¿Caen las plantas en los brazos de Morfeo?

Por Lasnuevemusas @semanario9musas
Morfeo, desde el lecho rodeado de amapolas púrpura de su cueva, alza sus alas para ir a adormecer a los hombres, rozando sus frentes con una de aquellas sedantes plantas.

Pero el hijo de Hipnos tampoco parece desdeñar al resto de seres, animales o vegetales, a los que también ofrenda su toque sutil y soporífero de reposo.

El proceso fisiológico del sueño, a pesar de ser más estudiado en el ser humano que en ninguna otra especie, aún presenta grandes lagunas y falta de validez en sus investigaciones, quedando por resolver la gran incógnita de por qué dormimos.

Así y todo, se sabe que esta función, en el caso del hombre, que se pasa nada menos que un tercio de su vida durmiendo, opera desde su cerebro y ejerce una influencia directa en el aprendizaje y la consolidación de la memoria, además de propiciar la eliminación de desechos metabólicos celulares de dicho órgano y la reparación necesaria del organismo.

Sobre los animales, se desconoce aún más, y hasta no hace mucho se asociaba el acto de dormir solo con mamíferos y aves.

Pero gracias a numerosas observaciones, aunque no se ha demostrado si sueñan, se sabe que la mayoría de los animales pasan por uno de los dos estados generales del sueño, la fase de sueño paradójico o MOR (Movimiento Ocular Rápido), REM en sus siglas en inglés, y probablemente también por la otra fase lenta del sueño o no MOR, sobre todo en mamíferos. La actividad respiratoria, cardíaca y muscular desciende de forma similar en casi todas las especies.

En algunos casos, no se conoce con certeza si realmente duermen o entran más bien en un estado de aletargamiento, o al menos de bajada de metabolismo, como les sucede a los peces. Estos no presentan patrones de ondas cerebrales, pero tienen sus propias técnicas de descanso, excepto el tiburón, el atún o los peces ciegos, que en apariencia no cesan en su actividad.

Sin embargo, al estudiar algunas especies de tiburones, se ha descubierto que la actividad natatoria está dirigida por la médula espinal, no por el cerebro, lo que hace pensar que podrían estar descansando, a pesar de estar en movimiento.

Los delfines y las ballenas poseen un sistema realmente singular, llamado sueño unihemisférico, por el que pueden descansar sin dejar de subir a la superficie a cargar de oxígeno su sistema respiratorio, cada quince minutos a lo sumo. Desactivan literalmente medio cerebro, mientras el otro hemisferio se encarga de mantenerlos con los movimientos esenciales, aunque más lentos, y una semiconsciencia que les permite seguir respirando al poder ir hacia el exterior.

Aunque se creía que las aves, sobre todo las migratorias, dormían en el cielo durante el propio vuelo, hay científicos que declaran que muchas no lo hacen, argumentando que son evolutivamente capaces de no dormir durante esos largos períodos de tiempo o también durante épocas de celo.

Según otros estudios, hay especies de aves que han desarrollado el mismo sueño unihemisférico de los mamíferos acuáticos, en vuelo o postradas, durmiendo con un ojo abierto o en alerta ante posibles predadores. En el caso del albatros, a lo largo de su recorrido errante de miles de kilómetros sobre los océanos, durante la noche para y en verdad reposa sobre el mar.

En el caso generalizado de animales que son presa fácil, estos duermen durante cortos espacios de tiempo, e incluso de pie, para estar ojo avizor.

Como puede inferirse, el acto de dormir en los animales es un proceso vital que se expresa de múltiples maneras y en diferentes grados y tiempos.

Pero, ¿y los seres vivos verdes? ¿Tienen los vegetales también algún tipo de descanso de sus actividades o se da por sentado que no duermen?

En realidad, tanto en plantas como en animales y en el humano, el sueño, como otros fenómenos cíclicos, forma parte del conjunto de sucesos que estudia la cronobiología, disciplina de la biología que indaga en los múltiples relojes internos que nos regulan a lo largo del día, de los meses lunares o de las estaciones.

Estos ritmos biológicos, que se dan hasta en hongos y bacterias, son resultado de una útil evolución adaptativa a los cambios periódicos medioambientales, como la luz, la temperatura, la salinidad, la humedad, las fases lunarias, las temporadas estacionales,...

Uno de ellos es el ritmo circadiano, ciclo de veinticuatro horas que se acopla a la alternancia diaria luz/oscuridad, como le ocurre al periodo reiterado del sueño y la vigilia.

Es decir, que la vida es un milagro rítmico y acompasado, en el que cada ser vivo danza su propia coreografía trascendental e indispensable, bajo la batuta armoniosa de la naturaleza.

