Negro sobre rojo y rojo sobre negro para definirlo todo, pues ambos colores se comportan como dos capas que recubren nuestras vidas de pasión y muerte, de amor y odio. Y para que todo esté en su sitio, lo hacen envueltas con la gasa de la pasión. No hay nada más sugerente que esa ambivalencia a la hora de proponernos este viaje a lo largo de las entrañas del ser humano que se desplaza con sus ilusiones y sus miedos por los surcos de la venganza. Hay una dinámica interna, tanto en el montaje de la escenografía como en la disposición y movimientos de los actores, que no deja ejercer un influjo de magia sobre los espectadores, y al que un servidor, todavía no he encontrado un respuesta, quizá, porque como la magia de los grandes momentos de la vida, no la tenga. Existe algo más que coreografía en los movimientos de los actores sobre el escenario de la Sala Tribueñe, porque todo se transforma en un intenso e infinito baile que nos invita a bailar el baile de la vida..., a bailar el baile de la muerte. Y una vez más, en cada movimiento que se despliega sobre el escenario, esa dualidad entre el negro y el rojo, el rojo y el negro, nos remite a la esencia de la que somos y en la que nos convertiremos.
Para ser justos con la representación, debemos referirnos a cada uno de los actores y actrices que componen este reparto coral que nos invita a viajar por las escabrosas montañas de la vida. María Luisa García Budí, en el papel de la madre, es capaz de transmitirnos todo el dolor y el silencio de la muerte y el tiempo, que junto a Nereida San Martín (la novia) protagoniza una escena final única, como única es esta visión lorquiana de Irina Kouberskaya. Nereidaestá fantástica en esa dualidad de ser y del deber ser al que se enfrenta en su juventud, dejando escenas e imágenes únicas en la representación, como anteriormente he comentado. David García, una vez más, nos demuestra sus grandes dotes actorales, pues de nuevo nos encandila con su actuación de Leonardo. David es un actor dinámico y trágico, comedido o apasionado, según toque, y todo lo hace bien, con una dicción y una mirada de las que imponen sobre un escenario. Mención aparte merecen María e Inma Barrionuevo en sus papeles de suegra y vecina/muerte, respectivamente, así como Alejandra Navarro (criada), Irene Polo (mujer de Leonardo), José Luis Sanz (padre) y Miguel Pérez-Muñoz (novio), pues son capaces de transmitirnos esa sensación de conjunto de todo un pueblo, donde el sentimiento de pertenencia a un lugar se traslada en cada una de sus interpretaciones. Tanto es así, que cuando asistimos a los movimientos de conjunto de todos ellos sobre el escenario, parece que somos parte de sus leves e incesantes balanceos, mimetizados en el compás que una barca describe sobre las olas del mar, donde el agua solo es el soporte fluido que nos sujeta a la tierra firme.
De entre todo este maravilloso y genial sueño que es el equipo de actores de la Sala Tribueñe, merece una mención especial, Candela Pérez Kouberskaya, en su papel de muchacha/luna, porque es de alabar que una joven de quince años sienta la necesidad de aprenderse un papel tan hermoso como el que interpreta, y lo haga con la solvencia que lo hace. Podemos decir que, esta tercera generación del mundo del teatro, tiene el futuro muy bien asegurado con esta niña-mujer que tan bien se desenvuelve sobre las tablas de un escenario, donde solo nos hace falta ver la magia que desprende en la escena de la boda —una nueva genialidad de Irina a la hora de resolverla y planteárnosla— para darnos cuenta que lleva el gen de la interpretación dentro de ella. Difícil de olvidar ese perfil del pueblo serrano sobre el que sobrevuelan el novio y la novia en una coreografía para el recuerdo.
Bodas de sangre en la Sala Tribueñe de Madrid es una nueva demostración del talento que Irina Kouberskaya atesora a la hora de abordar los grandes clásicos de la dramaturgia del siglo XX, en una propuesta que aúna alegría y dolor, magia y ancestro como pocas veces volveremos a ver. Si ya han visto esta obra en varias ocasiones, no les preocupe, porque todo es distinto, por lo bello y armonioso en este montaje, donde hasta incluso la revisión del final, nos congratula con la última esencia del ser humano.
Ángel Silvelo Gabriel.