La gama de color azul es hermosa.
No es precisamente de mis favoritos, pero durante zazen llegó a mi mente.
Está por todos lados en la naturaleza. Existen cientos de tonos azules que juegan entre ellos para crear armonías sublimes. Lo podemos ver en el cielo, el agua, el plumaje de algunas aves, en flores.
Es ubicuo y es perfecto.
Y como cualquier color, el azul tiene una cualidad que pocos aprecian: el azul sólo es azul y no pretende ser nada más que eso.
Su existencia es simple y su relación con los demás colores del universo es muy sencilla. No pretende ser lo que no es.
El azul sólo es. Nada que agregarle, nada que quitarle.
Esta capacidad de ser puede observarse tanto en colores como en toda la naturaleza. El perro sólo es perro. La montaña sólo es montaña. Y ninguno de ellos se estorba mutuamente. Coexisten y son notas de una canción.
El único animal que se esfuerza por ser lo que no es, por pretender ser mejor sobre los demás y por demostrar un estatus imaginario, es el ser humano.
Un licenciado es más que un albañil. Un flaco es más que un gordo. Una persona con baja autoestima lucha por ser aceptada por los demás, y por eso es infeliz. Un pobre quiere ser rico. El rico quiere ser más, para destacar o acomodarse entre los ricos. La mujer vieja pretende ser joven porque odia su edad y no quiere estar fuera de la jugada. El niño desea crecer para vivir en el mundo de adultos. El alcohólico juega a evadir la realidad con la intoxicación, perdiéndose en el estupor de la inconsciencia.
¿Porqué hacemos esto? ¿Porqué necesitamos pretender lo que no somos para afirmar nuestro espacio?
La vida es muy, muy sencilla y linda cuando se sueltan las pretensiones y las etiquetas.
Llegar a ese punto suena como a una idea loca e inútil. Estoy seguro que va en contra de los cimientos de la sociedad de consumo.
Pero tan sólo entender que nos hemos impuesto la necesidad de ser lo que no somos, es liberador.
Ser auténticos es difícil, pero es posible.
Es cuestión de entender al color azul.