El arte contemporáneo pretende ser realista, al modo de la ciencia, porque no transciende el mundo de las realidades materiales. Únicas entidades que a su parecer tienen existencia. Un cuadro es lo que es y no lo que simboliza o representa. Pues todas las ideas, por ser esencias de orden ideal, son indescriptibles e irrepresentables. Lo indecible, en tanto que cualidad denotativa de una Nada concebida como ausencia y no como negación de algo, impone silencio y no puede ser objeto de representación artística.
La finalidad del arte moderno, producir sensaciones físicas y no emociones espirituales,lleva a la incesante búsqueda de novedades en la materia y en la experimentación de materiales. La absoluta abstracción, un lienzo en blanco, sería la única manera de expresar la inefabilidad de la Belleza. El arte figurativo, por ser evocador de ideas universales sin existencia, realiza una impostura de orden teológico. El ateísmo artístico impone la informidad de la materia. Ésa es la metafísica del arte moderno.
Si esta creencia fuera sincera, los pintores y escultores de la abstracción y el experimento no pondrían al pie de sus obras insignificantes títulos significativos de lo inefable. No llamarían maternidad a un amasijo indiscernible o infinitud a un artefacto puntiagudo. Pues la explicación formal destruye la justificación artística de lo informe explicado.
Ciertamente, la idea de Belleza es indecible como entidad intelectual, pero no como nota común a todo lo que es bello en particular. Los sufrimientos y placeres físicos muy intensos también son inefables. Nadie puede decir a otro un dolor de muelas o un orgasmo. Y, sin embargo, existen. La inefabilidad no es condición de la Nada sino de lo inconmensurable o imponderable. Lo indecible en el lenguaje ordinario o filosófico es expresable por el arte. Ésa es la virtud que lo justifica. Y el arte moderno, al despreciarla en sus representaciones, se niega a sí mismo como arte.
La gran música, la novena sinfonía por ejemplo, expresa emociones oceánicas que todos pueden sentir y las palabras no pueden describir. Nadie ha expresado el sentimiento universal de culpa, ni siquiera Freud, como lo hizo Masaccio con la pintura de la infeliz pareja expulsada del Paraíso. Ningún teólogo ha expresado el sentido expiatorio, y no sólo redentor, del sacrificio de un hombre inocente, como lo hizo Donatello en la Pasión de Cristo esculpida en los Púlpitos de San Lorenzo. Los ángeles musicales de Melozzo de Forli y «El Grito» de Munch desmienten la idea romántica de que el sonido no es representable en las artes plásticas.
Cuando se dice de una obra de arte que expresa una belleza inefable no se está diciendo que representa la belleza en sí, abstraída de todo lo bello que pueda imaginarse o contemplarse, sino que la expresión de lo concreto y particular que esa obra realiza de modo magistral, con su representación acabada y completa de algún aspecto del mundo, alcanza la dimensión universal de la belleza, precisamente a causa de la completud de lo expresado, sin necesidad de concepto que la explique o defina. Yo estaría de acuerdo con la definición kantiana de la belleza (lo que agrada universalmente sin necesidad de concepto) si no fuera porque excluye de ella lo sublime y lo terrible. Que pueden ser manifestaciones de belleza más susceptibles de expresar lo inefable.
La Piedad de Miguel Ángel es sumamente bella porque la emoción que expresa, más allá de la que despierta el drama religioso representado y de la forma elegante de tratar el mármol, llega a comunicarnos, por medio de la intuición, la vivencia conmovedora de la piedad en todas las modalidades de su existencia (una idea inefable), mejor que en cualquier tratado de los sentimientos morales. Aquel genio no compuso una piedad particular, sino la piedad universal. Algo indecible, pero representable.
A.G.T.