Autoinculpación manipuladora

Por Mayte Leal @MayteLealRomero
El marido de su esposa, que resultó ser él mismo, descubrió que lo era cuando ella se lo dijo.
Antes de eso, y según me contaron, creyó ser el hijo de su mujer, para desconcierto de su señora, que en realidad no era su madre sino su esposa.
Un lío, vaya.
Roberto parecía un hombre cualquiera, un tipo razonablemente normal. Sin embargo, cuando intuía que se avecinaba viento del Norte (y con él su mujer), entonces, ocurría algo extraordinario: Como en el cuento de Alicia, nuestro protagonista se encogía más y más hasta casi desaparecer. Ante semejante prodigio, la mujer, que minutos antes se diponía a discutir con cierta vehemencia, se quedaba muda y sin argumentos “discutibles”.
Su marido se la había vuelto a jugar haciendo aquello que se le daba bien, adelantarse estratégicamente y arremeter con el arma más poderosa en la batalla marital: La autoinculpación. Una treta mucho más potente que la rendición, porque le añade el dramatismo de quien se ataca y hiere a sí mismo, obligando al otro a calmarlo y protegerlo.
La escena, a lo bestia y resumiendo, podría ser ésta:
- ¡Ay, ay, ay, ay!-  Ea, ea, ea, ea...
Nunca infravaloréis a vuestro oponente (si es que entráis en guerra), y mucho menos si éste se proclama claro vencedor entonando el “mea culpa”. Os desarmará con su aparente derrota antes de que la trifulca se inicie, porque en realidad su debilidad es su fuerza. Si sois compasivos caeréis en la trampa y no sólo callaréis aquello que necesitabais decir, sino que además os sentiréis culpables siquiera por haberlo pensado.
¿No merece este giro acrobático una auténtica ovación?
Y si además, vuestra pareja de baile es hábil en el arte de la indefensión, seréis vosotros quienes acabaréis defendiéndolo a capa y espada y disculpándoos por vuestro “mal hacer”.
Touché.
Un buen movimiento para un mal resultado, porque evitar discutir no resuelve, oculta.
Con el tiempo y mucho sufrimiento, la mujer descubrió la Táctica Infantil del Desertor y dejó de alimentarla. Por consiguiente, el niño no creció (¿o sí?) y su marido regresó a casa.
Y colorín colorado...éste es el cuento que te he contado.