Autopista al infierno: Un sombrero lleno de lluvia

Publicado el 24 noviembre 2011 por 39escalones

El gran éxito en Broadway de la obra de teatro de Michael V. Gazzo A hatful of rain, protagonizada por Steve McQueen, propició, como suele ser habitual en estos casos, su inmediata traslación a la gran pantalla en 1957. El director elegido por la 20th Century Fox, Fred Zinnemann, uno de los grandes de entre los emigrados que hicieron a Hollywood lo que fue, apostó, con guión del propio autor, por la conservación de los esquemas puramente teatrales, concentrando la acción en el apartamento en el que se sitúa la obra, y salpicando el metraje, de algo más de dos horas de duración en un eficaz blanco y negro, de pequeños respiros en exteriores urbanos de Nueva York que permitieran deslocalizar la acción para limitar la sensación de claustrofobia, no obstante explotada al máximo en los momentos en que la tensión dramática así lo requiere, así como para ofrecer, a través de la combinación de las imágenes en penumbra de la noche neoyorquina y de la música urbana de tonos jazzísticos de Bernard Herrmann, una plasmación simbólica de los dramas internos teñidos de luces y sombras que sacuden a los distintos personajes, especialmente a su protagonista, Johnny Pope (Don Murray). Todo ello para sumergirnos en el drama insostenible de un antiguo veterano de la guerra de Corea cuyo plácido futuro familiar viene empañado por un peligro inminente: su adicción a la morfina.

La primera imagen que preside los créditos iniciales resulta especialmente ilustrativa en ese sentido: una calle neoyorquina, recta, perdida en la distancia, sometida a la gigantesca presencia de un puente sobre el que bulle el tráfico, y un personaje, John Pope padre (Lloyd Nolan), que se acerca hacia la cámara desde el horizonte del plano. John Pope llega a la ciudad desde el sur para visitar a su hijo Johnny y a su nuera Celia (Eva Marie Saint), que están además esperando su primer hijo, pero con un propósito secreto: llevarse de vuelta los cinco mil dólares que su hijo menor, Polo (Anthony Franciosa), que vive con la pareja y que trabaja en un bar, le ha prometido para ayudarle a poner en marcha un negocio. El encuentro posee además otros múltiples ingredientes que hacen de este drama una historia de gran altura: el matrimonio de Johnny y Celia no termina de funcionar tras los primeros meses de casados, la relación de John con sus dos hijos, ambos hermanos pero adoptados en conjunto años atrás, no ha sido históricamente buena y ha llenado de resentimiento a los tres, y además Polo siente una pasión desmesurada por su cuñada, aunque se niega a traicionar a su hermano. Pero el gran drama es la oculta adicción de Johnny a la morfina, que no ha dejado de deteriorar su vida laboral hasta ocasionar su despido y que amenaza con dilapidar algo más que los cinco mil dólares que Polo guardaba para su padre por culpa de Madre, su camello (un soberbio y odioso Henry Silva), siempre acompañado por su grupo de secuaces violentos y tan esclavos de su adicción como Johnny…

Pese a no contar con Steve McQueen encabezando el reparto, lo que hubiera dado a la película un mayor tirón comercial y quizá un mejor paso a la memoria colectiva, Zinnemann dirige de manera magistral a su grupo de actores: Nolan resulta absolutamente creíble en el papel de padre interesado y resentido, falto de cariño real para con sus hijos; Saint parece haber desarrollado en madurez y amargura, conservando partes de dulzura y candidez pero habiendo ganado en fuerza y carácter, su inolvidable personaje de La ley del silencio; Franciosa, habitualmente plano e intrascendente, encarna a la perfección con una vibrante tensión apenas contenida a este hermano consumido por la preocupación y los deseos de ayudar a Johnny, incluso hasta el propio perjuicio, y por el amor hacia Celia; Murray, quizá el menos dotado de todos, brilla especialmente en los momentos en los que hace su aparición la desesperación del síndrome de abstinencia; y Silva personifica el mal a conciencia, la tentación y la falsa protección maternal de quien busca la ruina ajena para su propio provecho, secundado por una colección de tiparracos de la peor especie, por más que alguno llegue a sentir compasión de la fragilidad de Johnny al contemplar el desastre en el que va a sumirse.

Zinnemann maneja la historia con pulso y tensión, consigue crear una caldera de emociones intensas a punto de estallar en cada rincón del apartamento, o igualmente en la habitación del hotel de John, mientras que utiliza las imágenes en exteriores para crear transiciones que permitan tomar aliento entre escena y escena o para ilustrar en imágenes el hundimiento físico, moral y personal de un adicto a las drogas. La película contiene secuencias de enorme poderío dramático fenomenalmente interpretadas: la llegada de John a casa de sus hijos y la aparición de las primeras disensiones que permiten adivinar que bajo su cordialidad recíproca hay toneladas de desplantes y rencores; la llegada de Madre y sus esbirros y la charla con Johnny en el rellano de la escalera; la conversación de Johnny y Celia en la que se confiesan estar viendo morir su amor; la declaración de Polo a Celia en la cocina; el último hálito de esperanza final de Johnny y Celia, abrazados, aguardando una larga y dura lucha que les permita seguir queriéndose en el futuro…

El magnífico texto trata primordialmente de cómo la adicción a las drogas causa el deterioro integral no sólo de la víctima sino también de sus relaciones personales, sociales y laborales, así como el efecto de arrastre que genera en todos los seres queridos a su alrededor, pero aborda igualmente otras cuestiones secundarias de gran importancia que en la película no son baladíes: las relaciones intergeneracionales, especialmente en el caso de las adopciones, los problemas de la vida matrimonial y de la maternidad, los amores imposibles y/o no correspondidos, el tráfico de drogas como lacra social, el trauma psicológico de quienes han asistido a los horrores de la guerra, el uso “institucional” de las drogas para mitigar en los soldados los efectos perniciosos de lo que ven en el frente… Una película riquísima en matices, en lecturas, repleta de tensión, con diálogos excelentes, interpretaciones al límite, emocionalmente extenuantes, agotadoras situaciones tensas y emotivas, y con una conclusión dura pero esperanzada. Un drama más que recomendable que, sustituyendo la morfina por otras sustancias, o por incluso otros fenómenos, se encuentra anclado en la permanente actualidad.