O qué significa la ley del espejo y cómo podemos utilizarla para conocernos más y querernos mejor.
Os cuento una pequeña anécdota reciente. Estaba buscando sitio en el autobús para una viaje, cuando me senté aleatoriamente al lado de otra pasajera: se trataba de una mujer morena, de mediana edad, equipaje algo aparatoso, bonitos ojos azules y seria de mascarilla. Mi idea era dormitar un rato, porque faltaba tiempo para llegar a destino, y yo siempre ando corta de sueño, pero al final y como suele suceder, nos enganchamos a hablar y al cabo de media hora, se me habían pasado las ganas de siesta y ya me sabía toda su vida y milagros.
En algún punto de la conversación, me di cuenta de que mi compañera de asiento se trataba de una de esas personas que se pasan la existencia quejándose de todo y de todos. La clase de persona que anda por el mundo con lupa buscando todo tipo de imperfecciones, la clase de persona que vive en una sempiterna mezcla de angustia (¿cómo puede funcionar todo tan mal?) y complacencia (me reafirmo en lo bien que lo hago yo). Todos conocemos a alguien así en nuestro entorno.
Lo más interesante de la historia se vería más adelante. Durante el trayecto, se me quejó amigos, familiares y conocidos con personalidades y actitudes muy erróneas y molestas.
En la llegada nos dispersamos, pero quiso la suerte que nos reencontrásemos más tarde y pasáremos un tiempo juntas y con otras personas.
Y ocurrió exactamente lo que había previsto desde el viaje en autobús. Empezó a tener los mismos comportamientos, calcados hasta el mínimo detalle, de los que se había quejado tan amarga y apasionadamente al verlos en los demás.
Lo veía venir, y no porque tenga poderes mágicos: simplemente observad qué le molesta más a una persona de los otros , y verás una parte de ella que se está escondiendo a sí misma.
En esto se resume la famosísima ley del espejo, amigos lectores.
Cada personalidad, como cada vino, es única: y contiene una mezcla de matices y aromas distintos. Pero nuestros comportamientos neuróticos aprendidos, son bastante clónicos. Por sus defensas los conoceréis.
En fin ¿qué nos gusta mucho, mucho, de la cacareada ley del espejo?. Pues aparte de su nombre, que es muy sugerente, nos gusta mucho porque si somos un poco espabilados, la podemos usar para acceder a nuestra materia oscura, a esa parte del universo de nuestra personalidad a la que nos da tanto miedo mirar a la cara, pero que tantos problemas y desentendimientos nos causa a diario.
Y ahora me preguntaréis ¿y qué tiene eso de bueno? Hasta aquí quería yo llegar, porque entonces yo os contestaría: ¿y qué tiene eso de malo?
Muchos conceptos de autoayuda y psicología se confunden y se malinterpretan enormemente. Uno de ellos, es el concepto, maravilloso, de aceptarse a uno mismo. Pero este concepto debe ir, obligariamente, como el ying y el yang, y como Pin y Pon, junto a lo de conocerse a uno mismo. No tiene mucho sentido aceptarse sin conocerse ¿qué diablos estás aceptando, pues?.
Lo que ocurre cuando uno intenta aceptarse sin conocerse en profundidad a sí mismo, es que lógicamente, esa aceptación la busca desde fuera hacia adentro: la busca en los demás. Y ahora volvemos a nuestra deliciosa ley del espejo: resulta que ese lado oscuro que nosotros no queremos ver, está totalmente expuesto a los ojos de las personas de las que escogemos rodearnos y que precisamente vienen atraídas o enganchadas por todo ello que emitimos sin saberlo.
Por poner un ejemplo más terrenal: es como si hubiésemos robado un millón de eurazos y creyésemos que los teníamos bien escondidos y resulta que todo toda la mafia china de tu barrio sabe lo que has hecho y dónde lo tienes y están deseando robarte. Y vas a tú y te pones a quejarte de que últimamente sólo conoces gente que quiere quitarte la pasta.
