Pero la aparición de un fenómeno que en términos históricos puede ser considerado reciente y novedoso estimuló el surgimiento de nuevas ilusiones: nos referimos al decaimiento de la influencia religiosa en el mundo actual, no porque la religión prometa menos, sino porque los hombres van dejando de creer en sus promesas. Por un lado, acompañando los impresionantes avances de la ciencia, el espíritu científico se ha robustecido en las capas superiores de la sociedad, los investigadores han debilitado la credibilidad de los documentos y las reliquias religiosas, y los estudios comparativos demostraron las analogías y derivaciones que vinculan a las creencias actualmente veneradas con las creaciones espirituales de las civilizaciones primitivas; por otro lado, esos mismos avances alimentan a la corriente ideológica más característica de nuestra época: la que reniega de las religiones, mira hacia el futuro con ilimitado optimismo y deposita todas sus esperanzas de alcanzar la felicidad en el poder mágico de la revolución, el prodigioso abracadabra que dará comienzo a una sociedad libre de imperfecciones, le pondrá fin a la desigualdad y los conflictos entre los hombres y realizará el paraíso en la tierra.
Si el sueño de la revolución ocupa un lugar especialmente inquietante en el dilatado repertorio de las ilusiones, ello se debe a los torrentes de sangre y esclavitud que desató su reinado, generador de sucesivos infiernos reales emplazados en representación del ilusorio paraíso marxista; sin embargo, las ilusiones que estimulan nuestra fantasía no suelen ser tan ferozmente destructivas: a la famosa inutilidad de la astrología y el espiritismo, que no disminuye el glamour de los espíritus parlantes ni atenúa el encanto de las predicciones, se le suma la virtud de ser inofensiva.
Pero dejemos que los sueños vetustos reposen en el gabinete de los sociólogos para sumergirnos en el vibrante tumulto de la actualidad, donde una casta de gente aguda y sofisticada se entrega a la ambiciosa ilusión del arte contemporáneo, alimentada por la impenetrable teoría del readymade, cuya dinámica la hace tan prodigiosamente volátil e insaciable como para contener a todas las demás ilusiones, junto con las restantes cosas que pueblan el universo.
Semejante universalidad debería bastar para que los creyentes en el arte contemporáneo alcanzaran la plenitud, pero en su camino hay un escollo que a pesar de todos los esfuerzos no han logrado remover: se trata de la apatía, la indiferencia y la incredulidad de la gente que opta por la razón y rechaza el sistema de clasificar como obra de arte a todo lo que se mueve y lo que no se mueve, lo que respira y lo que no respira, de acuerdo con ciertas claves absolutamente herméticas e inaccesibles para los no iniciados.
Condolidos por esta situación, que en nada contribuye al entendimiento y la armonía entre los diferentes sectores sociales, y con el ánimo de contribuir a acercar las posiciones, hemos elaborado un sencillo instructivo de seis puntos para lograr que el ciudadano común asuma como propia la ilusión del arte contemporáneo:
1) La palabra Arte es un equivalente al Om del hinduismo y el budismo, que contiene a todo el universo.
2) Si la mencionamos repetidamente: Arte, Arte, Arte, nos introduce en la matriz de la iluminación.
3) Arte, Arte, Arte es el estado alfa que nos libera de la razón y nos permite acceder a la Credulidad Ilimitada.
4) Arte, Arte, Arte es la entidad superior que refuerza la autoestima, afirma la identidad y nos proporciona un envidiable barniz de refinamiento y distinción.
5) Y si no confía en los contenidos espirituales, piense en Arte, Arte, Arte como la fuerza que multiplica por mil o por cien mil el precio del viejo colchón, la foto desenfocada o el caballo muerto que había pensado tirar a la basura.
6) Olvide sus reparos: el arte contemporáneo es absurdo, es irracional. Pero es Arte. Lo dicen los principales medios de comunicación. Y está de moda.