William James, filósofo y psicólogo norteamericano del siglo XIX, considerado el padre de la psicología americana, dijo que «la mayor revolución de nuestra generación es el descubrimiento de que cambiando actitudes de la mente podemos cambiar resultados externos».

Tenemos una mente poderosa, mucho más potente de lo que imaginamos, con formas de funcionar bien diferenciadas: una consciente y otra subconsciente. Es como mirar un iceberg: aquello que podemos ver —la parte que sobresale por encima de la superficie del agua, la punta del iceberg— es lo que podríamos llamar la mente consciente, y aquello que no podemos ver —la gran masa que queda por debajo de la superficie— es la mente subconsciente. Se dice que sólo un sexto de nuestra vida mental es consciente, y cinco sextos —la gran mayoría— corresponden a la mente subconsciente.
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En la tradición psicoanalítica o freudiana, todo lo que no fuera procesado por la mente consciente se denominó inconsciente. Y en la literatura especializada, muchas veces los términos inconsciente y subconsciente han sido usados como sinónimos.
Según las investigaciones de la Universidad de Amsterdam, la mente consciente es buena captando y clasificando información de acuerdo con ciertas reglas. Pero comparada con la mente subconsciente, tiene «baja capacidad», por eso sólo podemos pensar conscientemente en un número limitado de factores al mismo tiempo. En comparación, la mente subconsciente puede sintetizar enormes cantidades de información.
Refiriéndose al tema, Daniel Kahneman, psicólogo y ganador del Premio Nobel de Economía en 2002, explica que tenemos dos maneras bien diferentes de pensar: una, que es muy veloz y hace su trabajo casi sin esfuerzo, resulta más difícil de modificar o controlar. La otra es más lenta, secuencial y funciona con más esfuerzo.
