Artistas que hacen catacrock

Por Gemahc
Artista es una palabra muy manida, un saco en el que caben demasiadas cosas. Preferiría hablar de profesionales de la creación, de la construcción artística. Pero es mucho peor. Primero: ¿A qué llamamos profesional en este campo?; luego: el adjetivo "artística" nos acaba dejando igual que el sustantivo artista del principio. Y lo peor de todo es eso de la "construcción", palabra que en estos tiempos que corren nos da un poco de urticaria.
Así que, con vuestro permiso, hablo de artistas a secas (de artistas plásticos en este caso), con todo mi respeto, eso sí.
Y hablando de artistas, hacer catacrock significa (al menos en esta entrada) haber encontrado un filón y estar preso en él. Cosa que tampoco está mal...
Os pongo un ejemplo: Antonio Saura.
Saura encontró un lenguaje plástico muy potente. Una manera de hacer, un estilo sincero, interesante, contundente, valioso, una maravilla. Pero esa maravilla era un callejón sin salida.
Me imagino que fue muy emocionante dar con aquello, una vía abierta a pintar tanto... y sin embargo a partir del cuadragésimo cuadro... ya estaba... ¡Catacrock!
Tiene todo el derecho, Saura, a seguir por esa vía, a repetirse, a copiarse a sí mismo. Es su descubrimiento, su camino. No deja de ser honrado. Pero me parece una maldición.
Y simpatizo muchísimo más con, por ejemplo, Malévich, que también descubrió un interesante filón con su pintura suprematista, llegando hasta su círculo negro, o su blanco sobre blanco para, poco después, pintar campesinos con cilindros de colores y casitas, pasando en algunos casos de los colores planos y rotundos a delicadas texturas en los fondos, y, al final, de las caras planas y vacías al detalle en los rasgos.
Me encantan los campesinos de Malévich, sus muchachas, sus casas, y su caballería roja.
Me parece una lección de humildad.
Y creo que esos cuadros sólo se entienden desde los anteriores suprematismos, que sin pasar por aquello nunca habría podido pintar esto.
Descubrió algo, algo potente, incluso necesario, y lo llevó hasta el final. Ahí lo tenemos. Es nuestro. Nos lo ha dejado. Y después continuó pintando, explorando, estudiando, creciendo. Y yo se lo agradezco. No rompió con lo anterior en absoluto, simplemente no hizo catacrock. Lo más natural debería ser continuar.

Y quiero poner otro ejemplo, de dos artistas inevitablemente comparados, uno catacrockizado y el otro no.
Empezaré con el que no hizo catacrock, ya que su propio discurso me ayuda a explicarme: Hablo de Jorge Oteiza, ese señor apasionado que hacía cajas, ese hombre que uno se imaginaría dando golpes a un hierro y deformándolo, salpicándolo, retorciéndolo, y sin embargo hacía bocetos de silenciosas esculturas utilizando tizas prismáticas.
Oteiza dijo que uno es escultor mientras aprende a hacer esculturas, cuando ha aprendido a hacer esculturas ¿para qué va a seguir siendo escultor?

En Oteiza no se puede dudar de la coherencia de su obra. No es como en Malévich, en quien el cambio de apariencia nos puede confundir. Sin embargo Oteiza no se estanca en ningún momento, siempre da un poquito más, y cuando decide que ya ha aprendido a hacer lo que quería hacer, deja de hacer, al menos en esa línea.
Y, claro, el que hizo catacrock fue Eduardo Chillida. ¡Pobre! ¡Toda la vida comparándole con Oteiza!.
Chillida consigue una belleza en sus esculturas que he visto en muy pocos. Es un buen artista. Es un profesional. Pero hizo catacrock... Y no sé qué más decir, a la vista está.