El local, simple, decorado como una simple taberna, sin pretensiones pero acogedor ofrece una carta de cocina a la brasa, platos típicos catalanes y comida de cercanía. Cocina que no se preocupa en innovar solo en servir buena comida mediterránea. Desde melón con jamón, a esqueixada de bacalao (ensalada de bacalao), escalivada, xató (escarola con romesco, atún, bacalao y anchoas) o escudella (una sopa) como entrantes. Carnes de todo tipo a la brasa y donde resaltan las butifarras y, por supuesto, tostas con toda variedad de ingredientes a elegir. También, en temporada, (de invierno a principios de la primavera) se pueden tomar calçots: tallos jóvenes de cebolla a la brasa que, servidos en una teja, se pelan, se mojan en salsa romesco y se comen de una vez.
En nuestra visita más reciente, a finales del mes de noviembre, ya tenían calçots por lo que decidimos pedir una comanda en plan calçotada con calçots, tostas de pa amb tomaquet y butifarras.
Empezamos con unas escudellas, una sopa típica de allí cuyo ingrediente principal es la pilota (una bola de carnes y los fideos. Más ligera de lo que parece.
El surtido de butifarras estaba verdaderamente rico y donde fallaban era en las mongetes, unas alubias blancas con las que acompañan la butifarra. Estaban un poco sosas, símplemente cocidas; yo eché de menos que las pasasen por la sartén para freirlas un poco con los jugos de las butifarras.
Lo último, como no, los calçots. La ración vino con unas 6-8 piezas por 9,70€ y es un plato que, aunque no triunfa mucho fuera de cataluña merece la pena probar.
La comida la regamos con cava, un brut nature de la casa bastante aceptable y con un precio económico (15,6€). El servicio es muy agradable, a pesar de que a veces parecen saturados, atienden bien y son atentos. El precio medio del restaurante ronda los 20 euros por comensal, nosotros sin postre pagamos 56€ para cuatro personas, y merece la pena no solo por lo económico, sino por la calidad de la comida y por lo auténtico de sus preparaciones.