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De cómo fui feliz sin saberlo
era nada amigable, aunque eso no era nada extraño para mí. Tras ponerme al día, me puso a caldo. Llegó a decirme a gritos que le había robado con malas artes su trabajo y que ahora sus hijos solo podían comer de lo poco que ganaba su mujer. «Y eso a mi amigo no le gusta nada. Ni a nosotros tampoco que un mocoso venga y estropee nuestra vida», añadieron desde la puerta. «Yo no…», iba a contestarles cuando el que había metido baza y los otros dos hicieron amago de acercarse y me callé. Con un movimiento de brazo, Epafrás les paró y me preguntó si acaso le iba a llamar mentiroso. Ante el talante de aquella cuadrilla, recogí velas y le dije que no con la cabeza y añadí de viva voz que sentía su despido, por sus hijos sobre todo. El recogió mi argumento y me lo devolvió como comenzara: «Por qué crees que estoy aquí, putain voleur(3)». Humildemente le respondí que yo poco había hecho en su contra salvo llevar agua a su señor, de lo que malamente vivía. Y que no entendía cómo podía haberle robado su empleo. Otro de los esbirros hizo otro comentario despectivo: «Además de ladrón, tonto». Y otro se sumó y dio ánimos a los demás: «¡Vamos con él». Y lo hicieron. Cuando acabaron conmigo, Epafrás se agachó y me dijo al oído: «Y no se te olvide que la carne de camello es la preferida de mis hijos. O te largas o se van a hartar. Te lo juro. Esto es solo un aviso». Joder, menudo aviso. Yo lo confundí con una paliza, pero como estaba mareado tampoco me lo cuestioné mucho. Desde el suelo y a ras de tierra vi como se alejaban y desaparecían sus pies. Aunque no sé si se esfumaron antes de verlos esfumarse. Volví en mí porque Hamal topaba su cabeza contra mi espalda. El animal no debía de haberse retirado de mi lado y harto de esperarme decidió que ya estaba bien de siestecita. Y pude levantarme gracias a él y agarrado de su jáquima. No noté correr la sangre por mi cara, pero sí la vi en mi camiseta y en mis manos. Estaba ya seca y la cabeza me dolía de lo lindo. Estaba algo más que aturdido y agarrado a mi camello me llegué hasta la esquina del tejadillo. Y allí me dejé caer. Soñé muchas cosas pero solo me acordé al despertar de los pinchos morunos que había olido en los zocos. Y, desde luego, no sentí el hambre que sentía entonces. Con un poco de agua me ensucié más la cara de polvo y sangre, pero me sirvió para ver el asunto más claro. Miré a Hamal y supe qué tenía que hacer, eso sí, en contra de la voluntad de mi abuela Mayifa que me gritaba desde algún lado de mi cabeza que los guerreros nunca se rendían. “Pero sí toman aliento”, pensé yo. Con esa discusión y con un fuerte dolor de cabeza y grandes esfuerzos, conseguí quitarle las aguaderas a Hamal y vestirle con mi silla de montar. Y, aunque el miedo no es buen consejero, renuncié a buscar a la dueña de aquellos ojos que siempre me acompañarían para mi alegría. Huí como el cobarde que soy. Eso sí, al día siguiente, con nocturnidad y alevosía, después de que mi mente tuviera tiempo de darse cuenta de que a mi ser no le faltaba ningún trozo, y esos que extrañaba, empezaran a dolerme. Sí me sentí todo el día amputado de otro cuerpo, de un todo variopinto que tenía en común una fe que, curiosamente, yo no compartía. Acaso por ello su Dios me castigaba con el destierro. Abandoné Salal con lágrimas en los ojos, lloro que se mezcló con la sangre seca y el polvo de una tierra donde había llegado a sentir la felicidad junto a Thais. El llantoy el batiburrillo de mi cara nublaban mi visión y me restregaba con el antebrazo algo que nunca podría limpiarme: mi perfidia para con esa gente. Aun así, mantuve la esperanza de seguir teniéndola. Había llegado a Salal por el odio que aquellos asesinos habían despertado en mí y salía de esa ciudad por el odio que yo había despertado en otro. Hasta entonces, a pesar de haber conocido a otros salvajes, no aislé ese sentimiento. Creo que durante mi estancia allí había cambiado física y mentalmente. Cada vez estaba más cerca de convertirme en un hombre. No intuía, en cambio, si iba ser un hombre de bien o una persona que jamás perdonaría. Antes de volver a sumergirme en el Sahel hice mi última visita a aquel pozo cuyo camino se sabía de memoria Hamal. Y llené el odre. Allí también había encontrado a gente con la que hablar durante las esperas. Y tampoco me despedí de nadie. Mentí sobre la falta de cántaros que llenar. Me iba de visita a ver a un familiar. Necesitaba lavarme y quería llevarle agua como presente, ya que otro regalo no podía hacerle. Nadie se extrañó. El agua en aquellos lugares es la mejor ofrenda. Con el cuento de lavarme, esperé a que todos los conocidos se fueran y cuando no me sentí reconocido inicié mi huida y me alejé de Salal. Esa vez intuía que mi viaje iba a ser más largo y menos penoso, no me preguntes el motivo. Sería por mi tristeza o por mi vergüenza al escapar con el rabo entre las patas. No lo sé. El alimento no le faltaría a Hamal ni a mí el agua. Había aprendido que cuanto más al sur bajaba, más verde, pero más me alejaba del sueño de Katuku que, sin ser consciente de ello, me corroía la voluntad. Más difícil lo iba a tener. No obstante, mis conocimientos de bienes raíces que no son los que tú piensas, me vinieron muy bien. Recordarás que en mi la aldea