Borrar las huellas del camino para no marchar a la sombra de aquellos que trazaron una nueva ruta on the road; marcar distancias sensoriales, temáticas y poéticas que no las estigmatizaran con ese aullido maldito de amor masculino; enfrentarse a la vida con la mirada propia, ausente y alejada de cualquier hombre, porque ellas también estuvieron allí: amando, engendrando hijos, escribiendo... Ellas fueron la otra cara del latido engendrado por Howl (poema épico del movimiento beat), y lo fueron por sí mismas, sin la necesidad de ningún hombre. De ahí, que no es de extrañar que la poesía fuera la modalidad literaria elegida por una buena parte de las mujeres que estuvieron presentes en ese movimiento contra cultural. Lo beates ese latido al que alude el nombre de la generación, y que en este caso, expresa muy bien el sentido de las composiciones poéticas de las mujeres existentes dentro de este aullido generacional y de la forma de vida rupturista con los convencionalismos existentes en EE.UU. en la década de los años cincuenta tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, el amor, el sexo, las drogas o las religiones orientales como el budismo, junto con el alcohol, son los temas presentes y predominantes en las breves muestras poéticas de esta antología, que también recalan en las labores domésticas, la menstruación o los hijos, y que recorren muy bien las múltiples sendas de unas mujeres que ejercieron de heroínas de su tiempo, al poner de nuevo en tela de juicio el relegado papel de la mujer en la sociedad. Ellas fueron ignoradas como heroínas rotas y reflejos de una contracultura anclada en una sociedad profundamente machista que, sin embargo, no fue óbice para que ellas expresaran con fuerza sus sentimientos y su particular visión del mundo. Heroínas del lado oscuro de es otro trasluz de Howl; un aullido imperfecto si obviamos a Elise Cowen, Joanne Kyger, Lenore Kandel, Diane di Prima, Denise Levertov, ruthw weiss, Janine Pommy Vega, Hettie Jones, Anne Waldman y Mary Norbert Körte.
Poemas de naturaleza y su relación con el yo. Sexo, matrimonio y homenaje a aquellos que nos dejaron (Walt Whitman, Ezra Pound…): «nos da por pensar que el viento nocturno huele a mar...», versos del poema, En septiembre de 1961, que apelan a la metáfora de la carretera que va al mar para dibujarnos el destino final de nuestra vida y la de los otros, en los que Denise Levertov mantiene un pulso al paso del tiempo. El tiempo, pero también el amor están muy presentes en los poemas de esta antología. Así, podríamos definir a las composiciones de Lenore Kandel, por lo aquí leído. Poeta del amor, del tacto, del simbolismo que se proyecta sobre esa luz que nos ilumina el alma desde dentro y no desde fuera. Sus poemas alaban a Eros y Psique y a ese encuentro carnal y místico que nos hace flotar cuando estamos enamorados. La hermosura de lo divino y lo animal frente a frente, como una cuchara donde quemar la heroína del mundo entero (DIOS/AMOR): «estoy desnuda contra ti/ y muevo mi boca despacio/ anhelo besarte/ y mi lengua te alaba/ eres hermoso…/ tu cara sobre mí/ es la cara de todos los dioses/ y demonios hermosos/ tus ojos…// el amor toca el amor/ el templo y el dios/ son uno» como uno es el ritmo interno de los versos sin puntuación de la activista Lenore.
Elise Cowen fue la esporádica amante de Allen Ginsberg que finalmente se suicidó, quizá, por eso, sus poemas son como ese Satán dibujado con los lápices del horror, la locura y el abismo. Amor malvado, heroína recalcitrante que nos aleja de la posibilidad del éxtasis a través del amor: «Quise un coño de placer dorado/ más puro que la heroína/ Para honrate/ Un corazón tan grande/ que puedas quitarte los zapatos y estirate». Más allá de la muerte, Diane di Prima nos ofrece poemas sobre la maternidad no anhelada, la ausencia de los hijos y del amor. Cadencias y repeticiones que nos muestran una vida de ritmos fijos, pero caóticos; nihilistas, pero aferrados al otro; feministas, pero que hablan de los hombres. Amor y poesía, pasión y sueños en una misma línea, en un mismo anhelo que nos proporciona la posibilidad de la otra vida: «Cielo/ cuando te abras paso/ encontrarás/ una poeta,/ apenas la opción ideal// No puedo prometerte/ que nunca pasarás hambre/ o que no estarás triste/ en este mundo/ descuartizado/ y reducido a cenizas// pero puedo enseñarte/ cielo/ a amar tanto/ que tu corazón se rompa/ por siempre jamás.» Esa innata búsqueda del otro también está presente en Hettie Jones, pues sus poemas anidan en ese anclaje que es un puro reflejo, para que de ese modo, las experiencias propias surjan de las otras, ajenas pero a la vez intrínsecas a cualquier ser humano. El sexo vuelve a estar presente, aunque esta vez sea tan volátil como una hoja suspendida en el aire.
