La película narra la historia de un guacamayo --el último de su especie-- que no sabe volar y que viaja con su dueña a Rio de Janeiro para aparearse con la última hembra de su especie. Animales y humanos viven una aventura paralela en la que, como ya es habitual en muchos géneros, pero más en este de claros objetivos pedagógicos, todos salen renovados de la experiencia, ya sea modificando radicalmente su carácter, tomándose la vida de otra forma y/o superando un trauma infantil (como es el caso de Blu, el pájaro protagonista).
Rio se deja ver sin problemas, entretiene a pequeños y no tan pequeños, pero lo hace mediante un guión que no se sale de los tópicos de eficacia más que probada (superación, sinceridad, blandenguería dosificada), sin destacar por nada en especial. Ninguna escena se nota planificada específicamente para lograr un efecto, los personajes responden estrictamente a sus funciones dentro del relato (quizá la única excepción sea Rafael, el bulldog baboso) y, por encima de todo, una lamentable ausencia de gags, de detallitos menores en forma de diálogos o imágenes en segundo plano que complementen la acción principal. Es cierto que a pesar de estas ausencias la historia fluye con ritmo, marcando adecuadamente cada parte de la narración, pero lo hace sin encanto, recurriendo únicamente al humor visual y a la acción (no necesariamente trepidante).
Todos estos detalles sin duda no resultan imprescindibles al público objetivo de la película, pero sí a los adultos acompañantes que acumulamos a estas alturas suficiente cine infantil y juvenil en nuestras retinas. No basta con pasar el rato, necesitamos algo más, y hay otras productoras que han demostrado que es posible compatibilizar ambos retos.