Balakirev: Tamara

Por Peterpank @castguer

 

Donde la olas del Terek danzan un vals
en el perverso paso de Darial
se yergue sombría entre rocas
imponente masa gris, una antigua torre
En esta torre por vientos locos azotada
vive Tamara, la reina
un ángel de celestial belleza
con un espíritu de señorío demoníaco.

Así empieza el poema Tamara que Mikhail Lermontov escribió entre 1840-41, en el que sería su último año de vida, durante su destierro en el Cáucaso.

Considerado uno de los poetas rusos más importantes de la época romántica, y a pesar de su corta vida, Mikhail Lermontov ejerció una profunda influencia sobre las sucesivas generaciones de escritores rusos del siglo XIX.
Descendiente del capitán escocés George Learmont, que entró al servicio del zar de Rusia a principios del siglo XVII, Mikhail Lermontov nació en Moscú el 15 de octubre de 1814. A causa de la muerte prematura de su madre, y el cumplimiento militar de su padre, quedó al cuidado de su abuela que le procuró la mejor educación posible: con tutores extranjeros y profesores particulares, aprendió desde niño francés, alemán e inglés; pero su infancia se vio entristecida por los constantes enfrentamientos entre su padre y su abuela.
Pronto despuntó en él la sensibilidad y el talento para las artes y las letras; se inició en la poesía y en la pintura , en la música y en el teatro. En su adolescencia, comenzó a escribir versos a semejanza de poetas como Schiller y Lord Byron, éste último, sobre todo, fue una personalidad que Lermontov logró emular, tanto en su trabajo, como en aventuras personales.
Del Liceo de Moscú pasó en 1830 a matricularse en la Facultad de Ciencias Políticas y Morales, a la vez que se publicaba “Primavera” su primer libro de versos. Pero su carrera se vio bruscamente interrumpida y fue expulsado por participar en determinados actos de insubordinación estudiantil contra las autoridades académicas.


Al igual que muchas otras figuras románticas en Rusia, Lermontov se sintió atraído por la carrera de las armas. En 1832 ingresó en la Academia Militar de San Petersburgo y a partir de entonces su vida estaría vinculada al ejército. Hasta 1834 perteneció a la escuela de los oficiales de la Guardia Imperial de San Petersburgo, desde donde fue destinado al regimiento de húsares en Tsárskoye Seló.
En 1837, el joven militar manifestó abiertamente su cólera y la de todo el pueblo ante la pérdida de Pushkin, a través de un poema apasionado que dirigió al Zar Nicolás I, una de las poesías más brillantes de la literatura rusa titulado “A la muerte de un poeta” y en el que pedía venganza por el asesinato del poeta en un duelo en el que su pistola había sido alterada para que no pudiese disparar. Esto provocó su destierro a un regimiento del Cáucaso. Pero él ya había vivido allí con su abuela, por lo que no se sintió extraño en unas tierras llenas de recuerdos de su infancia y durante aquel tiempo escribió “El ángel”, uno de los poemas románticos más extraordinarios de la lengua rusa, así como “El demonio”, una de sus obras más célebres.
En 1838 regresó a San Petersburgo convertido en un gran poeta, muy popular en los círculos aristocráticos. Dos años después aparecieron una selección de sus poemas, pero ese mismo año un duelo con el hijo del embajador francés te valió otro destierro en el Cáucaso. Es cuando escribe la novela “Un héroe de nuestro tiempo”, cuyo protagonista, Pechorin, el desengañado, es un reflejo de sí mismo. Dolido y despechado por el amor no correspondido hacia varias mujeres, hombre de carácter huraño y lengua afilada, retó y fue retado a varios duelos y llegó a ser herido en más de una ocasión. En 1841 mientras veraneaba en el balneario de Pietigorsck, fue nuevamente retado a duelo, en esta ocasión por un oficial del ejército a cuya esposa había seducido. Para la confrontación elige, expresamente, el borde de un precipicio a fin de que, “si uno de los combatientes cae herido mortalmente, su destino quede sellado”. Murió de un pistoletazo, como su admirado Pushkin, a los veintiseis años, el 27 de julio de 1841.

También visitó el Cáucaso el compositor Balakirev, quién impresionado por los imponentes paisajes de agreste belleza e inspirándose en el poema de Lermontov, decidió escribir la música para Tamara.
Mily Balakirev nació en diciembre de 1836 en Nizhni Nóvgorod, una de las cinco ciudades más importantes de Rusia.
Como muchas veces ocurría, fue su madre quien lo inició en la música, recibiendo de ella sus primeras lecciones de piano. Más adelante prosiguió sus estudios con Dubuque, discípulo de Field, y con Karl Eisrich. Este último era director de la orquesta privada de Alexandr Ulýbyshev, un rico aristócrata y terrateniente que poseía una amplia biblioteca musical y que advirtiendo las cualidades del joven se convirtió también en su protector. A pesar de la temprana muerte de su madre, posiblemente aquellos fueran los tiempos más felices para Balakirev.

