Tengo instintos suicidas. Si no, no se explica. De verdad. Veréis: mi hija Susanita me pidió como regalo de cumpleaños celebrar una fiesta de pijamas. Es lo que tiene alienarlos con el Disney Channel, que ven series de Coca-colos y se le ocurren esas ideas peregrinas. Y yo, como soy una madre con tendencias suicidas y me creo superwoman, le dije que sí, que podía, que el sábado por la noche (aprovechando que su padre estaba de guardia, porque él se suicida seguro y mis pobres hijos se quedarían huérfanos) podía invitar a sus amigas. Resultado: el sábado por la noche tuve en casa a cinco niñas y dos niños a dormir. Así, sin anestesia. La cena: perritos calientes. Sin complicaciones. O eso pensaba yo, infeliz de mí. - Dos con cebolla, dos con ketchup, dos con mostaza y ketchup y uno con todo - enumero, pensando que soy digna de trabajar en un McDonald. - No - dice una - Yo lo quiero con ketchup y cebolla sin mostaza. - ¿No tienes cebolla frita?- pregunta otra. - No, sólo tengo cebolla normal. - ¿Y leche de soja? - inquiere otra. Pero, niña, ¿tú te has creído que esto es el Buckingham Palace? - No - respondo - sólo tengo leche normal - y mala leche, pero esto me lo callo. Cuando terminaron de cenar, la cocina parecía Vietnam. - ¿Queréis ver una peli? - pregunto, sobornándolos descaradamente para poder recoger la cocina y montar las camas. - SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ - gritan todos. Siete voces al unísono, que ni el coro de Voces Blancas ese. - Solo en casa, por fa, mami, Solo en casa - chilla el Terro. Lo de Solo en casa debe ser su sueño imposible. - SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ- vuelve a gritar el coro. Que lo sepáis. Los niños son como los despertadores. Cada vez se les oye más alto. Los enchufo a Solo en casa y empiezo a recoger la cocina. No han pasado diez minutos, cuando oigo una batalla campal. - Pero...¿qué pasa aquí? Una de las niñas ha traído huevos kinder para todas. El cuarto de la tele es el resultado de la guerra por hacerse con uno de los regalitos de los huevos (y nunca mejor dicho). Hay papel plateado y trozos de chocolate dispersos como confettis por toda la habitación. OOOOOOMMMMMM. Tomo aire. Sólo quedan unas 24 horas para que vuelvan a sus casas. Hora de dormir. La habitación parece un harén , con los colchones en el suelo y ropa femenina por todos lados. Las niñas se pintan las uñas. Procuro no pensar en la posibilidad de que alguna de las lacas termine en alguno de los edredones. Respiro para controlar la respiración y no empezar a hiperventilar. Los niños se dedican a darles sustos a las niñas por el sencillo método de abrir la puerta, gritar AAAAAARRRRGGGGHHH y descojonarse vivos. Los pobres, son XY hasta la médula. 23.00: Las mando a callar y a apagar las luces. 23.30: No sólo no se callan sino que el vecino de la calle de debajo se ha asomado a la ventana a ver si estaba matando a alguien y tenía que avisar a la policía. Les vuelvo a decir que se callen. 00:00: Caso omiso. Han empezado a hacer una guerra de almohadas y a una le han pisado la cabeza y a otra le han tirado del pelo. Las dos lloran a moco tendido. Las consuelo y vuelvo a pedir silencio. 00:30: Las amenazo, pero como si oyeran llover. 1:00: Resoplando como un toro a punto de embestir, les grito que a la que no se calle la llevo a dormir al jardín. 1:30: Se callan. 7:00: A grito pelado. Como diría mi madre, por mucho que mi hija haya dicho que había sido el mejor cumpleaños de su vida, "Una y no más, Santo Tomás".
Tengo instintos suicidas. Si no, no se explica. De verdad. Veréis: mi hija Susanita me pidió como regalo de cumpleaños celebrar una fiesta de pijamas. Es lo que tiene alienarlos con el Disney Channel, que ven series de Coca-colos y se le ocurren esas ideas peregrinas. Y yo, como soy una madre con tendencias suicidas y me creo superwoman, le dije que sí, que podía, que el sábado por la noche (aprovechando que su padre estaba de guardia, porque él se suicida seguro y mis pobres hijos se quedarían huérfanos) podía invitar a sus amigas. Resultado: el sábado por la noche tuve en casa a cinco niñas y dos niños a dormir. Así, sin anestesia. La cena: perritos calientes. Sin complicaciones. O eso pensaba yo, infeliz de mí. - Dos con cebolla, dos con ketchup, dos con mostaza y ketchup y uno con todo - enumero, pensando que soy digna de trabajar en un McDonald. - No - dice una - Yo lo quiero con ketchup y cebolla sin mostaza. - ¿No tienes cebolla frita?- pregunta otra. - No, sólo tengo cebolla normal. - ¿Y leche de soja? - inquiere otra. Pero, niña, ¿tú te has creído que esto es el Buckingham Palace? - No - respondo - sólo tengo leche normal - y mala leche, pero esto me lo callo. Cuando terminaron de cenar, la cocina parecía Vietnam. - ¿Queréis ver una peli? - pregunto, sobornándolos descaradamente para poder recoger la cocina y montar las camas. - SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ - gritan todos. Siete voces al unísono, que ni el coro de Voces Blancas ese. - Solo en casa, por fa, mami, Solo en casa - chilla el Terro. Lo de Solo en casa debe ser su sueño imposible. - SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ- vuelve a gritar el coro. Que lo sepáis. Los niños son como los despertadores. Cada vez se les oye más alto. Los enchufo a Solo en casa y empiezo a recoger la cocina. No han pasado diez minutos, cuando oigo una batalla campal. - Pero...¿qué pasa aquí? Una de las niñas ha traído huevos kinder para todas. El cuarto de la tele es el resultado de la guerra por hacerse con uno de los regalitos de los huevos (y nunca mejor dicho). Hay papel plateado y trozos de chocolate dispersos como confettis por toda la habitación. OOOOOOMMMMMM. Tomo aire. Sólo quedan unas 24 horas para que vuelvan a sus casas. Hora de dormir. La habitación parece un harén , con los colchones en el suelo y ropa femenina por todos lados. Las niñas se pintan las uñas. Procuro no pensar en la posibilidad de que alguna de las lacas termine en alguno de los edredones. Respiro para controlar la respiración y no empezar a hiperventilar. Los niños se dedican a darles sustos a las niñas por el sencillo método de abrir la puerta, gritar AAAAAARRRRGGGGHHH y descojonarse vivos. Los pobres, son XY hasta la médula. 23.00: Las mando a callar y a apagar las luces. 23.30: No sólo no se callan sino que el vecino de la calle de debajo se ha asomado a la ventana a ver si estaba matando a alguien y tenía que avisar a la policía. Les vuelvo a decir que se callen. 00:00: Caso omiso. Han empezado a hacer una guerra de almohadas y a una le han pisado la cabeza y a otra le han tirado del pelo. Las dos lloran a moco tendido. Las consuelo y vuelvo a pedir silencio. 00:30: Las amenazo, pero como si oyeran llover. 1:00: Resoplando como un toro a punto de embestir, les grito que a la que no se calle la llevo a dormir al jardín. 1:30: Se callan. 7:00: A grito pelado. Como diría mi madre, por mucho que mi hija haya dicho que había sido el mejor cumpleaños de su vida, "Una y no más, Santo Tomás".