La existencia de fondos reservados a disposición de las autoridades, para que suplan su incompetencia profesional con criminales a sueldo, delata la naturaleza de un poder que se declara impotente para cumplir su deber en un Estado de derecho. Si las autoridades de otros países también se rebajan a la altura de las alcantarillas, eso sólo demuestra que el Estado de partidos, como el territorio de las mofetas, confía en todas partes su defensa al hedor de lo que tocan.
El Estado de partidos, además de ser incompatible con el derecho y la honestidad pública, hace delincuentes a los más altos cargos del Gobierno. Los bajos fondos llegan a los más bajos destinatarios. Falta por saber si vamos a reaccionar con talento previsor o si nos perfumaremos en casa para hacernos la ilusión de que huele bien el «hábitat» de mofetas donde vivimos.
Como el Estado no puede garantizar la felicidad de nadie, salvo la de su clase gobernante, el libre desarrollo de la personalidad, atendiendo a las solas exigencias de un egoísmo inteligente, necesita que la política proporcione las condiciones sociales indispensables para que sea posible la búsqueda privada de la felicidad. Aparte de que el individuo debe satisfacer los instintos derivados de su naturaleza social, la verdad es que no puede disfrutar de un islote de riqueza personal en un mar de pobreza colectiva, ni de un brote esporádico de conocimiento en un manantial permanente de ignorancia, o de un rasgo de belleza en un patrón de fealdad, ni de una vida moral en medio de la inmoralidad política. Y bajo las condiciones de pobreza, ignorancia, fealdad e inmoralidad que nos ha impuesto la salvaje política de la transición, se ha hecho ya imposible una vida satisfactoria. La aspiración a la diferencia, como fuente genuina de placer, ha de contenerse dentro de los límites del decoro que la convivencia exige. La extrema degradación a que ha llegado la vida pública, por culpa de la ingenuidad de los españoles ante el régimen de partidos, al que confunden con la democracia, no permite el refugio de la dignidad en la vida privada.
La España ilusa, cada vez más pequeña, espera que la España inmoral, cada vez más grande, cambie de partido gobernante para recomenzar la misma historia. Pero ha llegado la hora de saber que, sin un cambio de régimen, caminamos inclinados hacia una catástrofe.
España se define hoy por un régimen político que declina el derecho de los gobernados a elegir y deponer a sus gobernantes, en favor de un clan de jefes de partido, y por un sistema económico donde sólo un español de cada cuatro soporta la producción nacional y las cargas del Estado. Para salir de la crisis económica hay que pagar el precio de entrada en la crisis política, antes de que la causa particular de los aparatos de partido termine de arruinar la causa general de España.
Pero un cambio de régimen es asunto sólo de los ciudadanos y de la sociedad civil.
AGT