Caballero Dylan y señora

Por Anxo @anxocarracedo

Con ustedes el caballero Dylan, un tipo nervioso. Se pasa el día arriba y abajo. No para. Casi da fatiga verlo. La única que no se cansa es Violeta. Como está acostumbrada, puede continuar a lo suyo, que es dormitar en la cama más mullida que pilla. Tiene el sueño fácil, igual que tiene el canal obstétrico angosto, aunque esto último viene inscrito en los genes y ella poco puede hacer al respecto.

Menuda la que se ha armado con los Dylan. A éste la gente ha empezado a mirarlo de un modo diferente desde que se ha sabido lo del premio. El galardonado no acaba de dar señales de vida y tiene a media Suecia sin vivir en sí. Con los Dylan nunca se sabe. Éste, que es auténtico y no un Zimmerman reconvertido, tiene por costumbre componer una tonada cada vez que se arrima a un portal. Una tonada feromónica bien rimada, así que no sería para hacerse cruces si el día menos pensado le cayese un Cervantes, un Goya o un Princesa de Asturias. Un Planeta no, porque el Planeta hay que negociarlo previamente.

Cualquier cosa es posible, porque este país está como está. Ahora todo el mundo pide el Nobel para sus amigos, como si el Nobel fuera cosa de pedir. Si uno ha de fiarse de los dimes y diretes del universo digital, Serrat, Marwan y Bisbal ya tienen plaza en la lista de favoritos para la próxima edición, y no precisamente en ese orden.

Este país está como está, sí señores. Este país está para que lo encierren. Vale que las negociaciones del Planeta exijan un agente literario con estómago de titanio; vale que Sabina pida el Cervantes para Serrat en el periódico que pide el voto para don Mariano; vale que Bisbal esté dispuesto a rechazar el Nobel a la manera de Sartre; vale que este país esté gobernado por delincuentes. Todo eso entra en los márgenes de la normalidad histórica. Lo que ya no parece tan normal es que los gobernados aplaudan y pidan más. Vea, este es el último premio Planeta, nadie le manda leerlo, tampoco tiene por qué escuchar los gorgoritos de Bisbal. Vea, estos son los delincuentes que administran la nación y así es como se lo han estado llevando crudo desde hace ya ni se sabe, ¿quiere usted más de lo mismo? Sí por favor, póngame cuatro años más de crimen organizado. Me lo llevo puesto.

El caballero Dylan escucha con atención las reflexiones de la ciudadanía en el ágora de la vía pública mientras la fina lluvia de octubre incorpora a la escorrentía superficial la tonada feromónica que acaba de componer al pie del portal número 73 aprovechando un descuido de la persona a cargo. Dos manzanas más abajo, la enfermera del centro de salud se trae las tijeras de casa porque los recortes han recortado hasta los instrumentos de recortar. Cinco pisos más arriba, Violeta sueña con un canal obstétrico de las dimensiones del Eurotúnel, se aprecia en el movimiento espasmódico de las extremidades posteriores. Lo del ronquido no guarda relación, se debe más bien a la estrechez del canal respiratorio. No hay quien pueda con la genética, vaya por Dios.

El asunto con el caballero Dylan es que, entre que no para y que los ojos saltones le dan un aire perplejo, nunca se sabe cuál es su parecer. Dan ganas de decirle: mójese, señor mío, no nos venga con terceras vías ni con la milonga de la abstención técnica, ya sabemos qué lodos vienen de esos polvos. Dan ganas de espetarle: no nos venga con que a usted lo de tener negocio propio le ha frenado a la hora de ser un tipo de acción, porque eso suena a disculpa barata, aquí se enaltece la patria a golpe de sobre, que es lo que manda el patriotismo, y si hay que meter tijera se le mete tijera hasta a la mismísima tijera… Pero el caballero Dylan es hábil y si llegásemos a tan agrio punto en la discusión nos saldría con que, de no ser por la estrechez del canal obstétrico, la Violeta y él estarían facturando camadas a razón de mil quinientos eurazos la unidad. Ahí habría que aflojar y empezar a darle vidilla. A fin de cuentas, es cierto que la gente elegante se ha encaprichado de la exclusivísima genética de los caballeros de su estirpe. No es de extrañar porque, como ya se ha dicho, se trata de un Dylan auténtico, no de un Zimmerman converso. En los días secos y soleados, amigos míos, sus feromónicas tonadas flotan en el viento como preguntas en busca de respuesta.

¡Ay, el caballero Dylan! Dan ganas de poner fin al monólogo con un ruego: póngame a los pies de su señora.

Foto de Cristina Ruiz.