Porque nuestro héroe, Ari Ben Canaan,comandante de la resistencia israelí no violenta (la Haganá) antela ocupación británica de Palestina, no se limita a ser un luchadordotado de un sentido del deber, una astucia, una mirada estratégicay una determinación voluntarista a prueba de la más dura presión—tantas como para ser capaz de llenar un barco con 600 hombres,mujeres y niños y someterlo a una huelga de hambre hasta que lasautoridades británicas no autoricen su salida de Chipre, rumbo a latierra prometida—.
Ari Ben Canaan, más allá de talesvirtudes (más propias del ámbito militar que de cualquier otro), estambién capaz de estar pendiente de los avatares de su familia (suspadres, hermanos; incluso su tío, entregado a una “desviaciónviolenta” de la causa común que ambos comparten), honrar laamistad de su bien amado Taha, hijo del muftí de esa milagrosa comunidad mixta (árabe-israelí) en la que viven. Y,sobre todo, es capaz de enamorarse; un amor reposado y maduro, que esel que le brinda la enfermera viuda y estadounidense Kitty Fremont,esa mujer que, tras sus titubeos iniciales, termina tambiénentregándose a una causa a la que no la empuja más convicción quela del amor por un hombre íntegro (y, todo hay que decirlo,inmensamente atractivo; pocos embajadores de la causa sionista habrángozado de encarnadura más deslumbrante que la que a éste brinda unPaul Newman en el esplendor de su belleza).
Si aún no han caído rendido a susencantos a lo largo de tan descomunal despliegue de virtudes, no mecabe duda alguna de que no serán capaces, amigos lectores, deesquivar una lágrima furtiva viéndole declamar un sentido epitafio,doloroso y furibundo a la vez, a los pies de la tumba de dos de susseres más queridos: Ari termina comprobando cuánta verdad había enlas palabras de su tío Akiva —no hay nación cuyo surgimiento noprovenga de la sangre derramada de lo suyos—, y asume, desde laimpotencia y la rabia, que la lucha continúa. Pero ésa ya seráotra historia (y no de ficción…).
* Los buenos buenosos XII.-