Dicen que la economía es todo menos previsible y los hechos así lo demuestran. Quizás la explicación se encuentre en sus protagonistas, los humanos, especie impredecible hasta grado sumo como consecuencia de la combinación de dos tipos de actores: genios creativos y gestores incapaces. Sin embargo, este país ha conseguido generar un nuevo tipo que podríamos definir como directivo paralizado. Su actuación se ha vuelto previsible hasta la saciedad, dando lugar a una gris monotonía con consecuencias fatales sobre nuestras esperanzas de futuro. A las pruebas me remito, hace tres años publiqué un post que en 2010 reedite y vuelvo a hacerlo con la resignación de quien confirma la continuidad de la maldición.
LOS GENERALES BANANEROS
Los agoreros nunca han sido santos de mi devoción. Entre otras cosas porque soy de los que defienden a ultranza aquello de que el futuro no se predice, se construye. Pero el caso es que ayer revisando antiguos post de un blog difunto, me encontré con uno que escribí hace un año exactamente. Pasmado quede de mi clarividencia, hasta el punto de que quizás me dedique a echar cartas, huesos, garbanzos de Palencia y alubias de Tolosa para ganarme la vida con reposo y más slow que dicen ahora. En fin, es una desgracia, pero lo que escribí hace doce meses es, si cabe, más cierto hoy. Y para prueba, reproduzco el viejo post.
QUE INVENTEN ELLOS El ejercito de las empresas cuenta con un exagerado número de generales y alta oficialidad en España. Los soldados profesionales – con contrato indefinido – y los de reemplazo – contratos precarios – suman una cifra nada desdeñable pero que no se corresponde con la oficialidad dispuesta a ejercer mando de plaza. Mientras el escenario se mantiene estable, es decir se viven “tiempos de paz”, la situación resulta llevadera. Las rutinas diarias, perfectamente protocolizadas, permiten vivir sin sobresaltos y hasta permitirse pequeños vicios como el que pude contemplar hace algunas semanas en el punto de control de una gran corporación energética cuando el agente de seguridad me proporcionó la tarjeta de acceso mientras pulsaba pausa en el juego de estrategia que exhibía la pantalla de su monitor. Quizás hemos disfrutado de un excesivo periodo de paz que puede conducirnos a una situación comprometida a poco que el escenario global sufra modificaciones. Una paz que ha traído confianza y autocomplacencia al generalato empresarial, hasta el punto de que su grado de tolerancia al riesgo sea casi igual a cero. Incluso cuando estos profesionales reciben ofertas, una de las primeras cosas que se pone encima de la mesa de negociación es la condición de preservar su antigüedad y beneficios sociales. Cambiar sí, pero sin asumir riesgos. La situación se torna alarmante cuando tan sólo estamos hablando de “riesgo” y no llegamos a plantearnos la posibilidad de asumir un cierto grado de “incertidumbre”. ¿Qué diferencia a ambos conceptos? Frank Knight, el economista – filosofo (economist as philosopher, not economist as scientist, J.Buchanan), la describió acertadamente en su mejor ensayo Risk, Uncertainty and Profit (Riesgo, Incertidumbre y Beneficio). El Riesgo es un factor aleatorio con probabilidades conocidas o al menos predictibles. La Incertidumbre es un factor aleatorio con probabilidades desconocidas. La empresa y sus directivos viven en situación constante de riesgo aunque ellos no lo tiendan a catalogar así. Su misión es asegurar las rentas de los factores productivos soportando el riesgo de la actividad económica de la empresa. El objetivo final es el beneficio, entendido como recompensa al riesgo asumido. Es un juego con ciertas connotaciones peligrosas, los generales conocen el precio cierto de sus factores productivos, pero deben establecer previsiones sobre la demanda, tanto en su cantidad como en su precio. Es el conocido binomio costes ciertos – ingresos inciertos. Pero, en cualquier caso, es un riesgo asumible cuando no obligado por estrictas razones de supervivencia. En tiempos de paz se asumen riesgos, inciertos pero controlados. El problema surge cuando la estabilidad parece acabar y las