Bette de armas tomar: La carta (The letter, William Wyler, 1940)

Publicado el 08 diciembre 2014 por 39escalones

La carta (The letter, William Wyler, 1940) da toda una lección de cine en el primer minuto de metraje. Después de un pequeño barrido en el que el célebre cineasta americano oriundo de la Alsacia alemana sitúa visualmente la acción (una plantación de caucho en los dominios británicos de Malasia y Singapur dirigida por blancos y cuyos peones y empleados intentan descansar sobrellevando como pueden los húmedos calores del trópico), nos encontramos de sopetón con el clímax del guión: en la quietud de la noche, en la casa señorial que domina la propiedad, suena un disparo; la puerta se abre y aparece una figura tambaleante, un hombre que se lleva las manos a la zona de su cuerpo donde ha sido herido. Tras él, una mujer esgrime un arma y, cuando el hombre llega a la escalera de acceso al porche, ella dispara, y dispara, y dispara, hasta vaciar el cargador sobre la víctima. El hombre se desploma, y muere. William Wyler abre así la cinta por la cumbre, por el punto álgido que es a la vez conclusión y detonante de un poderoso drama que crece, se concentra y se expande alrededor de este hecho criminal para extender sus tentáculos de maldad y manipulación como una mancha de aceite sobre el resto de los personajes.

La autora de los disparos, Leslie Crosbie (Bette Davis), confiesa su culpa sin necesidad de que la interroguen. El hombre, un amigo del matrimonio Crosbie al que hacía mucho que no veían y con una notable fama de mujeriego pese a su conocido matrimonio con una mestiza, se había presentado en la casa de improviso. Sabedor de que Robert Crosbie (Herbert Marshall) andaba fuera de la plantación negociando un cargamento, había acudido con la intención de seducir, por las buenas o a la fuerza, a la señora Crosbie que, temiendo por su integridad e incluso por su vida, buscó en un cajón uno de los revólveres de su marido y se defendió en consecuencia. El detective asignado por la policía, un joven novato, asume sin dudas la versión de la mujer y su actuación en defensa propia, así como también Howard Joyce (James Stephenson), el abogado del matrimonio. Pero una misteriosa y comprometedora carta que obra en poder de la esposa del fallecido parece poner en cuestión la lógica de los hechos que presenta la señora Crosbie. La víctima, al parecer, acudió a la casa convocado por la asesina…

Basada en una obra de teatro de Somerset Maugham traducida a guión cinematográfico por Howard Koch, la película gira desde el instante inicial en torno a la existencia de esa enigmática carta y, como resultado, a la verdad de las relaciones de la señora Crosbie con su víctima. Construída sobre una doble base melodramática y judicial, los progresos de la investigación y de los intentos y las pesquisas del abogado Joyce por liberar a su amiga se combinan con las maniobras y los requiebros dialécticos de Leslie Crosbie por eludir su auténtico papel en los hechos que llevaron al muerto a su casa, y las posibles consecuencias que la verdad puede tener para su matrimonio. Estos dos aspectos, sin embargo, no terminan de estar bien ensamblados, ni el desarrollo termina de explorar todas las posibilidades debido a la brevedad del metraje y a las necesidades de atenerse a los dictados de la censura. En una película que trata abiertamente la cuestión del adulterio, llama la atención la forma elegante pero liviana, aséptica y poco concreta en la que Wyler y Kock evitan los temas más escabrosos, concediendo tintes dramáticos, románticos y líricos a cuestiones que podían resultar mucho más sórdidas y negras. La magnífica fotografía de Tony Gaudio, la excepcional dirección de Wyler, la habilidad del guión en la construcción y dosificación de los giros y recovecos del guión, y la interpretación de Bette Davis en un papel diseñado a su medida, una de esas mujeres fuertes, frías, calculadoras y dominantes que la hicieron inmortal en la gran pantalla, chocan con un final abiertamente complaciente con la moral impuesta por el Código Hays, por la cual todo infractor debía recibir un castigo proporcional a la medida de su pecado, lo cual condiciona en exceso el desarrollo del guión.

Otro aspecto, aparentemente menos crucial para el drama pero sintomático en cuanto al enfoque y la importancia que los distintos personajes y su origen tienen en la historia, es la presentación del fenómeno colonial. La película transcurre en una zona, Singapur y Malasia, dominada por los británicos, tanto la asesina como su esposo, el abogado, el policía y también la víctima, son blancos anglosajones. Solo dos personajes nativos adquieren un protagonismo determinante: el joven ayudante de Joyce, el abogado, pieza fundamental en las negociaciones de Leslie y Joyce por hacerse con la dichosa carta, incluso cometiendo la ilegalidad de pagar un soborno por ella, como la esposa del fallecido, cuyos motivos para no entregar la carta a las autoridades no se sabe si pertenecen al terreno de su propia avaricia personal o bien a alguna clase más refinada y letal de plan de venganza. El resto, tanto la localización del argumento como la presencia nativa, se limitan a ser mero decorado, simple puesta en escena irrelevante para la esencia del melodrama.

Necesitada de mayor duración, y también de más ambición en cuanto a explotar todas las implicaciones de una situación riquísima en vertientes pero a cuya mayor parte se renuncia, la película también posee algunas concesiones al humor que van desde la agudeza y la ironía de ciertos diálogos al momento en que el joven ayudante nativo del abogado protagoniza en el aparcamiento del tribunal. En el extremo contrario, las tensas y dramáticas secuencias que domina Bette Davis en sus intercambios con Marshall y Stephenson, en las que se come el fotograma y a sus compañeros de reparto con sus cabriolas, saltos emocionales, cambios de estado de ánimo y miradas gélidas y circunspectas, vienen acompañadas de un puñado de momentos en los que es el escenario, el entorno hostil y amenazante el que adquiere protagonismo: así, la secuencia del dormitorio y la puerta abierta al jardín, con su toque de alucinación y su atmósfera fantasmal y pesadillesca, y el violento desenlace en la reja de la mansión durante una fresca e inhóspita noche de lluvias y vientos monzónicos.

Una fenomenal película de William Wyler, una de las que cimentaron la fama de Bette Davis como actriz de carácter, por la que hoy, sin embargo, puede decirse que se resiente en exceso del paso del tiempo. Aun así, de visionado obligatorio.