Caballero

Publicado el 01 agosto 2013 por Alma2061

El escritor romántico alemán Friedrich von Schiller recupera la figura medieval del caballero, su participación en las Cruzadas y uno de los motivos constantes de la lírica cortesana: el culto de la dama, así como la interrelación de las imágenes del amor y de la muerte. “El caballero Toggenburg” De Friedrich von Schiller. «Caballero, amor de hermana
fiel os da mi corazón;
no pidáis otros amores;
y no me inflijáis dolor.
Puédoos ver venir serena,
y serena ver partir;
vuestras lágrimas calladas
comprender no es dado á mí.»
Entre angustia muda lo oye;
se desprende en pena cruel;
fuerte estréchala en el pecho,
se alza sobre su corcel.
Á los suyos todos llama
en la helvética región;
y cruzados todos marchan
al sepulcro del Señor.
Grande lucha de los héroes
al acero crudo allí:
su penacho al viento ondea
por la muchedumbre hostil.
Y, de Toggenburg al nombre,
se estremece el musulmán;
mas su corazón no logra
de sus penas aliviar.
Ya lo ha tolerado un año,
y no lo tolera más;
alcanzar quietud no puede:
deja la labor marcial.
En la rada ve de Jope
velas un bajel izar;
torna en él al caro suelo,
donde ella alentando está.
Peregrino, del castillo
á la puerta fué á tocar:
¡Ay! con voces cual de trueno,
ábrese: «La que buscáis
Encubrióse ya en el velo;
con el cielo se enlazó;
ayer celebróse el día
que la desposó con Dios.»
Y abandona para siempre
su castillo: su solar;
no ve más ya su armadura,
ni su fiel bridón ve más.
Desde el burgo de los Toggen
baja ignoto; que un sayal,
hecho en crin entretejida,
cúbrele la noble faz.
Y fabrícase una choza
inmediata á la región
do el convento se destaca:
densos tilos en redor.
Solitario allí sentado,
desde el alba al tardecer,
él se estaba, el rostro lleno
de esperanza, entre mudez.
Al convento allá miraba
largas horas sin cesar:
de su amada á la ventana,
hasta su cristal sonar;
Hasta parecer la amable,
hasta descender al val
su adorable, dulce sombra,
placentera, angelical.
Luego ledo se dormía,
se dormía en el solaz,
en la tácita alegría
de ver ya la luz tornar.
Tal mirara largos días,
largos años tal miró,
sin dolor y sin lamento,
hasta que el cristal sonó;
Hasta parecer la amable,
hasta descender al val
su adorable dulce sombra,
placentera, angelical.
Así, muerto, una mañana
todavía se le ve:
con el rostro á la ventana,
lívido, la paz en él.
Fuente: Jünemann, Guillermo. Antología universal. Friburgo: Herder, 1910.

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