La doble vertiente de éxito y fracaso de la que se compone nuestra vida, está perfectamente visualizada a través de Jasmine; una Jeannette pobre a la que el destino hace rica, y a la que la Sra. Blanchett dota de unas cualidades humanas que expresan con gran verosimilitud el desasosiego producido por su propio egoísmo, y donde sus altas dosis narcisistas, han hipotecado toda su vida a una única carta: el dinero. En este sentido, y aunque el Sr. Allen no lo reconozca, pues su universo creativo es tan demoledor que no le permite ciertas licencias, ha esgrimido con la precisión de un relojero el ritmo vital de un mundo encadenado a la avaricia, la codicia, el rencor y esa última necesidad de poder a cualquier precio. Esa dualidad de risa-llanto está muy bien plasmada a través de los flashbacks a los que una vez más recurre el cineasta judío, y también, a esa luz del gran Javier Aguirresarobe, con una fotografía de tonos apagados con la que nos muestra la ciudad de San Francisco menos turística pero no por ello menos bella, que contrasta muy bien con la luminosidad y el oropel de los buenos tiempos neoyorquinos de Jasmine. Este matiz, junto a la perfección del montaje y los diálogos es tan sutil, que apenas nos damos cuenta de él, pues estamos embelesados por una especie de pócima mágica que nos hace disfrutar de una placentera experiencia.
Sin embargo, la plenitud expositiva y visual de Blue Jasmine, se encuentra sin duda en el acierto de Woody Allen al presentarnos a la protagonista en clave de tragicomedia, pues en ocasiones, uno no puede dejar de esbozar una amplia sonrisa ante determinadas situaciones del film, que si por algo se caracteriza es por la brillantez en el enfoque de la cámara de un cineasta, que esta vez sí, se ha tomado en serio su trabajo, pues no ha devuelto el entusiasmo perdido por sus últimos trabajos, si exceptuamos Match point o Medianoche en París. Así, si en las anteriores películas tanto Londres como París son los inmejorables escenarios de las tramas, en esta ocasión, San Francisco aparece como en un cuento de hadas, teñida de todos anaranjados y cobrizos, que de alguna manera, atenúan el permanente estado visceral de la protagonista, sólo aletargado por las pastillas contra la ansiedad. Una ansiedad encapsulada que tiene sus orígenes en los regalos envenenados del destino.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.