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Todavía, cuando recordamos la anécdota de la bolita, se nos acelera el pulso por los nervios del momento y el sofocón de sentir que perdíamos el apreciado recuerdo... Nos cuesta creer que se la coláramos tan fácilmente a la policía de EEUU. Más bien creemos que el agente, bastante simpático, por cierto, lo dejó pasar... ¿Qué opináis?