Se han cumplido ya más de 100 días desde que el Reino Unido decidió, por voluntad de sus votantes (que no habitantes), abandonar la Unión Europea. Un mala noticia para Europa solo comparable, por su impacto en el presente y sus repercusiones futuras, al inicio de la II Guerra Mundial. Desde aquel desgraciado 1 de septiembre de 1939 ninguna otro hecho acaecido en nuestra vieja Europa ha tenido tanto poder destructivo como el Brexit. Y no solo por lo que supone que una de las naciones más antiguas de Europa, y que más ha contribuido a construir la misma, decida unilateralmente desligarse del resto, sino por el riesgo de autodestrucción de su país que esta decisión entraña para los británicos. Si la decisión fue acertada o no, si se tomó con conocimiento o fundamentada en falaces e interesados argumentos o si el resultado final dará la razón a los vencedores o demostrará su estulticia son cuestiones, por ahora, menores. El hecho en sí es que una mayoría de británicos ha decidido que es mejor abandonar el compromiso y trabajo conjunto con el resto de países que conforman la Unión Europea. Lo realmente triste es comprobar ahora, apenas 3 meses después, que cada vez son mayores los lamentos y desesesperacion de una gran parte de la población de las islas que comienza a arrepentirse, y lo manifiesta claramente, de la decisión tomada. Una decisión que, de hacer caso a las encuestas, ha estado apoyada principalmente por la población de mayor edad, segmento en el cual el deseo de ruptura ha sido muy mayoritario. Y esto ha hecho que sean los más jóvenes los que con mayor fuerza repudian la decisión tomada por sus mayores. Y no les falta razón: el egoísmo de una población envejecida, que se enseñorea en antiguos días de imperio y esplendor, que piensa que el colonialismo no ha muerto y que justifica una superioridad sobre el resto de pueblos y naciones ha condenado, de manera inmisericorde, a generaciones y generaciones venideras de súbditos de Su Graciosa Majestad. Les ha condenado a vivir fuera de un mundo cada vez más globalizado, a perder las ventajas y oportunidades que les ofrecía la Unión, a frenar su desarrollo como individuos y como país… En pocas ocasiones la ceguera de una masa gerontocrática hizo tanto daño a los que vienen por detrás.
Y algo similar a esto ocurre en nuestra Sanidad Pública. Vaya por delante que toda generalización es, en sí mismo, injusta pero se aproxima bastante a nuestra más cercana realidad. Un sistema dominado por la gerontocracia. Donde la antigüedad en el puesto continúa siendo el patrón oro sobre el que se construye cualquier desarrollo profesional. Donde la meritocracia es tradicionalmente despreciada. Donde lo que más importa es cuantos años se acumulan antes que cuantos méritos se han acreditado y que condena a los jóvenes a una precariedad laboral casi perpetua por miedo a cambiar “lo que siempre se ha hecho”. Un sistema donde se asciende en el escalafón por senescencia del precedente. Un sistema que rechaza que los más jóvenes puedan alcanzar las más altas responsabilidades tan solo por el hecho biológico sin pararse a considerar, en demasiadas ocasiones, quien lo merece por sus méritos. Donde el talento, la iniciativa, la ilusión y la voluntad son a menudo cercenadas por el mero acumuló de meses, algo que cualquier mediocre puede hacer dejando pasar el tiempo. Donde un puñado de meses calentando una silla valen tanto (o más) que las publicaciones de los trabajos realizados. ¿Y aún nos extrañamos de que los más jóvenes profesionales, excelentemente formados y con ambición y ganas de trabajar para hacer avanzar nuestra Sanidad opten por marcharse al extranjero? ¿Y aún sorprende que decidan poner su esfuerzo y capacidad de trabajo al servicio de quienes si ven en ellos su potencial y no sólo su edad biológica? Así se empobrece un sistema, cuando en lugar de apostar por la meritocracia para cargos de responsabilidad, para que dirijan los Servicios, para que renueven y hagan avanzar y crecer nuestra Sanidad Pública, se decide considerar como principal patrón de medida el factor tiempo. Resulta desalentador comprobar como Servicios y Departamentos, con excelentes profesionales, languidecen lastrados por la falta de ilusión, iniciativa y ambición generados por una gerontocracia que se resiste al cambio generacional.
Por supuesto que no es siempre así, pero al igual que no todos los votantes de edad más avanzada en el Reino Unido apostaron por el Brexit, también es muy cierto que no siempre van separados méritos y tiempo acumulado, y que son muchos los ejemplos que así lo atestiguan (cada cual será consciente de su realidad) pero desgraciadamente sucede en más ocasiones de las deseables. Y esta es, posiblemente, una de las causas más significativas del empobrecimiento de nuestra Sanidad Pública.
Probablemente, ha llegado el tiempo de comenzar a desplazar gerontocracia por meritocracia…
“Los años no hacen sabios; no hacen otra cosa que viejos”
Sophie Swetchine, escritora francesa (1782-1857)