En cuanto a los organismos vegetales, puede advertirse cómo siempre ha habido, a lo largo de la historia, estudiosos que han detectado ciertos cambios en el comportamiento de los vegetales entre el día y la noche.

Ya en la época de Alejandro Magno, en el siglo IV a.C., su cartógrafo Andróstenes de Tasos observó el movimiento de las hojas del tamarindo plegándose sobre sí, en el período nocturno de cada día. Plinio el Viejo (23-79), en el siglo I, observó este mismo fenómeno en este árbol africano en las mismas horas de la noche.

En el siglo XIII, el obispo, científico y filósofo alemán Alberto Magno (1193/1206-1280) describía la oscilación periódica diaria de las hojas de algunas plantas leguminosas en su libro De vegetalibus.

El naturalista inglés del siglo XVII John Ray (1627-1705) plasmó también en su obra Historia plantarum los dinamismos de las plantas entre las fases del día y la noche.

Poco después, en el siglo XVIII, el geofísico, astrónomo y matemático francés Jean-Jacques D'Ortous de Mairan (1678-1771) hizo un experimento con una Mimosa pudica -en la que había observado este movimiento regular nocturno de sus hojas-, aislándola de la luz del día en compartimentos cerrados a oscuras.

Sus resultados le llevaron a ser el primero en cuestionar la idea, que hasta entonces se tenía, sobre la dependencia total de los relojes biológicos de los seres vivos hacia los fenómenos ambientales externos, pues observó que esta leguminosa llamada también dormilona seguía con su mecanismo cíclico, aun en ausencia de estímulo lumínico alguno. Es decir, el reloj fisiológico de la planta, siendo endógeno o interno, le hacía saber la hora del día que era, sintiendo así el sol pero sin verlo.

Solo unos años después, otros investigadores no solo corroboraron esta independencia de la luz, sino que vieron que los cambios de temperatura o de humedad tampoco afectaban a este proceso biológico en otras plantas leguminosas estudiadas, como en el regaliz indio, una liana trepadora.

Pero fue en ese mismo siglo cuando el naturalista y médico sueco Carl von Linneo (1707-1778), creador del sistema principal de clasificación de los seres vivos y calificado como padre de la botánica, hizo una investigación más exhaustiva y sistemática del fenómeno, asemejándolo al sueño de los animales. En su breve tratado Somnus plantarum nos ilustraba sobre las distintas posiciones nocturnas de hojas y ramas de algunas plantas o nictinastia.

Las nactias son los movimientos que emprenden las plantas como reacción a un estímulo externo; cuando los realizan debido a la variación entre el día y la noche, hablamos de nictinastia.

Linneo escudriñó el movimiento temporal de las plantas hasta tal punto que llegó a crear un jardín reloj (horologium florae), por el que se deducía la hora del día según la apertura o cierre de las flores de diferentes especies: clavel, caléndula, oreja de gato, cardo, estrella de Belén, diente de león, amapola, nenúfar blanco o pasionaria abrían y cerraban su belleza ante la atenta mirada del científico, que tomaba nota de todo y lo reflejaba en su obra Philosophia botanica. Su reloj floral circular se intentó materializar en el siglo posterior en jardines de palacios europeos.

Fue por aquella época cuando el naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) escribió, junto a su hijo Francis, el libro El poder del movimiento en las plantas, en el que incluía estos procesos y sugería su carácter inherente. Su interpretación fue que cerraban las hojas en la noche como protección al frío nocturno, gracias a una posición vertical frente a la más horizontal del día.

Aunque durante mucho tiempo se consideró este pulso viviente totalmente supeditado a los factores externos, se ha ido demostrando en los últimos tiempos que este reloj circadiano realmente es una tecnología biológica interna y autónoma de la planta, que a su vez, puede regularse y reajustarse de forma sincronizada con las variaciones exteriores de las condiciones medioambientales.

Este procedimiento endógeno, que coordina una serie de importantes sucesos metabólicos, permite a la planta anticipar los posibles cambios ambientales y estar preparada y responder eficazmente ante ellos cuando llega el momento, es decir, supone una ventaja adaptativa.

Existe tanta variedad en el reino vegetal a la hora de ejecutar estos patrones rítmicos entre el día y la noche como en las especies animales: la postura de una ave, escondiendo su cabeza entre las plumas y apoyada sobre una pata, difiere mucho de la de un jaguar tumbado sobre una rama con sus extremidades colgando, de un lemur acurrucado haciendo un ovillo o de un murciélago y un oso perezoso colgados bocabajo de una rama.