donde me crié yo era un campeón en esos menesteres. Era yo quien encontraba más tubérculos para dárselos a roer a los viejos. Las bayas y los bulbos no tenían secreto, para mí aunque estos se encontraran debajo de la tierra, como suelen. Además, por el Sahel nada tiene que ver su época seca con la húmeda. Ya te imaginarás que esta última es mejor y más fértil. Muchacho, el agua es la vida, aunque también las menos veces represente la muerte. En la nueva soledad tomé conciencia de que entre los míos era un privilegiado. Tenía camello con su silla y todo, dos mantas y un odre. Ah, y un puñado de monedas. Pocos de los de mi clase poseían más que la ropa que vestían y mucha era regalada. Y gracias a esos bienes conseguiría cambiar mi futuro. Benditos mis bienes que mis males remedian. Ese es el concepto de posesión que comparto. Pero respecto a la pobreza yo no tengo ningún mérito. Lo más que he conseguido, porque así lo he querido, ha siso cubrir mis necesidades. Tú no puedes imaginar como se siente una persona al no poder usar a diario un cuarto de aseo. Yo lo he sabido tarde, cuando lo he tenido. Y si tú no te lo puedes imaginar, porque según tú, compartías con otra familia un retrete en tu infancia, imagínate tus hijos que han compartido un cuarto baño alicatado hasta el techo y hasta con bidé con un hermano o hermana. Por eso les llama tanto la atención la cuestión escatológica de mi niñez y juventud. Todos son preguntas sobre si teníamos papel higiénico, donde hacíamos nuestras necesidades, si las mujeres usaban tampones o qué. En fin, preguntas de adolescente, por otro lado lógicas, para quien puede limpiarse el culo con toallitas húmedas con aloe vera. No les critico a ellos, que quede claro, sino que escribo su postura en contraposición a esa otra realidad que ellos, gracias a ti y otras circunstancias, nunca han vivido. Por algún motivo, que hoy sí tengo claro, no entraba en los pueblos con los que me encontré en aquella etapa. Por una vez no temía que me reconocieran, sino que era yo quien rechazaba esa sociedad que me daba un poco para quitarme más. Hubiera renunciado a todo por quedarme en Salal. Esa era la mentira que me repetía para hacerla verdad. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Había dejado atrás mi infancia, mi primer amor, eso sí, platónico, un trabajo boyante y el amparo que representó y representa Thais para mí aún hoy en día. Era un embuste porque había huido por no ver a Hamal convertido en ingrediente de un guiso y a mí en comida para los gusanos. Sé que fue un pacto con el diablo a cambio de su vida y la mía. Pero todos somos un poco Fausto(4)
Vuelvo a coincidir con Dikembe. Muchos, más de los que creemos, nos hemos convertido en el personaje de esa obra clásica de la literatura. O nos han convertido, que de todo habrá, no digo yo que no. Porque, ¿quién de nosotros no hubiera aceptado el trato de alargar nuestra vida en treinta años, por ejemplo, aun a sabiendas de que fuera a costa de la de otra persona desconocida, a cambio de nuestra alma? Al fin y al cabo, ¿qué es el alma humana? ¿No trocamos el tiempo ajeno por nuestro bienestar o nuestra seguridad? También nos vale la calidad para el pacto, no solo la cantidad. La medicina, la ciencia occidental, ha conseguido que aquellos que disponen de suficientes medios materiales, se alejen de la mortalidad, mientras los demás disponen nada más que de su propia vida y, a veces, ni eso. Pero las sequías inducidas por la mano del hombre en las zonas que no pueden contaminar la atmósfera, excepto por los pedos de sus dos vacas y de los suyos propios, reducen cada vez más sus esperanzas de vida. Tienen que pasar escasos segundos desde la muerte de un niño para que se produzca otra. Y nosotros mientras, a tirar comida, venga a tirar residuos tóxicos a los ríos, a lanzar nubes de toxinas a los cuatro vientos. Pero algunos Fausto ni siquiera pueden disfrutar de ese tiempo robado o de esa calidad de vida que Mefistófeles les suministra. No, porque la mayor parte de él, la dedican a defender y no a disfrutar. También hay tontos entre los occidentales. Y eso, el que tiene suerte. Y lo dice uno que se arrepintió tarde de haber firmado el concierto mefistofélico, pero que renegó de él y ahora no puede ir ni al cielo, ni al infierno, ni al purgatorio porque lo clausuró Benedicto XVI. También hay que ser imbécil, ¿no?
La dirección de mi viaje se había convertido en una línea tangente de pueblos y aldeas. Solo los rozaba, como si una fuerza centrífuga emanara de ellos a pesar del hambre. Pero no quiero dejarte a medias las impresiones sobre mi adolescencia, que la pasé como todo bicho viviente que ha llegado a mi edad. Lo siento, José María, tengo asuntos que atender. Esta vez no se me olvida donde dejé el hilo, no tengo que apuntarlo, pues esa etapa la recuerdo muy lucidamente. Un saludo de tu amigo,
(1VG) [↑][Volver] Nada de nada, francés.(2VG) [↑][Volver] Mierda, en francés. Tanto esta como la anterior expresión, “rien de rien”, son más fuertes y categóricas en el idioma galo que en español, acaso por eso las escribe Dikembe en su lengua materna. (3VG) [↑][Volver]Jodido ladrón, maldito ladrón, en francés. (4VG) [↑][Volver] Fausto. Personaje que da nombre a una obra dramática de Johann Wolfgang von Goethe.
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