Sin ser una novedad, y gracias al respaldo de los avances tecnológicos de la última década, los códigos QR se han consolidado sin excesivos traumas en nuestras vidas, convirtiéndose en una realidad publicitaria que sin ser sofisticada –no nos olvidemos del código de barras, su hermano mayor– ni, francamente, estética, ha tenido tiempo de dar frutos ajenos a su función original.
Esas aplicaciones llegan de territorios artísticos, siendo uno de los más llamativos The Politics of Time, la muestra que Kyle Trowbridge presentó el año pasado en la Dorsch Gallery de Miami. En ella, las obras de Trowbridge iniciaban un diálogo entre tecnología y pintura que requería de la interacción final del público. Primero, disfrutando de sus lienzos, de más de 2 m2, inmensos códigos QR que evocaban a la abstracción geométrica sin perder su funcionalidad contemporánea. Con referentes tan envidiables como las Cartas de Colores de Gerhard Richter o el Broadway Boogie Woogie de Piet Mondrian, Trowbridge obligó a dos irreconciliables, tradición e innovación, a coexistir entre las dimensiones de un lienzo y, aparte de hacerlo en armonía, les pidió que en ningún momento se olvidaran del público, que podía usar sus móviles para escanear la obra y recibir un último texto de parte del autor, curiosas frases como “una imagen vale más que 1.000 kilobytes” o “nunca he disfrutado del precio de la libertad”.
Kyle Trowbridge en la Galería Dorsch
Por otra parte, The optimal value fot y, otra muestra de 2011 centrada en los QR, iba más allá del exponer y escanear ofreciendo los códigos en un contexto más complejo, como piezas de una obra mayor, ya sea formando imágenes fácilmente reconocibles o retratos de personajes clave en 2011, como, por el ejemplo, el líder libio Muamar el Gadafi.
Tras el proyecto se encuentran dos artistas en colaboración, Ray Sweeten y Lisa Gwilliam, que bajo el nombre DataSpaceTime lograron que todo código presente en la muestra ofreciera información y enlaces a vídeos de Youtube. Automáticamente, la imagen plana ganaba contexto, profundidad y un elemento poético, porque algunos de los wallpapers expuestos enlazaban con el NGRAM de Google Books, una herramienta literaria que les permitió recuperar palabras de cinco letras poco usadas en la literatura anglosajona.
Y repasadas las galerías, no queremos olvidarnos de espacios del tamaño de nuestro entorno urbano. El QR Stenciler, desarrollado por F.A.T. Labs es una curiosa herramienta que permite transformar cualquier código QR en un archivo PDF listo para ser manipulado, editado e impreso para corte.
Moda o no, los códigos QR han demostrado ser algo más que una herramienta comunicativa, o puede que el mérito esté en los artistas, que han sabido sacarle jugo a una invención que, no nos engañemos, tampoco está hecha para durar.