Brigh Star, la última propuesta de la multipremiada Jane Campion por El Piano, brilla más en su aspecto formal y como retrato del romanticismo literario que en el puramente argumental. La película relata los últimos años del poeta británico John Keats, uno de los exponentes de la literatura romántica inglesa junto a Lord Byron y Shelley. Poeta maldito, murió en 1821 a los 25 años, de tuberculosis, inconsciente de la repercusión de su obra y sin poder ver sus poemas publicados, ya que no sería hasta 1841 cuando su amigo y mentor Charles Brown entregaría copias de los originales y de la correspondencia con Fanny Brawn a Richard Monckton Milnes, días antes de partir para Nueva Zelanda en busca de un futuro más prometedor para él y para su hijo. Brigh Star no es un biopic de la vida del poeta, la película se limita al relato del romance de los últimos tres años de la vida de John Keats (Ben Wishaw) con Fanny Brawn (Abbie Cornish). Él, soñador idealista, y ella, con una visión de la vida mucho más pegada a lo cotidiano, no parecían predestinados a romance de semejante calibre, pero el destino, árbitro impredecible, les condujo del mismo modo que quiso que su felicidad acabara antes de tiempo. Lo cierto es que lo más interesante de la película no reside en la narración del apasionado romance, pues hoy día resulta casi imposible sentir empatía con este tipo de historia, muy pegada a la época victoriana y al modo de entender la poesía por la corriente romántica, casi siempre presa de la desgracia y el dolor, como si el amor no pudiese alcanzar su plenitud sin estar exento de todos estos tormentos. A pesar de ello, Jane Campion exhibe todo un ejercicio de contención narrativa, sin ceder en exceso a las convenciones morales y estéticas asociadas al concepto de existencia de la que hace gala el romanticismo, aunque resulta casi imposible sucumbir a la amorosa entendida como ideal que transciende de lo fugaz del mundo físico para él, pero que inevitablemente termina atrapada en la realidad tangible desde la perspectiva de ella y, por tanto, condenada a todo tipo de sufrimientos.
Pero aunque argumentalmente para muchos resulte un tanto forzada en cuanto a relación extremadamente idealista y ajena a cualquier concepto actual, la película es, sin duda, una de las propuestas más dignas de la cartelera, cuyo interés supera a los personajes para pasar a situarse en la factura formal y cinematográfica a la hora de retratar el romanticismo como corriente revolucionaria inmersa en la época victoriana. El espectador que acuda predispuesto a dejarse llevar por las imágenes, que en este caso expresan por sí solas mucho de cuanto pretende transmitir la película, encontrará en Brigh Star un mundo de sutilezas y sensibilidad difícil de contemplar en el cine actual, la mayoría de veces preso de efectos informáticos que sustituyen a la narración cinematográfica en estado puro como es el caso de esta película. Porque por contra, la película exhibe clasicismo en todas y cada una de sus secuencias, y los efectos son casi siempre fotográficos, desde el comienzo, con la aguja de coser, un extraordinario primer plano, hasta el final, cuando las cartas y notas aparecen y desaparecen de la pantalla entre imágenes de la campiña inglesa. Sentarse a ver Bright Star es asistir a un extraordinario espectáculo de manejo de la cámara como principal baluarte a la hora contarnos esta historia de sentimientos y pasión de los protagonistas. La niña Toots, hermana de Fanny (Edie Martin), es la mayor parte de las veces quien da pie a los cambios sentimentales y a los momentos clave de la película, junto a selectivos desenfoques que son un auténtico placer para la vista.
A todo ello se suman los diálogos, un torrente de metáforas, ironía y muchas veces mala leche, sobre todo entre ella y el mentor del poeta, extraordinario trabajo de Paul Schneider interpretando al soez Mr Bown, que se contraponen con el tono poético de los amantes en un auténtico ejercicio de imaginería lingüística de la que seguro disfrutarán quienes dominen el inglés a la perfección, el resto nos tenemos que conformar con los subtítulos que demasiadas veces intuimos quedan extremadamente cortos. Como plus añadido, el entorno de la campiña inglesa, paisaje necesario en el retrato de la literatura de la época, y unos secundarios tremendos, absolutamente integrados en cada momento de la narración, como si se tratase de los personajes de una pintura impresionista, que junto al uso de la luz, a la música o los decorados de interiores, hacen de Bright Star una película fascinante en cuanto al uso de elementos y formas para transmitir ese universo romántico, tan bello y a la vez tan enfermizo, siempre desde una perspectiva muy realista, ingredientes todos que la convierten en una película sensible, emocionante y cargada de significado. Bright Star consigue ser casi como un poema de John Keats, frágil, delicada, etérea, sin dejar por ello de lado el retrato de la sociedad de la época y el papel de la literatura romántica como ejercicio libre de la poesía, en constate contraposición al corsé dictado anteriormente por la Ilustración, pero también como premisa del movimiento esteticista venidero del que Oscar Wilde sería elemento destacado. Tal vez le falta un recorrido más profundo en el personaje del poeta, hasta se podría decir que el personaje principal deja de ser muchas veces Keats y pasa a ser ella el hilo conductor, porque la narración adopta casi siempre el punto de vista realista de la muchacha que no puede alcanzar aquello que ama, pero este dejar de lado el biopic repercute en una buena visión de conjunto del impacto de la sociedad victoriana en la literatura y viceversa. Brigh Star es, versión película, como un poema de John Keats. Se podría decir que es al cine actual lo que el romanticismo de Keats a su época, a lo que cabe añadir que pocas veces una película ha logrado plasmar de manera tan precisa no solo el retrato de una época sino también el de su literatura.