Como ya estamos en verano, me siento relajado y además hace mucho que no pongo jazz se me ha juntado todo para daros la murga un poco.
(A quienes os digáis: "Joé, vaya tostón; ya está otra vez este tío con el jazz" se os devolverá el dinero, pero os animo a que lleguéis hasta el final de este texto y de la música que lo acompaña).
Hoy he elegido una interpretación pensando en quienes no tenéis una especial simpatía por el jazz y se os hace bola. A quienes sí os gusta creo que os va a encantar, como a mí, pero a quienes no os suele hacer gracia creo que también os va a sugerir cosas. Es, además, un jazz suave, muy agradable y digerible.
La pieza se titula Chega de saudade, que podemos traducir como Basta de nostalgia o Basta de tristeza (suponiendo que saudade se pudiera traducir. Vamos, suponiendo que algo se pudiera traducir; pero más o menos nos hacemos una vaga idea, que es de lo que se trata en una traducción). Es una canción con letra de Vinícius de Moraes y música de Antonio Carlos Jobim.
No es un standard del jazz, pero el jazz es una manera, un lenguaje, una forma de escuchar y de decir, así que cualquier música se puede jazzear sin problema. Y en especial el quinteto de Joan Chamorro es capaz de hacer jazz hasta con el soniquete de los niños de San Ildefonso en la lotería.
(Permitidme que os diga también que aprovecho esta música para autofelicitarme porque hoy este blog cumple doce años. Había preparado una entrada sobre ello para publicarla hoy, pero finalmente la he desechado porque la he visto un tanto autoombliguista y autobombástica. Y, además, basta ya de nostalgias).
Esteve Pi, el batería, empieza marcando implacablemente un ritmo de bossa nova que cuando quiere deja de ser implacable y se subdivide y multiplica para marcar esos desequilibrios típicos dentro de un ritmo perfecto. Ya ese comienzo anima y promete.
Josep Traver, el guitarrista, casi siempre el más discreto de todos, puntea un acompañamiento rítmico que refuerza a la batería.
Andrea Motis, la gran estrella del grupo, grandísima trompetista y también saxofonista alta, hoy no tiene ninguno de sus instrumentos de viento y actúa con el más prodigioso: su voz. Ya desde el principio (0:11; esta vez no ha habido introducción instrumental para exponer el tema) hace con ella una aterciopelada exposición. Dulce, sutil, emotiva. No entiendo la letra, pero cuando en 0:46 dice "tristeza e a melancolia" me corre un gusano por el estómago y por los pelos de los antebrazos.
Scott Hamilton, el saxofonista tenor, me puede, me encandila, me vuelve loco. No es un vanguardista. Por el contrario, es un maestro clásico y tradicionalista que sabe tocar el saxo como los grandes y emocionar con él como ellos. Ya tenía ganas de empezar y desde hace un rato le viene haciendo un acompañamiento a Andrea Motis que es casi como un ir pidiéndole paso. Se pliega a ella y se pone a su servicio, pero también está diciendo "aquí estoy yo", y salta finalmente en 1:43 con una autoridad que no tiene nada que ver con lo que estaba cantando la líder. Si ella estaba melancólica y dulce él empieza asertivo y categórico, casi militar; pero le bastan siete segundos (hasta 1:50) para girar suavemente y alinearse en el mismo discurso que llevaba ella. Esa transición (más o menos entre 1:48 y 1:52) será una tontería, una nada, pero me parece propia de un maestro. Y a partir de ahí sabe disolverse, quebrarse, dividirse, contar su historia a su manera pero dentro del ritmo, del tono y del estilo del grupo. (Es que lo flipo con este señor).
Ignasi Terraza, el pianista, ha estado tocando hasta ahora sin que se le notara, acompañando disciplinadamente a los demás, pero en 3:20 es su turno de lucimiento, y lo hace de una manera muy extraña: Dueño de todas las destrezas y de todos los conocimientos del jazz, construye teoremas intelectuales, fríos, inteligentísimos, contrarios a esa dulzura sensual de Motis a la que se ha adaptado (a su manera) Hamilton. No; él no. Él se pone a construir su estructura de sonido como si no le importara nada ni nadie. (Es más: Lo vemos gesticular, mascullar para él solo). Pero de una manera casi incomprensible ha preparado un colchón para que Andrea Motis vuelva a entrar en 4:03 y le dé sentido a todo.