Arte BA y el salón de la señora Verdurin

Por Deperez5




De arriba hacia abajo: "5%", al precio de 3.000 dólares; libros inestables en Ruth Benzácar y premio Petrobras: una "investigación" sobre perros
Para figurar en el salón de la señora Verdurin, frecuentado por los inolvidables personajes de Proust, los invitados debían cumplir la condición “única e indispensable” de adherir a un credo, cuyo primer artículo indicaba que el pianista protegido aquel año por la señora Verdurin era muy superior a Rubinstein y a Planté.


En el caso de Arte BA, el credo establece que los iniciados deben compartir la creencia en la expansión de los límites del arte, condición ineludible para ingresar a un ámbito donde ya no es la excelencia de la obra lo que define la condición de artista, sino que es el artista quien trasmite la calidad de obra de arte al más prosaico e inesperado de los objetos.


En este mundo puesto patas arriba, preguntar por los méritos que determinan el otorgamiento del titulo de artista es un acto inamistoso, y equivale a plantear un intríngulis que nadie puede responder.
La reconocida artista conceptual Graciela Sacco, profunda conocedora del medio y representante argentina en la Bienal de Venecia 2001, lo expresó con mucha claridad en una entrevista publicada en la revista cultural del diario La Nación (30/4/2010): “En muchos lugares siento un vacío terrible, sobre todo en las ferias. Con la globalización, los lugares de poder construyen las mismas miradas que pasan de un lugar a otro y repiten un modelo sin saber por qué. Nadie entendió nunca la diferencia entre estar y no estar, por qué éste se quedó afuera acá y en la otra es Jesucristo Superstar, y quién y por qué está legitimando”.


La reflexión de Graciela Sacco se acomoda perfectamente a la feria Arte BA: no se sabe quién y por qué está legitimando, y no se podrá saber jamás, porque en un mundo del arte puesto patas arriba la condición de artista ya no surge de la obra; se ha perdido la conexión racional que nos conduce desde el deslumbramiento ante Las Meninas hasta la noción de Velázquez como un gran artista.


Lo que queda es esto que abunda en una Arte BA fuertemente ideologizada, donde el esfuerzo por imponer la creencia en el arte expandido deriva en un sistema de fuerte control y múltiples exclusiones, como lo demuestra la ausencia notoria de muchos buenos pintores argentinos, que cabría comentar con el dicho de Macedonio Fernández, “faltaron tantos, que si faltaba uno más, no entraba”.


Abundan, sin embargo, entre numerosas fotografías y algunos videos, las pinturas de talante adecuadamente rompedor y moderno, y hasta se pueden ver algunas obras de Quirós, Berni, Fader o Gurvich, admitidas en el pabellón de la Feria con una doble finalidad: por un lado se consigue camuflar la vacía extravagancia de las obras conceptuales, y por el otro lado se instala una ficción de continuidad, dando a entender que entre una buena pintura y un artefacto recogido en la calle existe alguna clase de vínculo.


Más allá de esas pinturas, el verdadero espíritu de Arte BA, la punta de lanza que expresa su proyecto cultural y financiero, claramente postulado como propio en el editorial del diario La Nación del 29/06/2010), titulado “Una fiesta de la cultura: arte BA”, reside en el repertorio conceptual, cuya vigencia afirma el protagonismo de la burocracia curatorial y agiliza la circulación de dinero público hacia su caja.
Ese espíritu se materializa en la galería norteamericana Dot fifty one bajo la forma de un largo trozo de tela oscura, firmada por Raquel Schwartz, que cuelga de la entrada del stand hasta el piso, al precio de 6.500 dólares; en GC Estudio de Arte es una foto de una serie de diez, tomada por Ramiro Larrain, del Cristo de santería montado sobre un bombardero norteamericano por León Ferrari, al precio de 10.000 dólares; en la galería española Blanca Soto, un muñeco “transformer” de treinta centímetros de alto por 6.500 dólares; en Ruth Benzácar, una maqueta de biblioteca con libros cayendo, firmada por Sebastián Gordín, a 18.000 dólares; en Lordi, una serie de ocho licuadoras conteniendo pintura de distintos colores, a 8.000 dólares cada una; en la mexicana Brummell, a 650 dólares cada una, una serie de fotos del mexicano Horacio Cadzo, tituladas “Proyecto de destrucción del traje”, que lo muestran en distintos momentos del año que dedicó a usar el mismo traje; en la galería holandesa Mirta Demare, un gran número 5 y el signo %, realizados en metal por la artista argentina Alicia Herrero, al precio de 3.000 dólares (la desesperada dueña de la galería, que no había logrado vender ni una obra, se mostró sorprendida y desilusionada al comprobar que nadie conocía a Herrero, a pesar de ser muy conocida en Holanda); en la sala argentina Nora Fisch, la palabra “mercado” compuesta con filas de monedas por Cristian Segura, a 3.000 dólares; la mexicana Arroniz exhibió una serie de trozos de cartón con leyendas impresas (no son cualquier cartón, alegó el representante de la galería, porque el artista Moris los rescata en los escenarios de hechos violentos), a 7.000 dólares la serie de tres, que completa una frase; en la brasileña Oscar Cruz, otra maqueta con libros caídos, de Gordín, también a 18.000 dólares; en la galería Del Infinito, una silla despedazada por Ennio Iommi (ver foto), a 80.000 dólares.
Pero el conceptualismo puro y duro adquiere su expresión más extrema en el premio Arte BA - Petrobras, pensado por el comité organizador como la nave insignia que define la identidad de la Feria.
En esta edición del Premio participaron cinco proyectos elegidos entre varias decenas, cuyos autores recibieron 12.000 pesos cada uno para concretarlos: una pista de skate con patinadores en acción; un simulacro de cráter que contiene un simulacro de orquesta oriental; una construcción de cilindros de madera con leyendas patrióticas; dos elevadores de obra con herramientas de transporte que servirían para instalar ferias de arte, y un simulacro de investigación sobre costumbres perrunas, mostrado a través de fotos y documentos, que recibió el premio único de 50.000 pesos.
Impulsado por el fundamento ideológico de la expansión de los límites del arte, este repertorio de extravagancias, que no cede ningún espacio a los criterios mínimamente racionales u objetivos de evaluación, nos devuelve al lúcido diagnóstico de Graciela Sacco:
“Nadie entendió nunca… quién y por qué está legitimando”.
Sin embargo, a pesar de que Arte BA y las principales ferias y bienales internacionales dan cuenta de que el conceptualismo ha logrado ejercer el dominio absoluto sobre el mundo del arte, la victoria tiene para ellos un regusto amargo.
Y es que, a pesar de los tesoneros afanes de críticos, teóricos y curadores y del apoyo de los grandes medios de prensa, que unen sus esfuerzos para lograr que cada vez más coleccionistas compren cartones y pistas de skate, el público se resiste a creer que algo es arte sólo porque alguien lo puso en Arte BA.
De nada vale que las animosas señoras Verdurin del conceptualismo exalten las portentosas cualidades de “lo más contemporáneo”, o que apliquen a los réprobos, porque prefieren seguir creyendo que el arte es algo bonito que se cuelga en la pared, el dictado de ignorantes y reaccionarios.
Arte BA ha cerrado sus puertas hasta el próximo año; las señoras Verdurin nos dirán que la Feria ha logrado un extraordinario éxito de público y de ventas, y que la gente desfallece de ansiedad por comprar arte contemporáneo... pero yo no me lo creo.