En 1853 a los dieciseis años entró en la Universidad de Kazan para estudiar matemáticas y después ingeniería. En 1856 en un viaje a San Petersburgo conoció al celebrado compositor Mikhail Glinka el cual influyó poderosamente en su vocación, convenciéndolo de dedicarse exclusivamente a la música. Aquel mismo año Balákirev hizo su primera presentación pública como pianista, interpretando el primer movimiento de su concierto para piano, prosiguiendo con sus actuaciones durante los años siguientes.
El encuentro con Glinka así como su posterior amistad e influencia despertaron en Balakirev la pasión por el nacionalismo, llevándolo a la determinación de que Rusia había de tener su propia escuela musical, libre de las influencias de Occidente. Junto a él se agruparon jóvenes músicos como Nicolai Rimsky-Korsakov, Modest Mussorgsky, Alexander Borodin y César Cui, que también participaban de las mismas ideas. Los cinco compositores fueron descritos por el influyente crítico musical Vladimir Stàssov como “El Grupo Poderoso”, pero posteriormente se les conocería con la famosa denominación de “El Grupo de los Cinco”. A la vez que su popularidad, se produce un gran movimiento en su contra para desacreditarlos por parte de las Instituciones Oficiales Académicas, liderado por los famosos Anton y Nikolai Rubinstein, que los llaman de forma despectiva “El grupo de aficionados” ya que, curiosamente, salvo Balakirev, ninguno era músico profesional.

Para consolidar su movimiento y defenderse de las críticas en 1862 se crea en San Petersburgo la denominada “Escuela Libre de Música” que imparte clases gratuitas y permite dar a conocer las obras de Balakirev y de sus alumnos. En 1867 fue nombrado director de la Sociedad de Música Rusa y en 1868 director de la “Escuela Libre de Música”.
Balakirev era un excelente pianista, su obra más conocida “Islamey” ha sido reconocida como una de las piezas más difíciles de interpretar y favorita de grandes solistas del piano. También era un improvisador espléndido, poseía una magnífica técnica en parte innata y en parte adquirida, así como una vasta erudición musical y una extraordinaria memoria.
Como instructor y la influencia de su personalidad magnética, Balakirev inspiró a sus compañeros a alturas inverosímiles de la creatividad musical. Sin embargo, se opuso vehementemente a la formación académica, que consideraba una amenaza a la imaginación musical. Balakirev, que nunca había tenido un curso sistemático de armonía y contrapunto, ni siquiera superficialmente, pensaba que este tipo de estudios era completamente innecesario, recomendaba el trabajo empírico y en sus enseñanzas se mostraba intransigente, no tolerando la mínima desviación.
Fue Rimski-Korsakov el primero que se dió cuenta de que este enfoque era útil para Balakirev quién formado como pianista tenía que descubrir su propio camino para convertirse en un compositor, pero no tanto para otras personas que maduraban como compositores a intérvalos y de manera diferente. Hacia finales de la década de 1860, Mussorgsky y Rimski fueron los primeros del Grupo de los Cinco que dejaron de aceptar lo que ahora consideraban una prepotente intromisión en su trabajo, el crítico Stàssov gran amigo suyo también empezó a distanciarse de él.

Hasta 1871 Balakirev, aunque discutido, tuvo autoridad y prestigio. Sin embargo, los problemas financieros crónicos de La Escuela de Música Libre, la muerte de su padre que dejó a su cargo a dos hermanas, el agotamiento de tener que subsistir con solo los ingresos de sus conciertos y clases de música y la aparente disgregación del “Grupo de los Cinco”, le causaron un colapso nervioso seguido de una grave depresión. Los amigos que lo visitaban no encontraron rastro de su antiguo carácter fuerte y enérgico y escondieron todas sus obras escritas, ante el temor de que las destruyera. Tenía treinta y cinco años y en el futuro su existencia ya no sería la misma.