Joanne Kyger estuvo casada con Gary Snyder y tuvo relación con Allen Ginsberg y su amante, Peter Orlovsky, lo que, sin embargo, no le supuso ningún inconveniente artístico, pues desde la publicación de su primer libro de poemas en 1965, ha publicado más de veinte libros de poesía y prosa. Los poemas de esta antología abarcan el leitmotiv de la “casa”, no como espacio físico, sino como un lugar a conquistar, deseado y temido a la vez, tenebroso y un tanto alejado de la “libertad”: «Ella se acerca/ un largo paseo a sus espaldas/ y la batalla de lo que aún está por venir./ La suciedad lo cubre/ todo sin gracia/ y la ropa sucia lleva en remojo dos días en el fregadero./ Estoy preocupada./ La mujer histérica chilla en la cocina.» Ritmos que se convierte en pura oralidad en los textos hermanados con el jazz de la alemana ruth weiss, pues sus poemas se asemejan a letras de canciones con estribillos internos que, en sí mismos, representan la capacidad intrínseca del ritmo del poema y su vertiginosa oralidad. Tú, el tú, uno, él; todo y nada en la voz poética que rompe el silencio de unas nalgas adormecidas por el runrún de la esfera que representa el mundo.
El amor y su ausencia crepitan como llamas en una hoguera en los versos de Janine Pommy Vega. Ojos que lo abarcan todo: el viaje, el viajero y lo pensado porque es omitido. Hay voces, huecos y raíces que simbolizan ese amor no correspondido, los poemas no escritos, las canciones no cantadas… Elixir inabarcable el del poeta que se dedica a crear para sí mismo y para la introspectiva soledad de aquellos que necesitan de sus salmos taimados en la noche: «Ahora soy esbelta y me doblo como el viento/ como un brote verde cuya flor son/ olas desplumadas entre las hierbas/ En la calle busco promesas en secreto/ de completos desconocidos, la parte blanda/ bajo los huesos oscuros que se propaga.» Un amor que, en las composiciones de Mary Norbert Körte, es amor platónico y universal hacia un ente superior y único que transmite señales que se convierten en espectros de luz que acaban derramándose sobre los bosques y la naturaleza. Hay cosas asombrosas y extraterrestres. Hay extrañeza ante una vida fuera de los muros de un convento. Hay libertad matizada por la presencia de Dios. Ese Dios que todo lo ve, lo sabe y lo guía. Sin embargo, el mundo de Anne Waldman es otro. Esta prolífica y revolucionaria poeta se considera afín a la segunda generación beat y, quizá, por ello, una parte sus composiciones se pronuncian entorno a la creación y sus protagonistas; protagonistas como Allen o Burroughs, a los que rinde homenaje. Alabanzas o recuerdos que trascienden lo particular para situar su punto de mira en lo que en verdad importa: el mundo. «Yo construyo el mundo y lo mato mes a mes» Profundidad en el mensaje de este largo y portentoso poema que cierra la antología, La grieta del mundo: «Mi mente se retuerce/ El óvulo no ha sido fertilizado/ Observo la grieta del mundo». Un mundo y su grieta que transcurre fuera de su endometrio y que huela a adelfa. Aquí la voz poética se transmuta en la diosa del universo, pues ella en sí misma es la que posee el verdadero poder de la creación. Aquí no se responsabiliza a la mujer sino al hombre..., a los hombres, de esa falta de fertilización: «El óvulo no ha sido fertilizado/ El hombre no lo ha hecho/ Yo cubro todas las eventualidades/ la maliciosa/ o la puritana que pisa un mundo fecundo/ Las palabras cantan a la caída del endometrio/ Las palabras bajan hasta mi vientre»; vientre fecundo el de las palabras, porque de él será el reino de la creación; una creación que en este caso, viene representada por la otra cara del latido engendrado por Howl.
Ángel Silvelo Gabriel.