente) en la siesta riojana. El motorcito ronroneaba feliz llevando el auto a unos 90 o 100 sostenidos.
De pronto, fuerte golpe atrás y abajo, como si alguien hubiese cerrado el baúl con fuerza. Nos miramos con la patrona (que era mi acompañante) con cara de extrañeza. Miré por el espejo... ¿se habría soltado algo? No. En el tablero todo normal... y en seguida, antes que pudiésemos decir nada, motor detenido. Rosario de luces rojas. Un vistazo al espejo, freno suave y a la banquina.
¿Qué pasó? ¿Se rompió algo? ¿Hubo alguna luz de alarma? No sé. No. No vi nada. Algo entiendo de mecánica y siempre llevo caja de herramientas. Y los repuestos clásicos: platino, bujía, tapa de distribuidor, diafragma de bomba, alambre, cinta, un pedazo de cable... no mucho más.
Lo de siempre: ¿se soltó algún cable? o ¿alguna manguera de combustible?, ¿humo?, ¿olor a quemado?, ¿salpicaduras de agua o aceite? Nada. Todo normal. Las dos verificaciones clásicas... ¿tiene chispa? Sí. ¿Llega nafta al carburador? Sí. Reconectamos todo y probamos. “¡Dale arranque Negra!” Nada. “¡Dale de nuevo!” Y quedó regulando como un despertador.
¡Uf! ¡Qué suerte! Guardamos todo, cerramos y otra vez en marcha, pero sin repuesta a la pregunta ¿Qué pasó? ¿Habrá sido la famosa burbuja por la bomba muy caliente? En fin.
¡Cruzamos dos o tres frases y de nuevo arrullados por el zumbido del motor y el bruto calor... tal vez unos treinta minutos de marcha y de nuevo... el golpe atrás y abajo y un ratito después... de no creer... ya lo presentía... ¡motor muerto!
Esta vez me bajé y decidido me le fui encima a la bomba de nafta. Ya sabía cómo sacarla trabajando desde arriba: como entrar las manos con herramienta, tantear las tuercas, aflojarlas y retirar la bomba.
Se desarma en un minuto y me quedé mudo: esperaba encontrar alguna de las valvulitas trabadas, pero... no... todo normal, el diafragma también. Armé de nuevo. Antes de desarmar otra cosa, por pura intuición, probamos.
“¡Dale Negra...!” no lo creerán: arrancó y quedó regulando lo más pancho. Lo hago corto (y cruel): nos dejó dos o tres veces más en ese día infernal. Siempre miré todo con cuidado, desenchufé, verifiqué esto y aquello, cambié diafragma de la bomba, controlé platino, etcétera, etcétera. Siempre nada anormal.
Llegamos a La Falda a eso de las 23... agotados, muertos de calor, engrasados, furiosos, frustrados. Paramos en el ACA a pedir que nos dejaran ponerlo en la fosa para ver de abajo qué estaría pasando... Un hombre mayor con aspecto de mecánico del lugar se compadeció y vino a ayudarme.
Le conté todo y me dijo: “es la bomba”. Yo pensé: el que sabe, sabe. La sacó (yo le conté que en la ruta la había sacado por arriba y cambiado el diafragma y ahí noté que me trataba con más respeto...) la llevó a un banco de trabajo, la desarmó, armó, probó (andaba al pelo... no me sorprendió) y dijo: “¡anda como un reloj!” La ponemos y probamos. Yo lo miré, casi con pena...
Me dijo: “venga, vamos a probarlo”. Fueron tal vez... unos diez minutos que aún hoy recuerdo con emoción. Iba a mil... en las esquinas, rebaje, freno de mano, sacaba la cola, cuando estaba bien apuntado, aceleraba a fondo y llegaba a la próxima esquina a 100, frenando de pánico, rebajando y revoleando la cola.
Satisfecho, regresó despacito y charlando, le elogié el manejo. Me miró, se rió y me contó que había corrido Rally varios años... yo temblaba todavía. Cuando paró en la playa de la estación donde esperaba mi esposa, el auto hacía tic...tic...tic... ¡hasta por el volante!