De no creer en Dios, pasó a consultar con adivinos para, finalmente, convertirse en ferviente cristiano ortodoxo. Decidió retirarse del mundo de la música aceptando un trabajo en la Compañía del Ferrocarril, en la línea de Varsovia. Más adelante tuvo diversas ocupaciones, entre ellas la de inspector escolar. Durante la siguiente década y animado por sus buenos amigos, retomó lentamente su dedicación a la música. Nikolai Rubinstein le ofreció una cátedra en el Conservatorio de Moscú, pero él no la aceptó, argumentado que no tenía el conocimiento suficiente de teoría musical para ocupar el puesto. En 1883 fue nombrado director de la Capilla Imperial y Director de la Sociedad Musical Imperial, cargos que ocuparía hasta su jubilación en 1895. Los últimos quince años de su vida, mientras vivía austeramente, se ocupó en revisar sus obras.
Falleció el 29 de mayo de 1910 a los setenta y tres años y fue enterrado en el Cementerio Tikhvin, situado en el recinto del monasterio Alexander Nevski de San Petersburgo, donde también descansan Tchaikovsky, Borodin, Cui, Mussorgsky, Rimsky y Glinka.

Pianista, profesor, director. Aunque inspirado en la música genuinamente rusa: baladas, canciones, danzas, etc. es innegable la influencia de Liszt y Chopín en sus composiciones. El exceso de trabajo y su afán perfeccionista, unido a sus problemas de salud, impidieron posiblemente, que Balakirev llegara a destacar como notable compositor.
Su producción abunda en obras poco extensas y escasea en las de repertorio y muchas de ellas fueron compuestas en el espacio de muchos años, cuando llegaron a ser publicadas sus discípulos ya lo habían superado. Ideas musicales que normalmente se asocian con Rimsky-Korsakov o Borodin, tuvieron su orígen en las improvisaciones al piano que Balakirev solía hacer en sus reuniones, pero su lentitud en desarrollarlas le robó el crédito de su inventiva. Consejero de Tchaikovsky al principio de sus estudios, le asesoró en la creación de su obertura Romeo y Julieta y años después en Manfred. Hoy en día poco recordado como compositor, debe reconocerse en justicia que sin él la música rusa no habría evolucionado de la misma forma.

Después de diversos viajes a la región del Cáucaso, impresionado por sus grandiosos paisajes de agreste belleza, Balakirev comenzó a escribir el poema sinfónico Tamara, basado en una balada del poeta Mikhail Lermontov, que a su vez se inspiró en una antigua leyenda local durante su exilio en aquella región.
El estilo poético y el lenguaje romántico del poema son tan importantes para la comprensión de la obra musical como su argumento, que describe una hermosa pero malvada princesa, cuyas canciones misteriosas e irresistibles atraen a los viajeros hasta su castillo encantado en las riberas del rio Terek, en el Cáucaso. Adornada de raras perlas y preciosas joyas, ofrece espléndida acogida a su invitado, pero después de una noche de placeres e intensa pasión, con los primeros rayos de sol, el amante es ejecutado y el río se lleva su cuerpo. Desde una torre Tamara se despide de él con lágrimas, aunque esperando la llegada de otro viajero.

Balakirev comenzó Tamara en 1867, pero avanzaba el trabajo de forma esporádica. En 1876, con la salud algo mejorada después de su crisis depresiva, sus amigos trataron de reavivar de nuevo su interés por la música, y lo animaron a seguir con la composición. Transcurrieron tres años más hasta el día en que sentado al piano tocó Tamara ante el entusiasmo de un grupo de fieles seguidores, pero aún tardaría otros tantos en orquestar la obra, hasta que la insistencia de Stàssov le dio el impulso para terminarla. Después de un período de quince años, fue estrenada en marzo de 1883 bajo la dirección de su autor.

Tamara se considera la obra maestra de Balakirev. La sutileza que emplea el compositor dentro de una excelente estructura y la fuerza del cromatismo orquestal la convierten también en uno de los pináculos del poema sinfónico y piedra de toque del orientalismo. Como líder de «Los Cinco», Balákirev alentó el uso de temas y armonías orientales para fijar su «música rusa» lejos del Sinfonismo Alemán de Antón Rubinstein y otros compositores orientados a lo occidental.

El poema empieza con el sonido sordo y amenazante de las cuerdas y trombones, aunque pronto se ilumina para describirnos en una introducción lenta y suave las olas del rio Terek, y el dulce y seductor canto de Tamara que será un “leit motiv” durante toda la obra. El desarrollo sigue la narración del poema de Lermontov, con gran variedad de temas y matices que progresivamente se convierten en un creciente arabesco de rico colorido orquestal hasta resolverse en el momento culminante de pasión y muerte. A pesar del drama reciente, vuelve como al principio el suave sonido de las aguas del río y el tema de Tamara hasta apagarse lentamente.
El poema sinfónico Tamara tuvo clara influencia posterior en compositores como Rimski-Korsakov, Ipolitov, e incluso Ravel y Sibelius. Fue dedicado a Franz Liszt, quién pidió a su autor una versión para piano a cuatro manos. En el año 1912 los famosos Ballets Rusos de Diaghilev ofrecieron una versión de Tamara, con coreografía de Fokine y decorados de Bakst.