Florencio Escardo en 1950 afirma que: “Jugar es la única ocupación seria de la infancia” y por muchos años el juego fue relegado al plano del ocio, pasando a ser: “lo que los niños hacían cuando no estaban aprendiendo” Nada más lejos de la realidad. ¡Un niño juega porque lo necesita!
El juego tiene la función primordial de generar un aprendizaje significativo. A través de él, el niño aprende a conocer su entorno, a conocerse a sí mismo, asimila, interpreta y responde a los estímulos sensoriales provenientes de su ambiente, conoce y aplica normas o códigos sociales, manipula, construye y procesa sus emociones a través de la experiencia.
Los beneficios cognitivos son inmensos; mientras juega, el niño organiza sus estructuras neuronales, construye y madura su aparato psíquico y ejercita su inteligencia poniendo en práctica la resolución de problemas y por tanto se favorece la autonomía, la independencia y la autoestima. Se convierte en una fuente de expresión del mundo interno del niño, en donde “actúa” sus temores, sus logros, sus alegrías, contextualizándolas y creando maneras de interactuar con su realidad inmediata.
El juego sinónimo de diversión, por lo cual los peques de la casa se sienten libres para dejar fluir su creatividad e imaginación, alentando el pensamiento flexible, innovador y único. Así mismo tiene un gran componente social, a través de los juegos pueden aprender a compartir, a tolerar y a respetar a los demás, les enseña cómo interactuar con sus pares y se asientan las primeras amistades.
Los juegos pueden utilizarse para promover mejoras en la motricidad. El tiempo en el parque les permite mejorar su tonicidad muscular, el equilibrio, la coordinación, además de ayudarlos con la orientación en tiempo y espacio, conceptos básicos en el aprendizaje. Los juegos tranquilos favorecen la atención, concentración y las destrezas motoras finas, habilidades que se encuentran dentro del grupo necesario para un buen rendimiento académico.
Podría extenderme en muchísimos otros beneficios que nos trae el jugar, sin embargo el mensaje está claro: ¡Dejemos a nuestros niños jugar! Y más importante aún, acompañemos y participemos con ellos en el juego, construyamos experiencias juntos y fortalezcamos los lazos familiares de una manera divertida y gratificante para todos.
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