De cómo voy a acabar
Hasta aquí llega mi historia desconocida para ti. Como ves ha tenido que ocurrir algo importante para hacer mi primer punto y aparte. Nada más y nada menos que el final del relato. Y ahora déjame que me despida de ti. Pero no como tú crees y como he solido hacer con un soso saludo. Verás, de la misma manera que creció en mí, durante el viaje, el deseo y la esperanza de encontrar un mejor lugar donde vivir, ha nacido, no sé cuando, la necesidad de volver a mis orígenes. Fui consciente de lo primero al poco de llegar aquí. Te he transmitido en mis cartas cómo un sentimiento, que no enfocaba, se formaba en mi corazón y en mi cabeza su correspondiente pensamiento velado. Ahora sé que es la llamada de mi abuela Mayifa. Me grita que mi sitio no está aquí, que esto era solo una etapa. Que donde debo cumplir es allí donde nací. En África. ¿Te sorprende? Yo creo que no. Que en el fondo los dos lo sabíamos. Ya no pesa sobre mi conciencia haberla fallado. Ahora me veo como un guerrero. Quizá entendí mal su deseo. Guerrero no solo es aquel que guerrea, sino aquel que lucha y da guerra. Y yo no he dado otra cosa en mi vida que guerra y no he hecho otra cosa que pelear. Creí haber perdido todas las peleas. He peleado por mí y por otros. Pero no confundamos luchador con héroe, como se suele hacer en estos tiempos. Y voy a seguir en la pelea, pero corresponde hacerlo allí donde están enterrados mis antepasados. Y queráis o no los vuestros también. Es lo consecuente, el deseo de mi corazón y aquello que me dicta la razón. Creo haber devuelto, aunque será en parte, todo lo grato que esta sociedad me ha dado. Lo mejor de mí se lo han llevado todos mis alumnos, tanto aquellos que quedaron contentos como los otros que me odiaron y los pocos que no admitieron que les enseñara un negro su propio idioma. Y también creo estar en deuda con toda esa gente que día a día soporta el peso de un continente que en algún momento deberá explotar y ser referencia del resto. No sé donde iré, ni qué haré. Pero igual me ocurrió al iniciar mis andanzas y mira donde he llegado. Los tropezones no han hecho más que anduviera más deprisa porque nunca me he caído. Los traspiés tienen ese efecto, si no te caes recorres más terreno. Adama todavía no sabe nada de mi penúltimo viaje. Tú eres el primero. Pero no creo que me siga. Será otra separación dolorosa pero necesaria. Un suelo nos juntó y otro nos separa. Sí sé que me entenderá, como tú. Ya no me importa cuando vuelvas porque ya no estaré. Dejo todo lo que tengo a Adama. Esa es mi misión de hoy ante un notario. A ti te nombro albacea. Dejo a mi amigo los datos del fedatario público para que te pongas en contacto con él si quieres. Siento los problemas que te pueda causar. Te ha tocado. La condición es que si Adama no admite mi “herencia” pase a tus hijos, hecho que también tendrá que aceptar a su muerte si aprueba mi parecer. De ahí que estés tú por medio, como siempre. Me voy con la tranquilidad del deber cumplido y del agradecimiento debido. Y me mueve lo contrario. Parto con la ilusión del niño que nunca he dejado de ser. Y esa es la diferencia con Adama, él nunca lo pudo ser. Y no creas que añoro mucho de África. Sé que no me voy a encontrar con mi abuela Mayifa o con Hamal o con Monami o con Toujoursoui. O sí, quién sabe. A lo mejor es lo que busco. Me voy, como dijo Machado, ligero de equipaje, aunque no sea un hijo de la mar. “Cuando uno pierde los miedos y llega a la felicidad por la tranquilidad, es capaz de afrontar cualquier situación”. Esta frase no es mía, se la debemos a Pedro Cerolo, aunque no sé si la recuerdo literalmente. Me he preguntado qué pinta un filólogo de español en la República Centro Africana. No encontraba respuesta hasta que he caído en que la pregunta es errónea. No vuelve un filólogo, vuelve un hombre ilusionado. Y como no busco nada todo aquello que encuentre será un tesoro. Será una serendipia obligada si ocurre. Por otro lado soy consciente de que este Dikembe va a encontrar todo lo bueno que toda aquella gente me dio, incluso me daré de bruces con aquellos u otros que me hicieron daño y esclavo. Pero toda ella, quiera o no, es mi gente. Es mi grupo de identidad. La sociedad de consumo no me satisface, ni creo que tenga vuelta atrás, como ocurre con esta mal entendida globalización. Ambas me son ajenas. Sí es cierto que he tardado mucho en darme cuenta de ello, pero es que Adama no me ha hecho pensar en ello. Ahora, tampoco hay que despreciar el poder de toda la maquinaria dedicada a mantenerte dentro del sistema. No encajo en él. Un sueño no puede ser jubilarse después de toda una vida trabajada. Tiene que haber algo más. Y más vale encontrarlo tarde que nunca. ¿O no? Eh bien, c'est ça, mon ami, que salgo de España con menos pero con más. Aunque sea un oxímoron, tú ya me entiendes. Sea. Adiós José María. Y recuerda que Adama y yo podemos contar esta historia porque no sabíamos que era imposible.
He de aclarar que mi amigo José María jamás me habló de Dikembe durante el tiempo en el que convivimos. Y no es que no se lo perdone, pero me duele. Cierto, nunca dejas de asombrarte: ¡Mi amigo Mendes llevaba una vida paralela a la que compartía conmigo! Ahora recuerdo ciertos detalles que en aquella época no tenían importancia: «¿Quedamos a las cinco en la placita?». «No, más tarde, mi padre no me deja salir a esa hora». ¡Mentiroso! ¿Cómo no me di cuenta de que cuando llegaba a la placita lo hacía desde el paseo del Cisne y no desde la calle Luchana? Pero bueno, las cosas son como fueron. No le demos más vueltas. Por cierto, la descripción que hace Dikembe de un ángel rubio se ajusta al recuerdo que yo mismo tengo de aquel amigo.