Asimilando

Publicado el 01 julio 2024 por Claudia_paperblog

En Colombia me daban mucho de comer. Nos levantábamos a las 10 de la mañana y tenía preparado mi chocolate con queso, media papaya y una tostada con huevo. A las 12 íbamos a comer a casa de la tía Gaby o de la tía Leo y me llenaban el plato de arroz blanco con papas o verduras y un pedazo enorme de carne de res. «¿De qué querrá las empanadas? ¿De carne o de pollo?». El pollo no es carne se ve. La venezolana, que ahora no recuerdo cómo llamaban, tenía una parada a la vuelta de la esquina con las mejores arepas y empanadas. Las arepas me encantaban, las empanadas eran aceitosas, mejor la empanada gallega. Él dirá que la argentina, la de Tina, la madre de su amigo. No recuerdo si se llamaba Tina y tampoco recuerdo el nombre del amigo, me viene a la cabeza Ángel, pero sé que no es. Axel. Lo acabo de recordar.

Ascendiendo un volcán de nuevo, me acuerdo de los dos. Uno no pudo llegar a la cima, el otro me habría odiado durante las 4 horas de subida a las 2 de la mañana, pero le habría encantado descender por la arena haciendo surf con los pies. Qué sensación. «What a feeling», que escribió él en Instagram, los pies descalzos, la foto era de noche. Me fijé en esos mocasines pijos desde el primer día y supongo que eran de ella.

El lago me recuerda a Noruega y al mal tiempo que nos hizo. Nadie se baña aquí tampoco. Los hombres pescan, la mujer tiene el pescado limpio y abierto, secando al sol. También hay chiles y ajos rodeados de moscas. Barre en la orilla, como si fuese su casa. Puede que se parezca al lago frío al que él iba, nunca lo sabré. Se me olvidan todos los nombres. Supongo que es irónico teniendo en cuenta los cientos de veces que me hablaba de esos lugares y me explicaba las mismas anécdotas. «Vuélveme a contar aquella historia, van ochenta veces, pero vértela narrar es pura gloria». En ocasiones, le decía eso, porque me encantaban sus historias. Otras, con mi voz de repelente y alargando la vocal final: «Ya me lo contasteeee». Ya no sabe qué historias repito una y otra vez, antes quizá eran la del autostop en que acabamos en un camping pijo, o la de cómo nos conocimos, o las ocurrencias de la yaya o mis peleas con la mama. Ahora sería la del buceo, la de mi participación en un ritual animista, la de mis padres adoptivos chinos, la de la multa en moto.

Pienso mucho en Alex de Timor. Me acuerdo de cuando caminamos por la montaña avanzados al resto del grupo. Nos parecemos demasiado y eso me asusta. Se encariña con las bicicletas que tiene en cada ciudad que vive y luego se las lleva a casa de sus padres aunque estén para el arrastre. Le interesan muchas cosas, tantas que me asusta. Me explica que en Francia hicieron un experimento en el que colocaron un microchip a varias bicis para hacerles un seguimiento una vez robadas. Todas ellas acababan en menos de media hora en un camión de camino a Bulgaria o a Rumanía.

Es el que más se informa sobre todos los lugares que visitamos, sabe de la historia reciente del país y se comunica en portugués con la amable gente de allí para escuchar sus historias sobre la guerra y sobre la masacre indonesia.

También me enseña con la ilusión de un niño pequeño el libro que se compró sobre vida marina. En realidad, sobre peces más bien. Pasa las páginas y aparecen ante mis ojos imágenes ilustradas de más de veinte tipos de pez payaso o de trigger fish. Me dice que lo peor es que cada pez tiene un nombre distinto en cada idioma.

No podría tener una relación con alguien que no hablase o bien francés o bien español. Las gafas de sol gigantes le parecen un red flag. Sin embargo, a veces se siente atraído por las pijas.

Ve cosas maravillosas donde yo solo veo normalidad. Sus ojos tienen un filtro diferente al del resto. Me gusta leer su diario de viaje porque entonces mi viaje se vuelve todavía más increíble bajo su prisma.

«Sabun, lunch is ready», viene gritando y entre risas desde la cocina improvisada. San me pregunta si lo he entendido. No sé a qué se refiere. Me ha llamado «sabun» porque mi nombre es una marca de jabón aquí, me explica. Me echo a reír. Siempre que le hablo en inglés, me contesta en sasak y estalla en carcajadas. Tiene ojos de pillo.

Quiero aprender sobre hormigas, quiero saber cómo han evolucionado los animales que ahora se alimentan de los restos de comidas procesadas que los humanos dejamos como los monos o los insectos. ¿Pueden tener ellos también problemas de salud?

También tengo pendiente escoger un buen libro sobre herbología. Quiero cuidar con las plantas, quiero que no se pierda el conocimiento. Quiero llevar a la playa a mi abuela y que no le vuelva a doler la espalda y que siga caminando y feliz. No quiero verla nunca postrada en una cama. Siento que me he perdido sus últimos meses buenos.