Ladrón que roba a ladrón…
Volvamos al asunto de conocerse a uno mismo. No es fácil acceder a los rincones dudosos de uno, como le ocurría a mi compañera de viaje. Todos queremos ser los más buenos, los más éticos, los más leales, los más sinceros y los más guapos, si cabe y no se nos suele dar muy bien eso de reconocer que somos tan ambivalentes y puñeteros como el resto de las personas. Algunos más pulidos, otros más en bruto, pero absolutamente capaces de ejercer los siete pecados capitales y alguno que otro más, si se tercia.
¿Cómo utilizar la ley del espejo con total provecho y además, divertirse en el intento? Es sencillo, los seres humanos aprendemos bien por imitación, simplemente observa y escucha, encontrarás ejemplos de la ley del espejo constantemente: la proyección es uno de los vicios más comunes y cotidianos que ejercemos los unos contra los otros y por ende, contra nosotros mismos.
Aquí tenéis un breve resumen del mecanismo de la ley del espejo:
Existen fallas en nosotros mismos, características problemáticas que tenemos la posibilidad de conocer y trabajar. Sí, tú también las tienes, no mires para otro lado.
No es posible practicar la aceptación de uno mismo, sin conocer estas fallas.
No es que todo lo que nos irrite de los demás sea aplicable a la ley del espejo. Hay cosas casi universalmente irritantes, como la gente que habla a gritos o los que rayan tenedores contra platos. Particularmente yo a estos últimos les mandaría unas cuantas décadas a un zulo en Novosibírsk.
No se trata de ir en plan intenso por la vida examinando como locos cualquier cosita que se nos pase por las mientes por si quiere decir algo trascendental. Bueno, si os hace ilusión hacerlo, allá vosotros. Pero no hay ninguna necesidad.
Reconocemos la ley del espejo porque se trata de temas recurrentes que aparecen una y otra vez en nuestras vidas y que en el fondo, todos sabemos cuáles son, porque nos remueven mucho más que las chorradas molestas del día a día.
Esconder los errores no tiene mucha utilidad, porque no evitan sus consecuencias. Entonces tienes todo lo malo de tener errores, que es padecerlos, sin lo bueno, que es aprender de ellos.
Observa a los demás y luego obsérvate a ti mismo y verás que de muy pocas personas son conscientes de que las conductas que condenan, están muchas veces en ellos.
Lo más sorprendente, es que todos somos completamente honestos en estas conductas: ¡ninguno nos damos cuenta!
Si queréis saber lo que pasó con la mujer de los ojos azules ese día, os lo contaré. Al contarme más de ella misma, se destapó lo que había en el fondo de aquella adulta llena de rechazos: una niña a la que no se había permitido ser niña. Una niña que había tratado de conquistar el afecto de su familia a través del trabajo y la responsabilidad, y que todavía no había aprendido a creerse merecedora de amor por sí misma.
Una máquina de tía en las cuestiones prácticas, pero muy inhibida en lo emocional, todo lo cual se traducía en un perfeccionismo irreal que la sumía en un constante drama mental de lo más tremendo y absurdo y que por supuesto, le hacía encontrarse continuamente con aquello que más le daba por saco.
Me costó un buen rato, mis mejores encantos y media botella de Lambrusco penetrar en esa coraza y ver más allá de esos miedos, pero en cambio, me llevé la hermosa de recompensa de verla reírse como la cría que seguramente nunca se permitió ser.
Existen numerosas campañas de internet, las famosas #bodypositive, que hablan de aceptarse con estrías, arrugas, celulitis, michelines y pelambres, y sin embargo, hay muchas menos que se atrevan a revindicar lo igualmente aceptables que son los egoísmos, las envidias, los miedos o las tristezas.
Por un mundo tan #bodypositive como #mindconscious. Por favor.
Cada vez que cometo un error me parece descubrir una verdad que no conocía (Maurice Maeterlink)
ó