Capítulo 3: Petra, tras los pasos de los nabateos

Publicado el 07 agosto 2016 por Packandclick

Petra y su icónico El Tesoro. El que Indiana Jones hizo famoso hace unos años.

Pero la ciudad nabatea es más que esta conocida obra esculpida sobre piedra, considerada una de las Siete Maravillas del Mundo.

Y así lo pude constatar en mi visita a Petra.

Jordania era un país que llevaba años queriendo visitar y más adelante, en otro capítulo te explicaré el porqué. Y, por supuesto, mi parada en Petra era obligatoria.

Llegué tarde, mucho más tarde de lo que me hubiera gustado y eso me obligó a iniciar mi recorrido por Petra a marchas forzadas y rápidas. Recorrí El Siq, el paso que te lleva hasta El Tesoro en 20 minutos y en seguida supe que estaba llegando al final, porque de repente me di de bruces con, no exagero, unas 150-200 personas.

Todas estaban sacando una foto y me imaginé que estaba en el punto clave.

Me entró una sensación de agobio terrible. Más cuando me puse frente a esta maravilla del mundo y sentía como si estuviese en Times Square en hora punta. Pero, ¿cuánta gente podía caber ahí?

Después supe, gracias a la conversación que mantuve con Aquilah (creo que se escribe así), un beduino de Petra, que era festivo y la gente de Aqaba y Amman solía ir a pasar el día. Así como cuando tú decides ir a Donosti a dar un paseo, más o menos. Pero van a Petra.

Pasé de largo y empecé a caminar en dirección a otro de los atractivos de Petra: El Monasterio.

Hay algo que debes saber antes de que continúe con este relato:

  1. Petra es E-NOR-ME. Míralo en Google y entonces te darás cuenta de las dimensiones de este lugar. Yo caminé 17 kilómetros este día y no vi ni la punta del iceberg.
  2. Para llegar al Monasterio debes atraverar parte de un tramo arenoso, otro de piedras/rocas y para rematarlo todo un poco, subir más de 800 "escalones".

Así que, sabiendo esto... Te digo que el 90% de las personas se queda en El Tesoro y poco más.

Conforme me iba alejando de la famosa maravilla, el número de personas iba disminuyendo. Y así llegué a un punto en el que me crucé con unos libaneses hispano hablantes e hicimos el último tramo, el de las dichosas escaleras, juntos.

1 un peldaño, 2 peldaños... Creo que dejé de contar a partir de 50 porque me faltaba la respiración. Y yo creía estar preparada después de haber subido a la cúpula de la Basílica de San Pedro. Qué ilusa fui.

Pero hay algo dentro de ti que te invita a seguir adelante y continuas subiendo peldaños. Te paras. Recuperas la respiración y sigues un poco más. Y así hasta llegar a la cima. Y giras a tu derecha y ves esto:

Y entonces te das cuenta de que haberte apresurado, que haberte bebido 3 litros y medio de agua en sólo dos horas, que haber tenido que escuchar "donkey ride?" "want a ride?" "we take you up in 20 minutes" e ignorar esas invitaciones, han merecido la pena.

Estás frente a El Monasterio y, sin querer quitar protagonismo a El Tesoro, te quedas sin aliento durante unos instantes.

Es norme, es precioso y no hay nadie.

Fue uno de los momentos más bonitos del día para mí. Y lo mejor fue que aún disponía de toda la tarde para descubrir otras áreas de Petra y volver a El Tesoro.

Y así transcurrió mi tarde. Caminando, disfrutando de este emblemático lugar construido hace más de 2,000 años por los nabateos.

Volví a El Tesoro hacia las cuatro de la tarde y en ese momento, la maravilla del mundo estaba prácticamente vacía. Qué regalo.

Y fue entonces cuando conocí a Aquilah y sus familiares beduinos y compartimos un té mientra veíamos cómo El Tesoro se empezaba a tornar de un color más rosado. Pronto se iba a poner el sol.

Son éstos los momentos de los que más disfruto. Cuando me siento a hablar con gente y de repente te das cuentas de que estás en otro país, frente a un lugar tan conocido, saboreando un té beduino y conociendo su cultura. Son momentos que no tienen precio y que sé que guardaré conmigo para siempre.

Pero lo mejor o lo que sé que recordaré en mucho mucho tiempo aún estaba por llegar.

Me despedí de Aquilah y empecé a caminar en dirección a la salida cuando vi que un niño de aproximadamente 6 o 7 años se acercaba a mí. Me crucé con muchos a lo largo del día y pensé que venía a venderme postales de Petra, como el resto.

Pero estaba equivocada. En un perfecto inglés, el niño me dijo que tenía mucha mucha mucha sed y que a ver si le podía dar un poco del agua que llevaba en la botella y así fue nuestra conversación (en inglés):

Yo: Claro, si me dices tu nombre te doy la botella entera (era de 2L y estaba casi llena).

Sus ojos se abrieron de par en par y llamó a sus amigos para que se acercasen también.

Él: Me llamo Abraham.

Yo: ¿Abraham? Seguro que es más bien Ibrahim, ¿no?

Ibrahim: Sí, pero es que digo Abraham por los americanos. Es más fácil.

Yo: Bueno, yo sé pronunciar Ibrahim así que te llamaré así. ¿Te parece?

Ibrahim asiente.

Yo: Aquí tienes tu botella, Ibrahim.

Ibrahim sonríe y se ofrece a darme unas postales. Me niego a aceptar sus postales.

Yo: He sacado muchas fotos, Ibrahim. No las necesito.

Ibrahim: No son para ti, son para que se las des a tu madre y a tus amigos.

Y a mí se me encoge el corazón y no sé qué decir salvo dar las gracias y darle un abrazo.

Yo: ¿Puedo sacarte una foto, Ibrahim? Quiero acordarme de ti cuando este viaje haya terminado.

Shukran, Ibrahim.