De nada sirven los millones acumulados en las arcas reales; de nada sirve el mejor escenario que se pueda soñar para una boda de príncipes y princesas, de nada sirve el vestido diseño exclusivo de uno de los creadores más importantes del mundo; de nada sirve todo eso si no hay felicidad... Pese a que la boda monaguesca prometía glamour y charme a raudales, lo que me quedó es una sensación de vacío total. Ni siquiera los souvenirs -objetos tan codiciados para estas celebraciones- lograron disimular el rictus fingido de la ahora princesa de Mónaco, Charlene Wittstock.
Mucho se dijo sobre el intento de huida hacia su Sudáfrica natal para escapar de este compromiso con un hombre que al parecer esconde muchas cosas debajo de la alfombra -o en el clóset-, ´por ejemplo, hijos ilegítimos -uno de ellos habría nacido durante su noviazgo con su ahora esposa-. Además, siempre han circulado rumores sobre su sexualidad y la empedernida soltería hace sospechar que algunas razones ocultas habrá para negarse al destino como heredero al trono del principado que tiene asignado desde su nacimiento. Lo cierto es que haya intentado huir o no, Charlene finalmente firmó el acta matrimonial y también dio el sí por iglesia. De lo que no se privó es de demostrar -consciente o inconscientemente- su estado de ánimo.
Las invitadas se lucieron, la más mirada? Charlotte Casiraghi siempre en Chanel, como su madre, la eterna Carolina.
Matilde de Bélgica muy elegante y con los detalles justos. El largo a la rodilla y los tonos pastel se impusieron para casi todas.
Si la boda civil fue fría, la religiosa directamente bajo cero. El rictus de Charlene, lejos de expresar los nervios lógicos, parecía no poder disimular su estado de ánimo. A estas alturas me pregunto para qué se casó. Supongo que sus razones -de pe$o- habrá tenido, pero imagino que en breve tendremos a una nueva Letizia en los eventos reales de Europa: extrema delgadez, tristeza y ganas de nada... El traje Armani -casa de la cual es embajadora- no podría haber sido más bello y acorde a ella -aunque es discutible el escote dado el ancho de su espalda de nadadora-. Sobrio, elegante, con el detalle justo de pedrería y recortes, casi sin accesorios -sólo lució la diadema pero no usó aros ni collar-, más una larga cola y un velo que le cubrió el rostro al entrar a la iglesia. Un maquillaje delicado resaltó las facciones de la novia y el cabello recogido en la nuca acompañaron perfectamente el estilismo elegido.
Las cuñadas se esmeraron en sus looks en tonos rosa pálido, pero lo que más admiro y valoro de las díscolas chicas Grimaldi es la forma en que han aceptado el paso del tiempo. Ni Carolina ni Estefanía se hicieron cirugías en el rostro, y pese a las muchas arrugas que lucen, no pierden el charme que heredaron de su madre -la gran Grace Kelly de quien ya hemos hablado acá-.
Otra vez Máxima brillando en composé con su marido
Bien, qué me dicen de esta boda? ¿Coinciden conmigo o para ustedes hay felicidad enmascarada por los nervios? Yo no puedo evitar compararla con otra boda que compartimos acá mismo hace unos meses: la de Guillermo y Kate de Inglaterra, se acuerdan? Allí las sonrisas no hicieron más que realzar la belleza de la novia... Acá, esas expresiones brillaron por su ausencia... Aguardo sus comments, amig@s, como cada día. Seguimos on line, besitos:>