Una imagen que me a la que recurro con frecuencia es el árbol de bambú. Me inspira y me hace sentir humilde.
El bambú es un árbol de vara delgada, de color vivo, siempre verde. Puede vivir casi 200 años, hasta que florece y muere. Siempre crece y prospera junto con otros árboles, nunca en soledad.
Su longevidad se debe a que es muy flexible y resistente. Observa en silencio y dignidad el paso del tiempo. Cuando hay lluvia, aprovecha cada gota. Cuando hay sol, extiende sus hojas. Si es hora de alimentar a pandas o a bacterias, lo hace sin chistar.
El bosque de bambú está conformado de miles de árboles que funcionan como un ser vivo. Trabajan en equipo, unidos con la naturaleza. Embellecen, refrescan y solo son lo que son.
No existe bambú inflexible o que se resista al flujo de la vida.
El bambú no es distinto a nosotros. Compartimos muchas similitudes y tiene lecciones que deberíamos aprender y aplicar a la cotidianidad.
Cuando somos fuertes, pero inflexibles, sufrimos. El universo jamás cumplirá nuestras expectativas.
Cuando solo somos flexibles, sin fuerza o determinación, el universo parecería abusar de nosotros.
Si no trabajamos en equipo y nos asumimos como parte de un sistema más grande de lo que imaginamos, sufrimos.
La práctica de yoga y budismo zen nos convierten en elegantes árboles de bambú. Son dos disciplinas hermanas, tan antiguas que ni siquiera tenemos registros confiables de cuándo surgieron. Nos dan fuerza, determinación y flexibilidad.
Bambú es Yoga. Yoga es Dharma. Dharma es Zen.
Feliz Día Internacional del Yoga 2017