Barcelona

Publicado el 09 septiembre 2020 por Claudia_paperblog

Nos veo de nuevo en Bulgaria, se acerca el frío y me dan muchas ganas de abrazarle y arroparme en sus brazos. Todo son recuerdos, absolutamente todo, incluso el hecho de que llueva en Barcelona me lleva a él. Cuando, sin paraguas, mojándonos por las Ramblas, caminábamos cogidos de la mano, riéndonos, sin importar nada más.

Pienso que no volveré a viajar con él y se me hace un nudo en el estómago, me entran ganas de llorar.

Pienso en que no me volverá a decir nunca más lo bonita que soy, ni lo buena persona que soy. No se me acercará serio y me acariciará la mejilla y los labios con su pulgar, dándome esa fuerza que tanta falta me hacía. Ya casi no recuerdo ni cómo es dormir con él, solo recuerdo la sensación, esa protección y seguridad, ese placer, plenitud, que decía él. Sentir el repicar de la lluvia contra el cristal de la ventana y despertarme pronto un fin de semana para ver que él sigue durmiendo, con su carita preciosa contra la almohada. Y recostarme más cerca de él para volver a quedarme dormida y despertarnos tarde con los ojos hinchados de tanto dormir, la felicidad dibujada en la cara, un abrazo bien fuerte de esos que él me daba y que no me dejaban respirar a veces. “Suéltame, que me ahogas”, le decía riendo.

 Y ahora pienso: “No me sueltes, aunque me ahogues”.

Dos veces me dijo que ya no era lo mismo, me da la sensación de que lo hace para autoconvencerse o porque quizá se ha olvidado de lo que teníamos, tan bonito y supongo que tan frágil a la vez. Lo que hemos creado. Recuerdo ese texto que escribí y que a él le pareció precioso. Es difícil crear algo como lo que teníamos, diría que casi imposible. Siempre se lo he dicho, las otras parejas no me dan envidia. Yo no envidio el hecho de estar con alguien, no echo de menos eso, no estoy enamorada de la idea del amor, estoy enamorada de él. Y lo que teníamos era muy diferente a lo de los demás. Nosotros somos luz y ellos están ciegos. Esa foto en Santa Cándida, con los rayos de sol iluminando nuestras caras sonrientes, tan cerca, tan queriéndonos. Esa foto no la ha eliminado.

De todos modos, esta es una despedida definitiva. Tendré que soltarlo todo durante un tiempo, llorarle, hacerme a la idea, ser consciente de la realidad y no montarme mis películas, no buscar motivos para esclarecer lo que ha hecho, la decisión que ha tomado, olvidarle aunque me cueste, porque él me olvidará a mí, aunque diga que no. Y lo mejor será que lo haga, para que no suframos ninguno de los dos.