Reservamos para cenar en Madrid en el mes de Agosto, en horario casi infantil (a las 20:30) y el local estaba vacío.
La decoración, marinera y cuidada, acorde a la temática y los platos que se servirán. Tal vez por la hora, el servicio correcto aunque un poco desordenado, con demasiado tiempo de espera para pedir, o el pan (gallego, fantástico) que llegó una vez terminado el primer entrante.
La carta es tiene como base el producto gallego, con toques exóticos, no siempre del todo acertados. Pedimos:
- Bonito en agridulce de pimentón y algas: El pimentón era picante, y escondía en exceso el sabor del bonito.
- Pulpo a la llama con curry verde: Regular. A mi parecer, un producto como el pulpo admite pocas variaciones sobre lo tradicional
- Ración de empanada del día: Tradicional, aquí sí, y muy buena. Por ponerle un pero, tal vez podrían servirla un poco templada.
- Bacalao con pakchoy, papada y caldo de jamón ibérico: La combinación del caldo de jamón con pescado ya la habíamos probado en alguna ocasión. Combina bien.
- Pechuga de galo celta, garbanzos y aguacate: Nos advirtieron anteriormente de que la pechuga venía poco hecha, por estar marinada, pero a nuestro parecer, estaba en su punto.
Para rematar, para mi gusto, el mejor plato: "Me pierde el chocolate". Acertadísimo nombre para un postre abundante que agrupaba chocolate en todas sus variantes y texturas. Fabuloso.
Éramos dos con un niño y aunque parezcan muchos platos, las raciones eran pequeñas y no sobró nada. Al final, una cuenta no barata (96 €) por una comida con sabores peculiares.