- No me reconoces?- Alex aún no había aflojado la presión del abrazo que mantenia a Allure pegada a su cuerpo
- Debería?- preguntó ella intentando zafarse
- Supongo que no-se encogió de hombros y la soltó.Se acercó al ventanuco a atisbar- Parece que la guardia se ha alejado, perfecto
- Perfecto para tí-Allure había aprovechado el momento para echar un rápido vistazo al petate del desconocido. Un equipo básico de supervivencia y dos o tres chucherias, nada preocupante a priori. Justo cuando sus dedos tocaban una especie de sobre con una llave Alex se giró. Logró atraparlo y esconderlo discretamente bajo el echarpe.
- Bueno bueno my lady, estoy hambriento y soy buen cocinero, qué tienes en la despensa?
Allure respiró aliviada, no la había visto hacerse con la carta y además iba a cocinar él. Por lo menos era un desconocido con recursos.
Thomas llevaba toda la mañana practicando con la espada, no es que en Jatte hubiera muchas ocasiones de usarla (cosa que le resultaba francamente agradable) pero como capitán de la Orden de los Guardianes debía observar meticulosamente las antiguas reglas.
Mantén clara tu mente, despéjala de las sombras de las ciénagas. Sólo así podrás fluir como las aguas de un arroyo cristalino.
Cuida tu espada como a tu propio cuerpo, es la extensión de tu brazo.
Alimenta tu espíritu, es tu guia
Tu casa es tu cuerpo, no vivas en una casa en desorden.
Hoy era su día de práctica, mañana tendría tiempo para meditar. Además la aparición de Lady Angie en la casa de la orden le había puesto nervioso. No es que no la conociera, debían de conocer a todos los habitantes de la Isla para velar por su seguridad pero ser invisibles para ellos. Tanto tiempo alejados del contacto con el resto de la Isla les había vuelto un poco uraños. Quizás necesitaran unas cuantas clases de habilidades sociales.
Thomas recordó su propia llegada a la Isla, él no era uno de los puros como llamaban a los guardianes que descendían de la primigenia estirpe de Guardianes.
Él había llegado a la Isla tras su propia travesía por mares y desiertos y la Isla le había purificado, le había acogido como una madre amorosa, había lavado y curado sus heridas y había dado sentido a su energía.
Recordaba la costa, recordaba las manos de Lady Star asegurándose de que estaba bien, recordaba las palabras suaves como un bálsamo de Lady Mrous, recordaba a Lady Mária dando rápidas instrucciones para reanimarle y recordaba los ojos verdes de la Reina, observando. Supo, en ese mismo instante, que sería su fiel súbdito, que las cuidaría aunque, para ser sincero, no parecieran desvalidas en absoluto.
Fue entonces cuando la vio tendida sobre la arena, como una estrellita pequeña
To be continued....
Rosemunde Lovelace