Bordando el manto terrestre

Por Ripu77

Bordando el manto terrestre. Remedios Varo, 1961.


Remedios Varo bordó con pintura el manto terrestre para Leonora Carrington. Entretejían multitud de hilos que ambas lanzaban al mundo, entrelazando lo irreal con lo real, creando un collage de fantasía en todo aquello que no creyeran digno o apropiado para su extrema sensibilidad. La inglesa cosía con hilo real, y también cósmico, unía pensamientos con hilos de colores y creaba muñecas de trapo cual autorretrato. La mexicana, en cambio, tejía tan solo coloreando a pinceladas.
Ambas, las auténticas Telma & Louise del Surrealismo, cargadas de sueños, de esos que la semana pasada decíamos que se rompen, ellas conseguían mantenerlos vivos, flotantes. Eran capaces de ver a través del espejo, traspasarlo como Alicia pero sin cerrar los ojos. Estando pendientes, capturando y guardando para sí todo lo que vivieran en el mundo onírico para después reproducirlo en su obra con pintura de verdad.
Mujeres siempre pensando en huir. Alejarse tanto de lo que vivían verdaderamente como de aquello que tan solo imaginaban. Huir tomando el control del destino y emprender el camino del jardín de las delicias. ¿Quién no ha querido huir? Pero siempre nos falla una mano, la que nos suelta, la mano cobarde que decide no escapar, la que se queda… En ocasiones es debido a una fuerza impetuosa, poder que retiene a quien, en un principio, creemos necesario para huir. Pero acabamos huyendo solos, sin la mano. Mano que no quiere, que no puede, que no debe; la mano miedosa.
Leonora huyó sin Max. Ernst fue capturado y llevado a un campo de concentración. Ella no esperó, una sabe cuándo ya no debe seguir esperando. Se dijo que debía borrarlo para seguir viviendo y escapó. Su destino era España, sin saber qué le esperaba. Me sorprendió, tras la lectura de su Memorias de Abajoy de los apuntes biográficos de la guía Somos plenamente libres; descubrir que esa fuga, el verano de 1943, la llevó hasta Andorra y que luego pasó por la Seu d’Urgell. Es curioso cómo un hallazgo como este convierte al personaje en alguien más cercano, más atractivo, de mayor necesidad. Imaginarla en el país vecino, querer saber qué hizo entre Andorra la Vella o Sant Julià de Lòria, con quién estableció relaciones allí, qué le parecieron sus montañas, cómo caló ese cielo en esa mente tan convulsa. Me sobrepasan las preguntas mientras la leo: “Andorra, ese país desierto y dejado de la mano de Dios”.

Luchó toda su vida por unir su mente y su cuerpo. Por controlar esa vida interior tan feroz. Por discernir entre el sueño y la tierra firme. Acabó encerrada en un psiquiátrico en Santander, su denominado “Abajo”, donde vivió tal desgarro que toda su obra posterior mostraría esos jardines y el caos mental bajo el que los caminó. “Me juré a mí misma que, a partir de ese momento, me mantendría vigilante día y noche, no dormiría y protegería mi conciencia.”  La dureza, a la vez que la ensoñación, con las que explica esa vivencia santanderina la estremecen a una y espera, sí o sí, que le cuenten la manera en que volvió a huir; esta vez del nuevo mundo en el que estaba perdida.
El poeta Renato Leduc, como cónsul de México, logró que trasladaran a su tierra a cien mil refugiados republicanos españoles; entre ellos a Leonora, con quien se casaría y tendría una breve relación de un año. Tras él, apareció Emérico Weisz, con el que concibió a dos hijos a quienes nunca más soltó. Tuvo claro que su misión era protegerlos, pero dejando que volaran. Tuvo claro que eran parte de su ser y por tanto también de su universo interior, permitiendo así que fluyeran como ella hacía. Tuvo claro que no dejaría de inventar sus mundos, sus animales fantásticos, sus hilos cósmicos, porque ella era de acá y de allá, como escribió: “Mis ojos son fuertes y están acostumbrados a todas las luces y a todas las oscuridades”.
Una pizca de esa locura fue la que disfruté en la exposición Somos plenamente libres. Las mujeres artistas y el Surrealimo el pasado enero en el Museo Picasso de Málaga. Pude ver en esos óleos sobre lienzo el reflejo de esa media luz, del recuerdo de “Abajo”, del miedo, de la fantasía necesaria, siempre, para huir sin la mano cobarde. Con el corazón congelado por el amor, el verdadero, el que no huyó con ella. Admitió que “cada amor es distinto” y aprendió a vivir los que fueron llegando resiguiendo el bordado del manto terrestre.