Yo pensé: “¡te merecés la paliza... tano desgraciado!” Le agradecí, quise pagarle y no aceptó de ninguna manera, nos saludamos... gracias amigo... ¡chau! hice menos de diez metros... y adivinen: ¡sí! ¡¡¡Se paró el motor!!!
Se acercó, yo me bajé y le dije: “¡A que no lo arranca!” No arrancó, por supuesto. Serían tal vez las 2 de la madrugada. Y ahí, con una cara que gritaba desconcierto, me dio una sabia opinión.
Me dijo: “jefe, no reniegue más. Deje el auto acá, nadie se lo va a tocar. Le consigo un taxi, llegue a su casa de una vez y en la semana lo viene a buscar. Se trae una bomba nueva, la cambiamos y se lo lleva”.
“Tiene razón”, le dije “Búsqueme el taxi por favor...” mientras, bajamos las valijas y bolsos con ropa, recuerdos, documentos y esas cosas.
Como a las 4 nos bajamos en nuestra casa, en Alta Córdoba. Nos trajo un tachero, hermoso Chevrolet Super bien cuidado, bastante nuevo, con el silencio y la fuerza de esos 6 cilindros americanos. ¡No había con qué darles!
Epílogo
Antes de seguir, con la mano en el corazón, arriesgue una opinión amigo lector. Yo tenía varias, ninguna de las cuales fue acertada. Bien, al día siguiente, o al otro, reintegrado al trabajo en la fábrica, un técnico que trabajaba conmigo y al que un auto jamás dejó a pie. Imagínense... se había hecho un helicóptero, todo, pieza por pieza, con motor de moto... miren si un auto lo iba a dejar tirado.
Me dijo: “¡me extraña ingeniero! No puede quedarse a pie por un problema de tanque, chupador, cañería, bomba, filtro, mangueras... ponga bidón en el techo bien atado, manguera flexible, alimenta por gravedad como las motos y se lo trae. En su casa lo desarma tranquilo”.
Eso hice. Me vine a casa de una sola primera... como un violín. Y una nueva intriga: no falló en más de una hora. El plan era: desde el tanque para adelante, bajo todo y lo reviso con lupa.
Pero no hizo falta: con el tanque en la mano, sentado en el patio, lo descubrí. Ese 128, de los primeros, tenía tapa de tanque a rosca, con junta de goma, hermética... pero hermética. El tanque respiraba por una manguerita flexible, transparente, con valvulita de resorte y bolita.
La lluvia en Tucumán, la tierra más adelante y el calor de La Rioja habían hecho un prolijo adobe de barro seco adentro. Por ahí, ni entraba ni salía aire. Cuando la depresión dentro del tanque por la salida de nafta superaba la succión de la bomba, adiós Pampa mía.
El golpe, era la carcasa del tanque, de chapa, que se deformaba por el vacío unos minutos antes. Casi como un aviso. ¿O sea, hubiese bastado con dejar flojita la tapa del tanque... pero... quién se daba cuenta de eso?
Cada vez que desenchufaba caños de combustible. ¡Las presiones se igualaban... por eso arrancaba en seguida! Todo cierra.
Limpié prolijamente, armé de nuevo... nunca más un problema. Era una joyita. Lo extraño. Pero que me hizo renegar... ¡seguro!
Sergio Eduardo Vicco
Lector/seguidor de Archivo de autos

Les dejo los enlaces de tres relatos fierreros reales, como este, escrito por lectores/seguidores de Archivo de autos:

https://archivodeautos.blogspot.com/2012/11/la-historia-de-como-llego-el-hupmobile.html

https://archivodeautos.blogspot.com/2013/03/rastrojero-un-buen-amigo-argentino.html

https://archivodeautos.blogspot.com/2014/03/nash-un-sueno-americano.html

Pueden leer todos los relatos publicados en el blog de Archivo de autos en este enlace: http://archivodeautos.blogspot.com.ar/p/relatos.html

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