Las especies vegetales, a su manera, también se estiran de diferentes formas en sus ratos más ociosos: pueden elevar sus hojas, o bien flexionarlas hacia abajo, plegarlas en dos y cerrarlas a lo largo de su nervio central, o juntarlas en torno a las flores. Muchas, en la base de sus hojas, tienen una estructura flexible que es la responsable de la apertura foliar y cuya turgencia crece por la mañana y decrece al anochecer.

Toda una gama de estrategias para afrontar la noche y el reposo, que tienen un interesante componente en común, y es que asemejan la posición embrionaria que adoptaron en su primera fase de crecimiento como brotes, como cuando el humano duerme plácida y cómodamente desde su posición fetal.

Como sucede en el reino animal, también hay vegetales nocturnos, que reflejan su actividad/inactividad rotada en el tiempo, como en multitud de especies de la familia de los cactus, que abren sus flores solo en la noche, acoplándose a polinizadores igualmente nocturnos, como las polillas (mariposas nocturnas) o los murciélagos.

Un experimento reciente del 2016 con el abedul, llevado a cabo por un equipo de científicos de Finlandia (Instituto de Investigación Geoespacial), Austria (Universidad Técnica de Viena) y Hungría (Centro de Investigación Ecológica de la Academia de Ciencias), ha empezado a sacar a la palestra que los árboles también dormitan, o al menos entran en un estado de baja actividad metabólica.

Mediante técnicas no lumínicas -que pudiesen alterar su ciclo nocturno-, basadas en cámaras infrarrojas y el escaneo láser de los árboles, observaron en las correspondientes imágenes en 3D cómo estos inclinaban sus ramas y hojas -al entrar la noche- unos diez centímetros, volviendo a su estado vertical durante las primeras horas de la mañana.

Las pruebas se realizaron en bosques de diferentes regiones pero en las mismas condiciones de humedad ambiental y ausencia de vientos, para poder descartar la influencia de estos factores externos, y en una época del año en la que la duración del día y la noche era similar.

Se ignora la causa real de este cambio de posición, pero a nivel fisiológico puede que se origine por la pérdida de turgencia en las células durante la noche, ocasionada por un cambio en su balance hídrico en ausencia de la fotosíntesis; durante el día, esta provoca el engrosamiento de las células, ante la disponibilidad de la luz.

También podría deberse a un ahorro eficiente de energía. Durante la dura jornada fotosintética expanden sus ramas y hojas en busca de la luz y su máximo aprovechamiento, suponiendo un costoso gasto energético. Este es innecesario en ausencia de luz al llegar la noche, en la que languidecen sus ramas y entran en un estado de relativo reposo, continuando solo con algunos procesos metabólicos relacionados con el crecimiento.

Estos investigadores proponen tales hipótesis pero, a ciencia cierta, aún se desconoce con certeza el para qué de estos comportamientos, tanto en árboles como en arbustos y herbáceas, aunque bien es cierto que ni siquiera lo sabemos en nosotros, ni la función última de los sueños y su interpretación científica.

Al ser humano le queda trecho por recorrer para conocer los porqués de los sofisticados funcionamientos, no ya de sí mismo y de los animales, sino del desconocido e inteligente mundo vegetal y sus maravillosas adaptaciones y resolución frente a las múltiples adversidades, ante la dramática situación de no poder salir corriendo, cual gacela o ratón.

Asombra la escasez de investigaciones sobre nuestras amigas verdes -máxime en comparación con las realizadas en animales-, pero todavía más sobre sus fases de siesta y descanso, como si fuesen seres de segundo orden en el reino de la vida, cuando gracias a ese relax, estas joyas vegetales pueden retomar su más indispensable función, la de alimentarse y, por ende, alimentarnos a todos los demás seres vivos.

La sensibilización y tímida vuelta de nuestra mirada hacia la naturaleza parece estar provocando un cambio de conciencias, que también se deja traslucir entre los botánicos y su creciente interés en ampliar y profundizar en el conocimiento -inclusive de su conducta nocturna- sobre nuestras proveedoras de vida, alimento y oxígeno.

Mientras, soñaremos con un planeta verde en el que la inocencia de cada ser vivo que reposa cuando cae, plenamente confiado, en la calidez de los brazos de Morfeo, nos despierte una compasión hacia todos ellos, se muevan o no. Todos son nuestros compañeros de viaje en este sueño que soñamos dormidos durante un tiempo en este planeta bello, Gaia.

Dejemos atrás las pesadillas humanas, despertemos y hagámoslo más amable y placentero.

Para todos.