predicciones a corto plazo no son tan seguras. Es entonces cuando la Incertidumbre sustituye al Riesgo. Y es entonces también cuando los generales intentan conseguir los mismos resultados bajo el mismo riesgo, pero evidentemente esto ya no tiende a funcionar. La situación ha cambiado y ya se sabe: si haces lo de siempre, llegarás a donde siempre. Ante la Incertidumbre sólo es posible una respuesta: cambio o como se le llama últimamente INNOVACIÓN. En este país hemos pasado de la gran fiebre de la Calidad a la gran pandemia de la Innovación. Pero ha sido un mero cambio conceptual. Los hábitos continúan siendo los mismos: gerencia, corto plazo, seguridad, riesgos mínimos y asumibles. En conclusión, llamamos Innovación a todo un catálogo de curiosas actuaciones: • Mejoras sobre procesos o modelos de negocio que no impliquen alto riesgo, pero que produzcan rentabilidad, cuando menos de imagen. • Despliegue de tecnología estandarizada y a ser posible subvencionada por las administraciones públicas. • Desarrollo de ayudas a las pymes que acaban por convertirse en un plan prever para actualizar el parque ofimático. • Creación de certificaciones a la manera de la Calidad que arañan la superficie de la Innovación, pero no acometen el proceso operativo de la misma. • Tímidos acercamientos a procesos de innovación incremental renunciando a los de carácter radical o como mucho esperando la oportunidad de un “me too”. Podría continuar de forma indefinida con la descripción del catálogo, pero no tiene demasiado sentido ser agresivo en la denuncia de una situación que está a punto de pasar su factura. Por encima de los rumores y optimistas mal informados, parece haber una cosa cierta: se acercan tiempos de incertidumbre. Podemos llamarlo progresiva desaceleración, cambio de ciclo, ligera modificación de expectativas, reajustes estructurales o como quiera que se nos ocurra, pero lo cierto es que se aproxima un momento de incertidumbre que no quiere decir necesariamente un tiempo de crisis y recesión. La incertidumbre, como afirmaba Knight, es un factor aleatorio con probabilidades desconocidas, es decir un PROBLEMA en toda regla ya que denominamos así a aquellas situaciones cuya solución desconocemos. En consecuencia, los hábitos y rutinas que practicamos no van a ser la solución a estos problemas: si hacemos lo de siempre, llegaremos donde siempre. El terrorismo vasco, la cuestión vasca, como quiera que la llamen unos y otros no ha sido ni es un PROBLEMA, sino más bien una MOLESTIA. Es una situación enquistada sobre la se practica el mismo rito operativo desde hace ya cuarenta años. Es una situación que exige innovación en términos de nuevas formas y maneras, sólo entonces podrá tener la consideración de problema. Pero volviendo a la esfera económica, la situación que se avecina puede ser similar. Si insistimos en aferrarnos a los modos y maneras que nos han proporcionado prosperidad en las últimas décadas, estaremos cometiendo el error de valorar la situación como MOLESTIA que habrá que soportar hasta que el temporal amaine. Es el momento de convertirnos en innovadores más allá de los conceptos y las modas, el momento de hacer cierta la teoría del “espíritu emprendedor” de Schumpeter que no es otra cosa que pararse a analizar, generar el escenario, producir la invención y desarrollar la innovación que habrá de generar valor. El generalato tiene que pasar de las tácticas rutinarias de las maniobras a la generación de estrategias características de los líderes y no pueden contentarse con perfiles de líder transaccional que no son otra cosa que gerencias disfrazadas de welfare state, ni anclarse en un liderazgo transformacional que inspire a la soldadesca. Son necesarios líderes emprendedores que arrastren y asuman la incertidumbre como una oportunidad y nunca como una amenaza, líderes que compartan su liderazgo. Si el generalato no reacciona puede acabar encontrándose con un inesperado Annual en el peor de los casos o bien conformarse con el ostracismo y verse relegado una vez más a comparsa de los auténticos innovadores. Como diría Ortega: ¡Que inventen ellos!