Ya no era mi abuela Mayifa quien tiraba de mí, sino mi amigo. Y cuando me ponía en marcha otra vez, sentí los belfos de Hamal en mi espalda. Él también empujaba. No era uno solo quien me acompañaba, eran dos los amigos. Recuerdo haber sonreído con la cara sucia. Yo, al contrario que don Quijote no había perdido la honra, tan solo una batalla, aunque no me enorgullecí. Era a ellos dos a quienes debía lealtad y ayuda cuando la necesitaran. Era con ellos con quienes tenía que cumplir y no ser una rémora. Acaso había tocado fondo porque las lágrimas tardarían tiempo en acudir de nuevo a mis ojos. Y si no recuerdo mal, lo harían por júbilo. Y aquí te dejo, mon ami. Escarbar en la impotencia no conduce a nada, pero en la alegría, al menos, produce sonrisas. Un saludo,
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